"Vestidos y trajes."
Nos encontrábamos ya en una tienda de vestidos muy elegantes, eran 3 secciones de la tienda, una de vestidos de xv años, otra de vestidos de noche (de gala) y en la que nos encontrábamos ahora, la sección de vestidos de novia.
— ¿Tardaremos mucho? —dijo Dylan un poco estresado.
— Llevamos mucho tiempo aquí, todos los vestidos son iguales, solo toma cualquiera, igual te verás bien —insistió Javier, una vez más.
De cierto modo era muy divertido ver su desesperación, llevamos una hora viendo vestidos y ninguno le parecía a mi mamá; también ya estaba hartándome.
— ¿Podemos ir por algo de comer? Muero de hambre, no he comido nada en todo el día —le pregunte a mi mamá.
Ella solo asintió y nos dio dinero para que dejáramos de molestar. Salimos a comprar algo de comer Dylan, Javier y yo, Verónica decidió quedarse con mi mamá.
La tienda quedaba en el último piso de una plaza, así que solo tuvimos que bajar a algún restaurante, pedimos la comida y nos sentamos en una de las mesas para esperar.
— ¿Por qué esa cara Elena? —pregunto Javier, viéndome divertido.
— Ya me quiero ir.
— Uh, y eso que falta sus vestidos, nuestros trajes y lo de papá, ósea repetir toda esta rutina, solo que con su nuevo hijastro, que sería nuestro hermano.
— ¿No se puede lo de papá otro día? Ni tengo ganas de ver a ese.
— No creo que quieran.
— Pues yo me voy, estoy harta y aparte, tengo cosas que hacer.
— Disculpen, ya está listo su pedido —dijo uno de los meseros un poco apenado.
Cada uno tomo una bolsa de la comida y subimos de nuevo a la tienda.
Ya habían elegido un vestido para la boda y ahora Verónica veía que vestido ponerse, yo tenía que hacer lo mismo pero solo me senté, saque las cosas y empecé a comer.
— ¿Qué tal se me ve este vestido?
— Bien —dijo Javier sin voltear a verla.
— ¿Dylan?
— Perfecto, ese es el indicado —tampoco la volteo a ver.
— Por favor, por un minuto que me hagan caso no les pasara nada.
— Ese se te ve muy bien Verónica —insistió Dylan.
Cuando Verónica por fin tuvo su vestido, yo tuve que ir a buscar uno, no me costó ni tarde mucho porque yo era alguien de gustos muy sencillos, así que elegí el primero que me gustó, claro, me lo tuve que probar para estar segura de que si me quedaba.
— ¿Qué más tenemos que hacer?
— Nuestros trajes.
Fuimos a otra tienda donde vendían trajes, mis hermanos igual que yo, eligieron lo primero que les gusto, así que salimos rápido de ahí. No tardamos ni 15 minutos.
— ¿A qué hora llegara su padre? —pregunto mi mamá, viendo su reloj.
— Se supone que en 15 minutos.
— ¿Quieren que espere a que llegue o los dejo?
— Nosotros esperamos solos, no te preocupes por eso —dijo Verónica sin despegar la vista del celular.
Mi madre tomo su bolsa, su celular y se empezó a alejar.
Se supone que los vestidos los enviaran a la casa la siguiente semana, los trajes tienen que llegar este fin de semana; aunque bueno, falta bastante o bueno no mucho, pero si falta algo para la, bueno las bodas.
Estuvimos un rato sentados en una banca esperando a que llegara mi papá, como de costumbre, llego tarde. No se me hizo raro, siempre hacía eso.
— Bueno, ¿por qué esas caras? —pregunto alegremente.
— Porque es odioso tener que esperar a que te dignes a aparecer —dijo Javier molesto.
Como ya les he mencionado, Javier odia la impuntualidad, es uno de las cosas que más odia y por las que más problemas tiene; en mi familia, bueno suelen ser muy impuntuales.
— Bueno, bueno, ya estamos aquí, no hagas dramas —dijo su hijastro, del cual aún no sabía su nombre.
El trato de presentarse la vez que fui a su casa con Santiago, pero la verdad no me interesaba; claro, todo cambio cuando me entere que mi papá y su mamá se casarían.
Creo que eso lo cambia y lo complica todo.
— ¿Tú quién eres? —pregunto Verónica.
— Oh claro, contigo no me he presentado —sonrió—, mucho gusto, soy tu nuevo hermano, Andrés.
— ¿Nuevo hermano?
— Sí.
— Sigue soñando.
— Verónica compórtate, sí es tu nuevo hermano.
Hermanos, ja, me mataran de la risa.
— No somos hermanos, y nunca lo seremos —aclare.
— ¿Tus hijos son así de obstinados? —le pregunto a mi papá.
— Más que nada Elena —rieron—, te acostumbraras.
Se están burlando de mí en mi cara, bien. No me quedare callada, solo tengo que saber cómo burlarme ahora de ellos.