Indeleble Novrid; un juego de poder

Capítulo I - El extraño

Recuerdo como comenzó todo...
Fue hace aproximadamente un par de años, en julio. No te podría decir el día exacto, pero rondaba la segunda semana del mes.
No fue nada cliché, ni nada asombroso. Yo solo hacía mis tareas diarias de limpieza.
Una tarde fría y oscura salí hacia el fondo de mi casa, donde se encontraba la cuerda de ropa. Y como haría cualquier día, la tendí.
Tenía los audífonos puestos, por lo que el sonido a mi alrededor quedaba silenciado. Una, dos, tres, cuatro prendas colgadas y un movimiento captado por el rabillo del ojo me hizo mirar hacia el bosque, a tan solo unos metros solamente dividido por una valla de madera que nos separaba.
Fue el viento.
Cinco, seis, siete prendas más y una fuerte brisa voló un paño colgado. Me acerqué para recogerlo, y al levantar mi mirada del trapo, dos puntos rojos se hicieron visibles entre la arbolada.
Éstos se hicieron más grandes a medida que pasaban los segundos, y en poco tiempo me di cuenta de que se estaban acercando, no agrandando.

Extrañada, me acerqué a la madera que marcaba la terminación de la propiedad y observé aquello.
Nunca antes los había visto.
Pero, cuando agudicé mi vista, los reconocí. No eran puntos, eran ojos. Y me observaban con distancia.
Lo último que logré visualizar fue una silueta humana salir de entre la oscuridad de los árboles y arrimarse un poco a mí.

Sin saber qué hacer, salude con la mano al extraño.
Sí, extraño. Era un chico. De cabello negro, y ojos fuertemente verdes. ¿No eran rojos hace tres segundos?
¿Pero qué...?
Él dio un paso más. Ladeó la cabeza y sonrió.
Le devolví la sonrisa con confusión. ¿Qué diablos estaba pasando? Definitivamente esta no era mi rutina lava-cuelga ropa.

Se acercó lentamente hasta estar frente a mí.
Retrocedí instintivamente, pero fue tan ágil que antes de dar un paso más ya me tenía tomada de la muñeca.
— ¡Suéltame! — intenté zafarme pero no hice más que caer de cola al suelo y él se fue tan rápido que ni me dio tiempo a pestañear.

Y yo pensaba que sería un día normal. Pensaba que el pueblo en general era normal.
Pero bueno.
Tomé la ropa y terminé de tender lo más rápido posible para poder irme.

Pero aquello no terminó así. No, para nada. Todo continuó normal las siguientes dos semanas, sin ningún extraño en el fondo de mi casa. Pero un día se volvió a presentar.
Apoyado en un árbol, sus ojos rojos, escrutando con curiosidad mis pasos.
Mantuve mi distancia durante un tiempo, pero con el pasar de los días de verlo allí parado cada vez que salía, me decidí por acercarme para ver qué pasaba.
Sorprendentemente hizo lo mismo, pero de forma más abrupta, y quedó a un palmo de mí. Me observó sigilosamente al igual que yo a él. Estiró su mano y por un momento tuve miedo de que me hiciese daño, pero solo enroscó un mechón de mi cabello colorado en su dedo.
Le prestó atención como si fuese la cosa más interesante del mundo, cosa que me intrigó.
— ¡As Genevive! — la voz de mi madre inundó mis oídos, por lo que me apresuré a la cuerda en el momento en que ella salió.
Hice como si tendiese una sábana, pero mi madre se interesó por algo más allá de mí. ¿Lo habría visto?
— ¿Qué es eso? — señaló el punto donde estaba parado el pelinegro pero cuando me giré ya no había nadie. En su lugar, posaba un sobre amarillo, pequeño, muy pequeño.
Ella dio un paso para intentar averiguar de qué se trataba, pero la detuve de la muñeca.
— Es mío. No te preocupes. Me lo dieron cuando salí a colgar la ropa, pero no puedo sostenerlo a la vez que hago lo demás.
— ¿Y porqué tardas tanto, mujer?
— Me entretuve.
— Haz todo rápido. Tu padre está por llegar y no quieres que se enoje.
— Claro, mamá.
Ella arrugó la nariz.
— No me llames así, tengo un nombre para que lo uses.
— Claro, Diana — corregí.
— Bien. Ahora apúrate.
Ella se fue y corrí hasta el sobre. Estaba sellado con una marca roja, que tenía una N en el centro.
Lo tomé y estando en la seguridad de mi habitación lo abrí.

4:30 A.M. Claro del bosque.

Peligroso o no, lo hice.
Me levanté a las 4:15. Até mis botas, y me abrigué por el frío horroroso que hacía.
Estaba amaneciendo cuando salí, pero por si acaso llevé una linterna.

Salté la valla desgastada, y me adentré en el espeso bosque.
Estaba todo tan oscuro que hice bien en traer la linterna. La encendí y retomé mi camino.
¿Porqué un extraño me citaría a las 4:30 A.M. en el bosque?
Aunque, ahora que me lo replanteaba me preguntaba a mí misma si estaba mal de la cabeza como para hacer algo así.
Tal vez lo estaba, pero la curiosidad me carcomía. Y eso de ser gallina no me iba.
Llegué al claro y esperé.
Esperé quince minutos.
Esperé veinte.
Esperé treinta.
Y a los cuarenta me cansé.
Debía volver a casa antes de que mi madre se diera cuenta de que me había escapado.
Y también porque había sido una mala idea.
Tal vez ese chico era un asesino que planeó todo con exactitud y yo le puse las cosas tan fácil a la primera.
Lo sabía, era muy inteligente de mi parte.

Al darme la vuelta para volver veía menos que antes y ya no sabía por donde regresar.
¿Era por ahí o por allá?
Una sombra pasó por mi lado y antes de darme cuenta, estaba contra un árbol, con el dedo de aquel muchacho que había estado esperando sobre mi boca, indicando que callara.
Me apretó a su espalda en el momento en que una cantidad grande de personas pasó gritando, llevaban antorchas y palos.
Esto era cada vez más extraño. ¿Acaso había viajado a la época mediaval?
Me tomó de la mano y me llevó consigo corriendo para adentrarnos aún más allá.
Llegamos a una pequeña cabaña y entramos allí.
Tres personas habían ahí. Dos chicos y una chica.
Enarqué una ceja sin entender.
— Bienvenida, As Russing.
 




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