Aria
Sus cachetes colorados era una clara señal, estaba ebrio.
¿Qué había pasado para que viniera aquí así?
Dejé que entrará, se sentó en el sillón mientras yo preparaba un café.
—¿Quieres hablar?
—No. —Sus ojos estaban algo brillosos—. ¿Por qué no me llamaste?
—¿Yo? Supongo que te vi ocupado, y moría de hambre y sueño.
—Te guardé pizza, no dejé que ella se lo comiera.
Ella, Valentina.
—Seth es tarde, deberías dormir.
—¿Aquí? ¿Contigo?
Bueno, esto se está poniendo raro.
—Puedes dormir en el sofá. Quieres comer algo, puedo pedir una hamburguesa o una sopa.
—El sofá es incómodo. Prefiero la cama, yo no pateo. —Reí, parecía un niño chiquito ebrio.
—Primero te duchas y luego duermes. Mañana hablamos. Ven, vamos.
Lo jalé como pude al baño, no estaba cayéndose, pero si arrastraba sus pies.
—¿Hay agua caliente?
—Si, pero será con agua fría.
—No, espera… —Dejó de hablar cuando abrí la ducha, las gotas de agua fría no tardaron en empaparnos a ambos.
—Ya vengo iré por toallas, termina de ducharte. —Dejé que se quitará sus prendas.
¿Qué estoy haciendo? ¿Porqué mis pálpitos están acelerados?
Traje a mi mente imágenes de Buenos Aires para dejar de divagar.
—Seth… —Toqué la puerta antes de entrar.
—Salgo en un minuto.
Tengo hambre, y sueño.
Llamada entrante.
—Tu celular está sonando.
—Contesta y di que no estoy. —Fui por el móvil, el rostro de Valentina iluminaba la pantalla.
No quería contiendas, suficiente con la de hoy. Ella está loca.
—¿Quién era? —Me quedé tiesa observando sus ojos, y parte de su cuerpo.
Vaya, vaya.
Estaba con la toalla a la cintura, con el torso desnudo. Qué ejercitado estaba. Algo se me contraía en el estómago. Quería creer que era hambre y no ganas…
—No contesté, desocuparé la cama. Te dejé un pijama que encontré.
—Gracias.
Dios, estaba hecha un lío.
No podía continuar con mi libro, es una mala idea que duerma conmigo.
¡Aria es tu amigo! Amigo, es amigo, es amigo.
—Dejé mi ropa en el baño, qué ves.
—No sé, prendí la tv para que no este todo en silencio.
Vi como se quitó los zapatos, y la camiseta. Espera…
—¿No duermes con ropa?
—Estoy con ropa, pero me incomoda la camiseta. Transpiro un poco.
—Ok.
15 minutos después mis párpados querían cerrarse.
—¿Mañana si podemos hablar? No lo hacemos en más de dos semanas.
—Si, mañana hablamos. Duerme tranquilo, apagué todas las alarmas.
—Yo apagué mi celular.
—Bien, descansa.
—Descansa —dijo mientras yo me volteaba dándole la espalda.
Lo último que sentí fue su brazo encima de mí, con su cabeza en mi espalda. No refuté, yo estaba en el limbo.
Odiaba mi sueño pesado.
Esa noche no hubo sueños, no hubo pesadillas. Dormí bien, en calma.
***
Sentía calor, y un dolor en el cuello. Había peso encima de mí, ¿qué?
Abrí poco los ojos adaptándome a la luz, recordé los últimos acontecimientos. Seth estaba con su cabeza pegada en mi almohada, y su brazo en mi cintura.
Su respiración estaba calmada, aún dormía. No roncaba, sus pestañas se veían rizadas, y su fuerza.
—Seth… —Nada.
Tenía dos llamadas perdidas de mi madre. ¡Por fin!
—Seth. —Empujé su pecho.
—Mmm…
—Despierta, quiero levantarme.
—Duerme un poco más. —¿Más?
—¡Son las 12! —Me soltó de golpe.
—Mierda. Tenía que presentarme temprano hoy.
—Apagaste tu celular, debe estar en el hall.
Escuché un poco su justificación con su supervisor, hasta que me encerré en el baño.
Tenía que aclarar mis pensamientos. Ayer… fue intenso.
Seth y yo somos amigos por más de 10 años, y nunca había sentido hormigueo al verlo sin camiseta. Mierda. ¿Qué estaba pasando?
1.- ¿Me atraía sexualmente?
2.- Mi abstinencia me estaba jugando una mala pasada.
3.- Eran mis cambios hormonales.
Descarté la 2, hace unas semanas estuve con Manu. Eran cambios hormonales, sí. Si, definitivamente era eso.
Me tomé tiempo en ducharme, me quité el jabón evitando que algo entrará a mis ojos. Afortunadamente había toallas de más.
Hoy por fin iría a mi casa, tengo que llamar a mamá.
—Pedí desayuno. —Su voz me sobresalto, casi pierdo la toalla.
—Podrías darme espacio, me quiero cambiar.
—¿Estás bien? —No, me pones nerviosa.
—Si. Anda por el desayuno.
Tardé menos de tres minutos en cambiarme. Mientras llamaba a mamá.
—¿Por qué no contestabas el teléfono?
—Estaba durmiendo cuando llamaste. Dime que mandaste las llaves.
—Si, la llevaran al departamento de Seth. —Genial. —Cuéntame, cómo fue tu primer día en Lima. Viste a alguien conocido.
—Si, algunos.
—¿Y ese tono? ¿Estás bien princesa?
—Si. Tuve que dormir en un hotel mamá.
—¿Por qué? Seth dijo que podrías quedarte en su departamento mientras tanto.
—No se pudo. Olvida eso, mejor dime cuándo regresas. Necesitamos hablar.
—Eso no me gusta. —Sonreí, sabía que le diría algo que no le gusta.
—No te gustará.
—¡Aria! En qué te metiste. ¿Estás emba…?
—¡Mamá! No, hay peligro.
—De acuerdo, cuando llegue hablamos, cuídate sí.
Extrañaba a mamá, las largas pláticas, las noches acurrucada a su lado. Había crecido sí, pero nunca dejaría de ser su niña chiquita.
—Trajeron el desayuno.
—Bien, muero de hambre.
Estuvimos en silencio por 15 minutos. El tamal está rico, nada parecido a los que comí en los últimos años.
—Ahora sí podemos hablar. —Sus ojos oscuros me examinaban.
—Si, dime te escucho. —Enarcó una ceja.
—¿Por qué te fuiste ayer? —Empezamos con fuerza eh.
—Te vi en apuros, Valentina es intensa.
—En ocasiones.
—Claro. —Lo veía hastiado del tema, la incógnita resurgía en mi mente.