Indescriptible

CAPÍTULO 8

Aria

Empezaba a acostumbrarme a levantarme tarde, aprovecho que aún mis clases no empiezan.

Quiero iniciar una nueva rutina, con alimentación saludable, con puntualidad, cambio de look…

Todo eso lo mandé al baúl de los planes que hacía y no concluía. Yo era pésima cumpliendo horarios, y la alimentación sana. Amaba las grasas, obviamente no en exceso, por que después me salían granitos y trataba de cuidarme, cuidar mi cuerpo.

Pero realmente no era fitness.

Las clases de boxeo eran primordiales, no quería dejar de ejercitarme y qué mejor que con golpes a alguien más. No era lo mejor, igual me gustaba.

Destapé mi sábana para irme al baño, tenía 45 min para terminar una parte del desayuno.

Cepillándome los dientes, analizaba cada situación actual.

Las pesadillas habían desaparecido, me sentía tranquila, había dejado el pasado atrás, quería seguir creyendo que sí. Eso me recordó a Leonardo, prometí reunirme un día.

Escogí algo cómodo, un short y una camiseta. Deseché la idea de calzar sandalias, las zapatillas siempre eran una mejor opción.

—¿Ya llegaste? —Fue lo primero que dije al contestar a mi madre.

—Si, recién saldremos del aeropuerto. Llegamos en 45min.

—Vale, con cuidado. —Iba hacer una broma con respecto a “Carlos”, desistí. Conociendo a mi mamá iba a regañarme—. Saludos a Carlos.

—Yo le digo cariño.

Me puse a preparar el desayuno en compañía de pop en inglés. Desde pequeña me gustaba las canciones en inglés, en ese tiempo, aunque no las entendía, sus melodías me gustaban más. Ahora las entendía y las cantaba. The Weekend, Taylor Swift, y otros soundtracks que escuchaba en las películas o series. Unas más movidas que otras.

El olor a café se sintió de inmediato, me falta los huevos revueltos y algunas tostadas. No era lo que me apetecía, pero mi mamá tenía una fascinación por los huevos, en todas sus presentaciones gastronómicas.

Yo acostumbraba a avena, panes, amaba las harinas para el desayuno. Trataba de incluir la palta a la mayoría de las comidas, desayunos, cenas. Siempre era bienvenida a mi estómago.

El timbre sonó, avisándome la llegada de mi progenitora. Corrí a la puerta.

—Ya llegamos… —No dejé que terminara, ni siquiera vi a su acompañante, ni tomé en cuenta las bolsas y maletas que traía. Me lancé hacia ella, la rodeé con mis brazos y recosté mi cabeza en su cuello.

Cuánto la extrañaba.

—Amor… Tranquila, ya estoy aquí. —Poco a poco fui soltándome, y secando las lágrimas que no sé en qué momento comenzaron a caer.

—Te extrañé mamá, aunque no lo dije. —Sus ojos se achinaron, su sonrisa resplandeciente y ese brillo que no veía hace mucho.

Caí en cuenta que “Carlos”, nos observaba curioso.

—Yo igual, siempre va serás mi princesa, mi chiquita. —Reí de alegría.

—Pasen. —Ayudé con las maletas hacia la sala.

¿Dónde se quedaría él?

—Hija… Te presentó a Carlos. Carlos, ella es Aria, mi hija. —Ambos estrechamos las manos.

Mi mirada no era despectiva, pero si lo analizaba detenidamente. Sus ojos claros veían a mi mamá con ¿adoración?

Mierda, que no sea lo que estoy pensando.

—Es un gusto conocerte al fin. Tu madre habla tanto de ti, que siento ya te conozco.

Debí responder de manera educada y cortés, pero mi instinto de proteger a mamá pudo más. Y sí, tenía celos.

—Pues yo no sé nada de ti. Es más, mi madre en ninguna llamada te mencionó. Muy raro no. —Contrario a molestarse, me sonrió. Como si supiera o estuviera preparado para esta situación.

—Lo sé. Ahora podemos conocernos. Después de todo…

—Vamos a desayunar, muero de hambre. ¿Ustedes no? —Fruncí el ceño antes la interrupción.

¿Qué estaba alargando?

¿Era posible qué… estuvieran juntos?

Dios, quería descartar esa idea. Claro que quiero que ella sea feliz, pero es tan sorpresivo. Siempre hemos sido solo las dos.

—¿Después de todo qué?

—Lo hablamos luego de comer cariño. —Me dirigí a la cocina para acomodar la mesa.

En silencio observando de reojo a Carlos, puse los individuales, los platos, las tazas, las tostadas. Coloqué servilletas en cada lugar, serví el café en cada taza, repartí los huevos revueltos de manera equitativa. El silencio no era incómodo, pero si me generaba cierta ansiedad…

—Ahora si habla mamá. —Fui algo… impaciente.

—Primero como y luego hablo, ¿ok? —Sus ojos estaban firmes, algo seria.

Era serio, tal vez es lo que estoy pensando.

Comimos en silencio por 20 minutos, yo estaba atragantándome. Como digo, estaba ansiosa.

—¿Cómo te fue en Buenos Aires? Entregaste todos los papeles para el regreso, o quedó algo pendiente. —Fruncí el ceño. Ese no era el tema que yo quería abordar.

—Mamá…

—BIEN. Carlos y yo estamos juntos, ¿bien? Eso era lo que querías escuchar, o bueno confirmar. —Carlos comenzó a toser, se atoró con su ¿saliva? Yo entrecerré los ojos hacia mi madre.

Vale. Muchas emociones me atravesaron. Estaba feliz por ella, se veía más radiante, más viva. Luego, estaba algo conmocionada, ya no éramos solo las dos, había alguien más. También melancólica, recordando ciertas veces que conversamos de esto, y ella afirmó no encontrar alguien con quien compartir su vida.

Nací para estar sola, solo contigo pericota.

Y supongo que mi cara demostró todas las emociones que me albergaban, por que inmediatamente se levanto para acercarse a mí.

—Cariño…

—Estoy feliz por ti mamá. —Su abrazo fue más chocante, tendría que compartir su amor con alguien más—. Es sorpresivo, por que no niego que me hubiera gustado saber desde cuándo empezó o cómo se dio. Pero los veo bien…

—Quiero que sepas que amo a tu madre, mis intenciones son genuinas. —dijo Carlos, acercándose con cautela.

—Quiero que tus intenciones sean serias. Quiero que la quieras y protejas. Hazla feliz, que dure lo que ella o ustedes decidan que duren, pero no la lastimes. No quiero verla derramar ni una sola lágrima por ti, no quiero ver ni un solo pelo suelto o un rasguño provocado por ti. Sé el mejor hombre y pareja para ella. ¿Me oyes?



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 05.10.2024

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