Aria
El gimnasio se había vuelto uno de mis lugares favoritos. Podía liberar la frustración e ira que tenía encima.
Estaba en el proceso de ira, ya había pasado la negación. Y mientras más rápido llegara a la aceptación volvería a hacer la misma de antes.
Cuando decides borrar a alguien de tu vida, debes cortar todo de raíz. Y sí puede que se sea un poco drástica, pero era mi manera de curar.
Seth no podía culparme por como yo curaba lo que él rompió.
Y para cortar de raíz, hice cosas… Lo bloquee por todas las redes sociales, habidas y por haber, borré su número de mis contactos, separe todos sus regalos, guarde todo lo que me recordaba a él. Como el llavero de pez, fue un regalo en la secundaria, lo tire al baúl de recuerdos, era el lugar donde debía quedarse él.
Aún faltaba algo por hacer… Eliminar las fotos juntos, esas fotos cuando me visitó en Buenos Aires, cuando fuimos felices sin saberlo.
Las lágrimas ya no me salían, se secaron cuando llegué a casa y lloré por horas en silencio. Mamá ya es feliz, quién soy yo para arruinar eso.
Solo mi almohada y yo. Sin embargo, no tuve el valor de borrar las fotos. Duele.
—¿Todo bien? —Daniel recién duchado era un estimulante erótico. Mi sonrisa ladina le dio la señal para acercarse y halarme hacia él.
Sus labios sabían a menta, la pasta dental habitual. Sus leves mordidas me prendían en segundos. Llevamos en esto casi 4 días.
Si, más de 72 horas y no tengo noticias de él. Y tal vez es mejor así.
Anulé mis pensamientos y me dejé llevar por el momento. Por la dulzura de Daniel.
Sé que esconde ese lado salvaje, ese lado que quiero despertar. Lo romántico y sublime no va mucho conmigo.
Le quité la camiseta, dejándolo con el pantalón deportivo. Afortunadamente a esta hora de la mañana el gimnasio estaba desolado, mucho mejor para nosotros.
Sus manos eran rápidas con el brasier… Y todo se fue a la mierda cuando escuché toser a alguien.
—No pensé ver el espectáculo tan pronto. —Su voz, ¿cargada con veneno?
¿Estaba molesto? Bien podría irse a la China.
Daniel se separo y me cubrió con su cuerpo, dándome opción para cubrirme.
—Deberías tocar antes de entrar, ya sabes, así evitas interrumpir. —Oh no, la tensión se podía palpar a kilómetros.
Acaricié sus hombros bajo la atenta mirada de Seth.
Daniel me dio esa sonrisa maliciosa, sorprendiéndome y nublando mis sentidos con el beso que me plantó. Mordidas, succiones, apretada de glúteo.
Mierda, desperté a la bestia.
—Cuando terminen, ¿podemos hablar? —Me alejé un poco y pedí tiempo a Daniel.
Esta conversación iba a pasar, va a pasar.
—Te veo en el departamento. —Se fue después de rozar mis labios.
Verlo partir, me generaba cierta melancolía.
Debía hablar con él, después de asegurarme que él se cuidaba solo, no volvimos a tocar el tema.
—Ya veo porque no te vi en el aeropuerto —dijo luego de que Daniel desapareciera del radar.
—Ya había alguien que fuera por ti, así que no veo cuál es el problema. —Sus cejas fruncidas no iban a confundirme.
—Te quería a ti ahí. —Ja, ahora es caprichoso.
—Lamento decirte que no puedo cumplir todos tus caprichos Seth.
—No era un capricho, quería verte, quiero verte. Por eso vine a verte, aunque ya veo que tienes con quien divertirte.
Mi risa inundó el espacio, una sarcástica y cargada de veneno.
—No me escribes, no me llamas, te apareces después de casi 4 días después de haber llegado y ¿ahora dices que me querías ver? —Sus ojos se veían sorprendidos.
Ya era hora que me conociera en esta faceta… Bien por ahí dicen que nunca llegas a conocer del todo a una persona.
—En verdad no sé qué ocurre contigo. Esperaba otro recibimiento.
—Muy tú cambiar de tema, si es todo lo que tenías que decir, puedes irte.
Su rostro casi siempre imperturbable, hoy demostraba todo y nada. Podía leer ira, algo de tristeza y como si estuviera conteniendo algo.
—Bien, veo que estás molesta. —¿Molesta? Es poco, quiero golpear su cara y reclamarle por todo.
Por mentirme, por… por… por ser un completo idiota. Y golpearlo por hacerme sentir tan vulnerable.
—Así que arreglaremos esto a la vieja escuela. —Voltee a verlo y se había puesto los guantes de box. ¿Está loco?
—¿Qué haces? ¿Por qué tienes los guantes de box?
—Quiero que desquites toda esa furia conmigo. Si hacer eso hará que se te pase, adelante. Golpéame. —Sí, se había vuelto loco.
No iba a golpearlo, quería sí. Pero de ahí a hacerlo…
—Estás loco. No voy a golpearte…
Se acerco en dos zancadas, y me tomo de los brazos y me pegó a él.
—Mírame.
No, no, no.
Aria no.
—Seth, es mejor… —No termine la frase por que su puño impactó en mi costilla izquierda.
—Si tú no atacas primero, lo haré yo. Tengo cierta curiosidad, ¿en verdad practicas boxeo?
Oh no Seth.
—Claro que sí. —Mi puño impactó en él. Exactamente en su pómulo izquierdo.
Y puño tras puño, los flashes pasaban por mi mente. Uno tras otro.
No salían lágrimas, solo ira pura.
Él se cubría, su bloqueo cuidaba su rostro y cabeza. Mientras yo recordaba todo.
Sus mentiras, sus sonrisas, sus labios sobre los míos, a Valentina corriendo a él.
—¡Aria! Detente. ¡Detente! —Su voz me hizo retroceder y me horroricé. Le rompí una ceja.
—Me quedó claro que sí golpeas, y duro.
—Vete, ¡vete! —Su ceño se frunció. Intentó acercarse, pero algo lo detuvo.
—¿Qué pasa? Aria mírame. —Se quitó los guantes y sostuvo mi rostro.
La nariz comenzaba a picarme y no es buena señal.
—¡Qué te vayas Seth!
Si no quería llorar, había algo por hacer…
No. No. No.
Aria no.
Si, es eso o llorar. Y no puedo dejar que me vea derramar una lágrima por su maldita culpa.
Recuerda a Valentina. Recuerda a Daniel.