Aria
Decir que un día en el spa solucionaba mis líos emocionales, era mentir. Pero sí que me distraía. Sobre todo, cuando masajeaban mis pies, mis piernas, era desconectar por al menos unas horas.
Arreglarme el cabello, las uñas, el rostro con tratamientos y más, no es lo mío. O bueno no era lo mío. Desde hace unos años, desde qué conocí a Sam exactamente, comencé con este vicio. Cada mes me retoco las uñas, asegurándome de dejarlas respirar también, mis cejas que me dan batalla cada 20 días, por que creen rápido y mi piel mixta que cuando me sobrepaso con los antojos me cobra factura.
Y como en unas horas tengo que ponerme la máscara de la indiferencia, debo lucir como una diosa.
Empoderada, sensual y provocativa.
Después de todo, no los veía desde hace muchos años. Y rogaba por que no fueran todos. No me apetece ser hipócrita y fingir que todos me caen bien, cuando no es así.
Mi mamá decía que si tú no demostrabas como te sentías en ese instante en tus expresiones faciales, les era más difícil saber cómo te encontrabas. Así que yo siempre usaba mi cara de póker cuando quería proteger mi coraza.
Ayer demostré debilidad… La situación pudo conmigo.
Y ni el maquillaje perfecto que ahora veía en mi rostro, ni el hermoso color de uñas que seleccione podía quitar la desazón que sentía. Odio sentirme vulnerable.
—¿Le gusta cómo quedó? —preguntó la estilista con sonrisa risueña.
—Me fascina. Gracias, está vez se lucieron. —Sonreí mientras me colocaba los pendientes.
El espejo mostraba una mujer sensual, segura de sí. Con un aura enigmático, coqueta.
Esperaba que la noche no fuera larga…
***
El atuendo seleccionado para la noche fue un vestido color azul marino, que se acentuaba y resaltaba mis curvas, su escote corazón. Dejaba a la vista mi cuello y la curvatura de mis pechos.
Mil veces preferiría usar zapatillas que tacones, pero no quería arruinar mi outfit. Combiné el vestido con tacones en color beige. Un bolso par guardar lo necesario y estaba lista.
—Estás hermosa —dijo mamá al verme parada en el espejo.
Decidí cambiarme aquí para verla un tiempo. Y asegurarme que todo estuviera bien, aunque no podía negar que extrañaba despertar y sentir su presencia por todos lados.
—Gracias. La belleza que herede de ti. —Su sonrisa decayó por un segundo luego de verme con brillo en los ojos.
—Por supuesto, buena genética princesa. Ya sabes que, si necesitas que pasemos por ti, me llamas y Carlos y yo pasaremos por ti. -Asentí dejando que coloque la gargantilla en forma de llave.
—Te escribo al llegar para que no te preocupes —dije saliendo del departamento de ella.
Y cumplí escribiéndole luego de bajar de taxi al llegar al punto de encuentro.
La casa que alquilaron estaba en el centro de Lima, por fuera se veía de antaño, aunque muy bien cuidada. Las luces prendidas me indicaban que todos estaban ya dentro o debían de llegar pronto. Eran casi las 8 de la noche cuando toque el timbre, esperando ver a mi amigo de ojos miel.
Unos nervios se apoderaron de mí en ese instante. Seth tal vez estaba dentro, y no había hablado con él desde que me fui de la cafetería. Inmediatamente llegué a casa apagué el celular con la necesidad de dormir, cosa que no hice por que estuve pensando en él toda la maldita noche.
—Hey, bienvenida. —Los ojos miel de Leonardo me escanearon de pies a cabeza sonriendo como confirmando algo que su mente imaginaba—. Llegaste un poco tarde, ya casi todos llegaron.
Torcí los labios siguiéndolo por el pasillo principal. La casa guardaba un estilo colonial, los candelabros en el techo, las tonalidades entre cremas y dorados. La música se oía alto, reggaetón para ser exactos, del antiguo.
Mis tacones resonaban llamando la atención de todos cuando ingresamos.
La supuesta reunión de reencuentro era en sí una fiesta. Caras totalmente desconocidas para mí habitaban por toda la estancia, muchos pares de ojos se fijaron en mi atuendo para nada disimulado.
Mi mirada altiva se paseaba por todos los rincones, queriendo hallar alguna cara conocida, tal vez ver a Sam o Pablo los más bromistas del aula, o a Nathan, Tom, Luis, que llevaba tiempo sin verlos.
Sabía que Marcus estaba en Estados Unidos, así que no esperaba verlo. Aunque sí me sorprendió ver a Mark, entre los invitados tomando licor supongo de un vaso color azul. Levantó su mano como saludo y un asentamiento de cabeza.
Otra cara conocida que vi fue la de Nathalie, intentó esconder su asombro al verme. Quizás nadie sabía que estaba de regreso. Todos fueron testigos cuando abandone el país hace años.
Me dirigí a la barra improvisada que había en el centro de la sala, mis nervios aún no menguaban.
Y todo se fue a la mierda cuando vi entrar a mi tormento favorito. Lucía… sexy.
La camisa azul resaltaba el color de sus ojos y su porte varonil que me tentaba como un imán. Pantalón crema y zapatos negros. Su cabello estaba fijado con gel, tan bien que se ve al natural.
Vi como posó su mirada de manera rápida por todos los asistentes, hasta que dio con su presa, conmigo. Dejó a Leonardo en la entrada quizás recibiendo a alguien más, mientras él se acercaba a mí con pasos decididos. Y yo muriendo con las ganas de golpearlo y besarlo.
Algo contradictorio Aria.
—Te ves hermosa —susurró tocando algunas hebras de mi cabello.
—Tú no te ves nada mal. —Sonrío complacido cuando le di una repasada rápida.
—Lo tomaré como un cumplido. —Se acercó un poco más, rozando nuestros hombros—. No veo caras conocidas, ¿tú sí?
—Por ahí vi a Mark y Nathalie. Supongo que los demás llegarán más tarde. —Me encogí levemente de hombros bebiendo la copa de vino tinto.
—Sé qué no es momento de hablar….
—No lo es. —Lo corté, era muy temprano para amargar mi noche.
—Debemos…
—Lo sé. Pero no será hoy Seth. —Clave mi mirada sobre la suya. Demostrando que no daría mi brazo a torcer—. Lo de ayer no cambia nada, todo sigue igual.