Indomable

Capitulo Dos

La puerta de la casa es tocada un par de veces, Catalina baja las escaleras llegando hasta esta y tomando el picaporte la abre de sopetón encontrándose con Elena y su esposo Richard, quienes sonríen de oreja a oreja.

― ¡Ah, sabía que pronto vendrías! ― La muchacha se lanza a los brazos de la mayor.

― También estoy aquí, gracias ― suelta Richard rodando los ojos.

― Calla, tú, eres el accesorio ― se burla Catalina recibiendo una mirada indignada y sumamente fingida.

― Lo siento, estábamos cerca y decidimos venir ― Elena entra buscando con la mirada a su padre.

― Salió pero estará aquí para el almuerzo. ― La castaña le sonríe adivinando lo que su hermana busca, se conocen demasiado bien.

― ¿Dónde está Elizabeth? ― pregunta su cuñado dejando las maletas sobre el sofá.

― En el fango, como es costumbre ― rueda los ojos.

― No me extraña en absoluto ― Elena observa por la ventana de la sala de estar con una sonrisa, a diferencia de Catalina ella realmente ama ver a su hermanita interactuar con esos majestuosos ejemplares.

Elizabeth pasea lentamente alrededor del corral desde hace unos quince minutos aproximadamente, el corcel no ha quitado sus ojos de ella en ningún momento y bajo ninguna circunstancia; como ella, parece estar estudiándola a la perfección, no hay movimiento que él no detecte, no hay acción o gesto que no logre captar.

― ¿Qué puedo hacer para ti? ― Pregunta deteniéndose cerca del animal ― ¿Podrás darme la oportunidad?

El caballo relincha retrocediendo, claramente eso fue un “no” –aunque no pueda hablar- y es que el animal parece tener un antecedente bastante difícil, de no poder rehabilitarse tendrá que ser sacrificado ya que tampoco tiene la capacidad de estar en compañía de otros caballos sin iniciar un ataque contra ellos.

Generalmente todos los equinos presentan un comportamiento innato que consiste en instintivamente intentar desembarazarse de lo que tienen sobre sí mediante cualquier medio, esto ocurre porque muchos predadores intentan trepar o saltar sobre los lomos de sus presas, no sólo porque allí sus víctimas no pueden defenderse con mordidas o patadas, sino también porque desde esa posición tienen acceso al sector dorsal del cuello, lugar vulnerable de la presa pues en esa región se encuentran las vértebras cervicales, las cuales poseen forámenes transversos por donde pasan las venas y arterias vertebrales; un sólo mordisco aplicado en ese sector es suficiente para terminar con la resistencia de su víctima.

Este instinto natural es fundamentalmente el que el domador debe vencer para poder cabalgar sobre un equino –sea caballo, mula o burro-  y para ello, aplica un procedimiento que repite mucho de lo ocurrido con esas mismas especies en su proceso de domesticación, pero en vez de hacerlo a nivel especie esto se ve representado a escala individual.

Históricamente, los caballos fueron domados para servir en la guerra, como tiro del arado en tareas agrícolas, como instrumento clave en el trabajo ganadero, para emplearlos en el deporte de carreras y en el transporte de personas o cargas. Hoy, la mayor parte de esas tareas son cumplidas por maquinarias; aun así se continúa domando a los caballos con las mismas técnicas, muchas de ellas centenarias y hasta milenarias y Elizabeth siempre ha estado en contra de tal tarea, especialmente si esta es por tradición, costumbre o diversión; nunca se ve el sufrimiento del animal sino lo que se puede sacar de ello –generalmente dinero-.

Sabiendo que ella sola jamás podría terminar con tales actos siempre hizo lo posible para mantener sano, cómodo y feliz a cada uno de los caballos que llegaron al rancho; no importaba su edad, raza, lesión o trabajo que realizara el animal ninguno fue menos que otro y a todos les entrego lo mejor de sí, tal es así que los corceles sabían darle su amistad y respeto mucho antes que a su padre.

― No temas, no voy a hacerte daño ― abre la puerta entrando con cuidado. ― ¿Sabes? He hecho muchas cosas lindas para otros como tú ― camina dando un paso a la vez hasta el animal pero este retrocede al mismo tiempo que ella avanza. ― Rayos, no vas a dejarme acariciarte, ¿Verdad?

― Elizabeth, tenemos un cliente que espera en la entrada del rancho pero tu padre aun no vuelve ― un muchacho habla desde fuera del corral.

― Ahora voy ― lo observa asintiendo.

― No te molestes, parece ser un cascarrabias ― señala al negro corcel como si fuese un caso perdido.

― No pierdo las esperanzas Tom ― sonríe encaminándose a la salida y escuchando el relinchar del animal detrás de ella ― No festejes, volveré ― cierra la portezuela viéndolo.




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