Indomable

Capitulo Doce

Los rayos tibios del sol se cuelan por la ventana calentando sus pies y parte de la cama, se despereza parsimoniosamente y abre los ojos clavándolos en la  copa de los árboles que puede visualizar desde el lecho, suspira y observa el reloj de la pared; son las diez de la mañana, es la primera vez en mucho tiempo que no despierta a primera hora para trabajar con su papá. Rueda los ojos, recordar que se le ha prohibido acercar al rancho solo porque quiso ayudar a Tempestad le pone de malas, no ha sido para tanto, al menos eso cree ella…

Mientras se incorpora y su cabello desordenado y largo cae por sus hombros y espalda decide que al menos los primeros días puede ocuparse de sus cosas pero no sabe hasta qué punto podrá soportar esta “restricción”.

Baja de la habitación, prepara una buena taza de jugo de naranja y algo para comer, se siente extraña al no ver a sus hermanas pero recuerda pronto que Elena trabajaba temprano y Cata se encuentra en sus clases universitarias, ¿Qué hará entonces?  Caray, parece caer en la cuenta de que se encuentra más sola de lo que pensaba…

Se coloco mis tenis, deja la chaqueta que suele usar siempre y sale con una manzana en la mano rumbo a los parrales del vecino, está segura de que no le importará al dueño que los recorra un rato; no hay mejor forma de tranquilizar el alma luego de una rabieta –sea cual sea la magnitud de la misma- que un buen paseo, una brisa suave y el cálido sol sobre uno. Apenas deja la casa escucha las risas de Tom y los demás ayudantes, observa  a su papá hablar animado con los trabajadores y rueda los ojos, en algún momento va a necesitarla, lo sabe y está completamente segura; recorre los senderos del frente de la casona, hoy no lleva su característico sombrero sino una bandana color crema con algunas perlas como decoración –regalo que Elena me trajo hace unos días-, debe admitir que se siente bien darse algo de tiempo una para consentirse o para “ponerse linda”, ¿No?

― ¿Elizabeth? ― Una voz femenina llama su atención en la entrada de los parrales.

― ¿Si? ― observa a la muchacha que la ve curiosa. ― ¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre? ― ladea la cabeza.

― Soy hija de Gregorio, el dueño de los parrales, solíamos jugar juntas cuando éramos niñas ― le sonríe.

― Claro, te recuerdo, aunque no a tu nombre ― ríe avergonzada.

― No te preocupes, es normal, llevamos muchos años sin vernos ― se acerca a ella ― Mi nombre es Beatriz.

Ambas comienzan a caminar entre las parras, recuerdan uno que otro juego que solían inventar para pasar el rato y las largas horas de juego, hablan sobre sus gustos, como la vida de cada una cambió luego de los quince años y qué decidieron hacer con su vida.

― No me asombra que hagas los mismo que tu papa ― ríe ― Siempre te ha gustado, solías verlo por horas ayudar a muchos caballos.

― Sí ― sonríe ― ¿Y tú? Creí que trabajarías con el tuyo pero desapareciste un tiempo.

― Oh ― sonríe negando ― Mi mamá se volvió a casar y nos mudamos lejos de aquí, parece que Terracota no era el lugar soñado por ella y solo, nos fuimos.

― Ya veo ― asiente ― Entonces, ¿Estas de vacaciones?

― Algo así, aun no lo sé, mi padre quiere que me quede con él y mi hermano Caleb pero mi madre me presiona para que regrese ― se encoge de hombros. ― Supongo que tengo tiempo de averiguar qué es lo que quiero.

― Seguro que sí ― responde mientras toma asiento sobre las rocas junto a la última hilera de parras.

El silencio las invade de pronto, no tienen la confianza suficiente como para hablar sobre temas más profundos o relevantes pero la compañía se agradece especialmente sabiendo que ambas pasan por situaciones que las ponen a decidir qué es lo que quieren para sus vidas.

― ¿Quieres ir a casa? Tengo un pastel de chocolate en la nevera ― sonríe.

― Oh ― susurra viéndola, ¿Debería?

― Sé que no somos amigas realmente y que no tenemos mucho en común pero eso no tendría que impedirnos serlo, ¿No crees? Ambas estamos solas aquí, sin otras mujeres como nosotras, ya sabes que no piensen todo el tiempo en ropa ― ríe.

― Es verdad ― secunda divertida ― Vamos, muero por ese pastel.

― ¿De veras? ― sonríe a mas no poder, para Lizzy es la reacción más tierna que una chica podría tener, ¿Acaso realmente se encuentra tan sola como hace parecer? ¿Sera que pueden compartir más que una charla amena?

― De veras, podemos ser amigas, tú lo has dicho ― se pone de pie viéndola.




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