Indomable

Capitulo Veintiuno

― ¿Les gustan los pimientos? ― pregunta Bruno, hermano de Beatriz, mientras corta rápidamente los vegetales.

― Sí, me fascinan ― responde la rubia ayudando a su amiga a preparar la mesa.

― Que bueno, siempre debo preguntar a Beatriz si quiere tal o cual cosa en la comida ― ríe.

― No es mi culpa tener un paladar refinado ― agrega la aludida orgullosa.

― Más bien caprichoso ― reprocha el muchacho riendo ― Pero te lo respeto, aunque me haces la tarea más difícil.

― ¿Siempre cocinas? ― pregunta Elizabeth.

― Mayormente, me gusta hacerlo y nuestros padres no suelen tener esa tarea en mente ― se encoge de hombros.

― Bruno ha estudiado cocina desde que tengo memoria, sus platillos son una delicia es por ello que prefiero que él me los prepare ― palmea la espalda del chico.

― ¿Y a ti? ¿Qué verduras te disgustan? ― el ojiverde observa a la rubia con interés.

― La verdad es que tengo un buen apetito y me gusta todo lo que existe ― Ríe.

― Me has hecho el hombre más feliz ― todos ríen ― Al menos ahora tengo alguien que pruebe mis platillos sin quejarse de los pimientos, la cebolla, la zanahoria o las especias. ― observa divertido a su hermana.

― ¡Bueno ya! ― lo golpea en el hombro ― Termina de una vez, muero de hambre.

Entre risas y juegos los tres terminan de preparar el almuerzo, los omelettes han salido con buena pinta y ni hablar del resto de los platillos que Bruno preparo con tanto esmero y es que los hermanos están constantemente muy solos, tener visitas es cosa de celebración puesto que su alocada madre vive en la ciudad con muy ajetreada “vida moderna” y su padre, un hombre calvo y bastante amoroso, se ve en la obligación de viajar con frecuencia para poder mantener sus negocios al pie de la letra y traer más y nuevos clientes cada cierto tiempo.

Elizabeth toma su cabello en una coleta alta, chequea su móvil mientras los mensajes de su hermana pidiéndole que le envíe sus medidas exactas para poder poner en práctica una nueva técnica que ha adquirido en sus recientes clases de costura –curso que toma aparte de sus estudios universitarios esperando poder comenzar a hacer su propia ropa con antelación a su graduación-, sonríe ampliamente, Catalina pone todo de sí para  cumplir su meta; antes de volver a centrarse en sus amigos nota un mensaje de texto no leído proveniente del número de cierto jinete cabezotas.

 

Elijah.

“Quiero darte las gracias por todo, estaba pensando en darte algo pero teniendo en cuenta tu renuencia a aceptar que las personas se preocupen por ti pensé que probablemente no te agradaría, pero, tuve la brillante idea de invitarte a cenar, ¿Qué dices?”

 

Sonríe, ese muchacho tiende  a hacer sus mensajes divertidos y hasta entretenido con sus suposiciones infundadas, ¿De dónde saca que ella no quiere un regalo? ¿Por qué supone que no desea que las personas se preocupen por ella? ¡Ja!  

 

Elijah.

“Sé que observas el mensaje riéndote y pensando en mí, ya acepta mi propuesta o me verás en la ventana de los Calvin.”

 

Frunce el ceño negando mientras la risa brota de su boca, ¿Es en serio?

Deja el móvil sobre la mesita nuevamente y se encamina a la cocina donde el aroma a comida caliente y recién hecha llama a cualquiera que pasé cerca de las ventanas de la sala de estar, definitivamente Bruno tiene un gran talento para esto; estando a unos pasos del cuarto puede escuchar como susurran su nombre, voltea asustada para encontrar a Elijah postrado en la ventana con una enorme sonrisa gatuna –y la enorme dificultad para aguantar la carcajada-.

― ¿Qué haces aquí? ― ríe.

― Te dije que si no me respondías me encontrarías en la ventana de tus amigos, por cierto, me ha costado mucho sortear esos malditos perros. ― Rueda los ojos al final de la oración.

― Esto puede ser llamado acoso ― cruza los brazos sobre el pecho viéndolo divertida.

― También puede decirse que una pérdida dolorosa de la dignidad ― comenta como si fuera lo más natural.

― ¡Elizabeth, se enfría! ― La voz de Beatriz los sorprende.

― Vete ya, no quiero tener que dar explicaciones de porque un desconocido y lunático se encuentra pegado a la ventana ― corre las cortinas instándolo a marcarse.




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