Indomable

Capítulo Veintiseis

Elizabeth se despereza entre las sábanas de su cama para suspirar sonoramente y fijar la vista en el techo la habitación, sonríe aun teniendo los ojos cerrados recordando a Elijah, a su beso y a cada segundo que pasó en su compañía la noche anterior; toma su móvil sacándolo del cajón de su mesita de noche para notar que ya tiene mensajes de su pretensioso jinete y de su amiga Beatriz.

Se incorpora dejando sobre la almohada el mismo, toma algunas de las prendas que reposan sobre su estantería y se decide a tomar un largo baño, hoy comienza un nuevo día y tiene mucho por hacer; desde pedir información sobre la carrera a estudiar en la universidad, imprimir los requisitos necesarios para poder inscribirse como es debido y buscar a su padre para poder hablarle de sus planes, de Galeón y de Tempestad puesto que aunque ha estado algo distante del rancho y de sus antiguas responsabilidades en el mismo no ha olvidado a esos dos animales y por el contrario ha podido investigar y tomar notas desde su ventana para saber qué es lo que necesitan para mejorar.

Apenas el agua caliente la recibe se deja ir en un mar de tranquilidad, esperando poder estar tomando las decisiones adecuadas. Sonríe, se siente bien, se siente muy bien, ¿Es eso tan malo? No, no lo era, no había hecho nada como para sentir culpa o arrepentimiento.

 

Catalina sube las escaleras rápidamente, toca la puerta de la alcoba de su hermana pero no responde, toca una vez más sin obtener nada del lado contrario por lo que rodando los ojos y pensando que seguramente aún está durmiendo toma la perilla y entra; grande es su sorpresa cuando no la encuentra allí, desvía la mirada hacia la cama donde la ropa limpia reposa y llega al entendimiento de que está usando el baño, volteando sobre su eje para salir un sonido la sobresalta, le pica la curiosidad cuando se repite nuevamente y buscando el causante de tal ruidito llega hasta la mesita de noche, donde reposa el móvil de Lizzy. Claramente hay varios mensajes en él, puede leer los nombres de Elijah y Elizabeth –cabe destacar que los del muchacho son varios- y frunciendo el ceño lo toma dispuesta a echar un vistazo, pero, para su desafortunada suerte no conoce la contraseña de Elizabeth, ¿Qué tiene que ocultar? En todo caso, ¿Qué hace allí? ¿Desde cuándo tiene estas actitudes que tanto ha reprochado en sus amistades más íntimas? Definitivamente no estaba en sus cabales, no, ella no era ese tipo de mujer y eso la llevó a dejar otra vez el celular en su respectivo lugar para salir del cuarto cerrando con cuidado, odiaba lo que le sucedía, odiaba no poder sentirse ajena a esos mensajes, odiaba que le doliera el pecho de la forma en que lo hacía.

― Buenos días ― saluda alegra la rubia mientras entra en la cocina donde su familia está reunida.

― ¿Cómo estás pequeña? ― Su padre pregunta desde la cabecera de la mesa mientras quita su mano del rostro dejando ver un enorme hematoma violáceo.

― ¡¿Pero qué te sucedió?! ― casi grita de la impresión.

― Bueno, Tempestad no está siendo el mejor de los pacientes ― bromea bebiendo su café.

― Papá, vas a terminar herido uno de estos días ― rueda los ojos buscando en la nevera un paquetito helado para el golpe de su padre, nada mejor para los golpes duros que el frío.

― Me alegra que lo entiendas después de todo ― asiente viéndola como si algo en ella hubiera cambiado.

La rubia frunce el ceño, le tiende el paquete helado y procede a preparar una jarra de jugo fresco, las palabras del hombre retumban en su mente: antes las consideraba una molestia, pensaba que no veían que ya era mayor para cuidarse sola pero, ahora, tienen un significado más grande.

― No lo puedo creer ― Elena toma asiento frente a su padre ― ¿De nuevo?

― ¿Qué te puedo decir? ― sonríe el progenitor.

― Arthur, debes tener un doble de acción para estas tareas ― añade Richard palmeando la espalda del hombre.

― Pensé que tú me suplirías ― ríen ambos ganándose una mirada de advertencia de la mayor de las herederas Jenkins.

Mientras Elizabeth prepara unos buenos omelettes para todos puede ver por la ventanita de la cocina como Tomas y otros cuantos ayudantes tienen problemas para dominar al corcel negro y testarudo, suspira, sabe que es una de las tareas más difíciles y si no es llevada a cabo a la perfección entonces nunca podrá terminar el tratamiento y lo más probable es que sus dueños decidan sacrificarlo…

― Catalina, cariño, siéntate ― Arthur sonríe ― No me platicaste sobre el proyecto de emprendimiento que estas evaluando con tus amigas, sabes que me encantaría apoyarte.

― ¿Sí? ― Elena la ve sonriente ― También me apunto, me gustaría darte una mano.




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