Indomable

Capítulo Treinta

La noche transcurre de manera sumamente lenta para Elizabeth, el aire frío se hace notar provocando que se acurruque en su lugar, observa el rancho silencioso, Galeón fue retirado esa misma noche con su alta y Tempestad parece estar tranquilo por lo que toda la estancia está sumida en un sepulcral silencio; suspira, son las cuatro de la mañana y aun no puede conciliar el sueño, Elijah no ha enviado textos ni nada parecido y su hermana no le ha dirigido la palabra el resto de la cena… ¿Es ella realmente culpable? Porque siente que no, que no ha hecho nada para ofenderla, que las cosas sucedieron de esa manera porque así debía ser y no porque ella decidiera traicionar a su hermana –como Catalina asegura con tanto fervor-.

Toma asiento en la ventana, le gusta que el aire acaricie su piel, que mesa sus cabellos lentamente, eso siempre le ha calmado y la ha ayudado a pensar con claridad, pero, la realidad es que no hay nada en su mente; está en blanco, no hay ideas, no hay soluciones… solo un profundo deseo de ver al jinete…

― Mierda ― masculla tomando sus zapatos y saliendo de la habitación.

Todos dormían mientras ella silenciosamente salía al exterior, necesitaba tranquilidad mental y solo la tendría con sus amados caballos. Paseó por los establos, solo quedaban aquellos corceles que pertenecían al rancho puesto que los que estaban en tratamiento por alguna lesión había regresado a sus hogares ya listo para continuar, hasta Galeón había salido de allí… Solo quedaba Tempestad, el cual –por cuestiones de su padre y su dueño- seria sacrificado en unas semanas ya que el animal ni siquiera podía estar en contacto con los suyos sin iniciar un pleito.

Lo observó mientras se acercaba al corral, el animal pastaba tranquilo, ¿Acaso la soledad le sentaba tan bien como lo hacía parecer? Era triste, que ni siquiera pudiera disfrutar de estar entre otros caballos… ¿Qué le habían hecho? ¿Qué tanto había sido dañada su psiquis?

― De verdad lo siento, no sé qué hacer ― suspira  viéndolo.

Abre la puertecilla del corral, entra en el mismo dejándose caer en el suelo a un lado mientras la puerta continúa dando paso libre al animal, este la observa y luego a ella; relincha un par de veces moviendo las patas, está más que claro que no le agrada la presencia de la rubia allí pero ella no dará el brazo a torcer. Sin demoras Tempestad arremete contra ella, Elizabeth logra ponerse de pie adivinando las intenciones del animal pudiendo así evadir el golpe. Voltea a verlo, desafiante, le sostiene la mirada, si no puede ser rehabilitado es mejor que se vaya, que huya por los campos y no sea sacrificado pero ello no puede serle explicado al semental.

― Vete, vamos ― susurra.

El animal nuevamente la enfrenta, relincha repetidas veces y fuertemente pero no sale del corral, no atraviesa la puertecilla y eso pone nerviosa a la  chica, ¿Por qué no se va? ¿Por qué sigue ahí?

― Vamos, sal por esa puerta, tienes que irte ― camina a su alrededor intentando de alguna forma instarlo a huir. ― Vamos…

Las luces de la casa se encienden de pronto, voltea sorprendida puesto que no esperaba que eso se diera y si se trata de su padre habrá serios problemas –puesto que le ha pedido que deje al animal-; retrocede intentando salir del corral pero tropieza con el comedero haciendo demasiado ruido, llamando la atención no solo de quien este deambulando por la casa sino que Tempestad arremete contra ella asustado, Elizabeth no lo vió venir, no pudo siquiera pensar en hacerse a un lado por lo que recibió el golpe de las pezuñas del caballo y salió despedida contra la bayas del corral quedando inconsciente en el suelo mientras el corcel no dejaba de relinchar y retrocedía.

― ¿Por qué tanto escándalo? ― Catalina salió de la casa, bajó los peldaños de la pequeña escalinata observando en la oscuridad, el corral estaba a varios metros, notó la puertezuela abierta y lo primero que pensó es que un ladrón había ingresado. Rápidamente regresó a la casa. ― ¡Papá, Richard, despierten!

― ¿Cata? ― Elena salió de su habitación seguida de su esposo quien tallaba sus ojos con cansancio.

― Hija, ¿Qué sucede? ¿Por qué tanto alboroto? ― preguntó Arthur algo preocupado.

― El corral del caballo está abierto, quizás hay un ladrón en la estancia ― explicó entre gestos.

― Quédense aquí ― Richard observa a ambas mujeres y se encaminó a la entrada de la casa.

― Llamen a la policía en caso de que escuchen algo más ― el padre de ambas siguió a su yerno.

― ¡Elizabeth, baja! ― llamó la mayor de las Jenkins sin obtener respuestas.




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