Indomable

Capítulo Treinta y Siete

― Entonces, no es lo tuyo ― Lila pasa las páginas de una revista sin interés mientras observa a su hija por encima de sus anteojos.

― Es que no es lo que quiero, pensé que si estudiaba esta carrera podría estar más cerca de aprender lo que requiero para interactuar con caballos ― se encoge de hombros ― Pero no es así, es muy extenso todo y poco centrado en la medicina equina, para cuando haya terminado habré perdido mucho tiempo para estudiar algo más.

― Bueno, comprendo el punto ― asiente ― No entiendo la fascinación que tienes con esos animales pero si te gusta no tengo porque negarte nada, podrías buscar alguna carrera que esté orientada pura y exclusivamente a la terapia de caballos o terapia para personas con contacto de equinos, no lo sé. Las posibilidades son muchas.

― Lo sé, pero no sé qué dirá papa ― rueda los ojos ― Me envió aquí solo para alejarme del rancho porque está completamente loco.

― Tu padre puede ser muchas cosas pero no es loco, es un hombre que se preocupa por ti ― ríe. ― Tan solo habla con él.

― Tu más que nadie sabe que no se puede ― responde sin pensar y la mujer se le queda viendo, es más que obvio que una de las razones por las que la pareja se divorcio es porque había poca comunicación entre ellos. ― Lo siento.

― Descuida ― responde algo seca.

― Me voy, quiero averiguar algo en la universidad antes de dejarla por completo ― se pone de pie.

― ¿Qué cosa? ― la imita.

― Pues, quiero saber si tienen alguna idea de cómo orientarme, tal vez sepan dónde puedo ir o quien tiene el tipo de estudio que busco ― se encoge de hombros.

― Creí que era por un muchacho ― ríe negando con la cabeza ― No cambias Lizzy.

La rubia la ve en silencio, dio media vuelta y dejó que su madre siguiera hablando, no podía fijarse en un muchacho cuando acaba de romperle el corazón uno y no uno cualquiera sino alguien sumamente especial, alguien que supo meterse bajo su piel y hacer caer todas esas barreras naturales que tenía ella con el sexo opuesto.

Tomó su chaqueta, las llaves y antes de salir de la casa al fijarse en el espejo quitó su sombrero y lo dejó sobre el sofá tras un suspiro cansino. Apenas se encontró fuera del complejo habitacional respiro con alivio, como si hubiera dejado en el lugar todas las penas, los pesos de ser quien es y de no saber qué es lo que realmente desea en su vida… Siempre había estado segura, ahora que ya no estaba cerca del mundo en el que había solado una vida se veía ajena y difícil de volver a formar parte; peor aún, no estaba siquiera cerca de entender que pasaba por su mente, por su vida tan caótica últimamente… ¿Era esto normal? ¿Todos pasaban por un momento en el que las cosas se ven tan mal que parece no haber salida?

Llegó hasta un café poco conocido, era tranquilo y acogedor y la mujer mayor que lo atendía era la cereza del pastel, era ese tipo de mujer que con un par de palabras hacia que el sol volviera a brillar para cada persona, eso era lo que amaba del lugar; tomó asiento en las mesas fuera del edificio colorido y floral –bien decorado-, suspiró y le hizo señas a la señora –iba tan seguido que todos conocían ya lo que habitualmente pedía-.

― Aquí tienes ― le sonrió. ― Te veo algo apagada niñita.

― Sí, estoy algo triste… ― suspiró. ― Nora, estoy algo perdida.

― ¿Y quién no lo está corazón? ― Ríe por lo bajo ― ¿sabes todas las veces que me perdí en la vida?

― ¿Muchas? ― La vió interesada.

― Pequeña ― tomo asiento lentamente frente a ella ― La gracia de la vida es eso, perderse, caer, sufrir, levantarse, quererse y arremeter con todo nuevamente sabiendo que puede volver a suceder pero aprendiste a sortear algunas cosas; si te resulta fácil, entonces, algo estás haciendo mal, ¿No lo crees? ― toma sus manos con cariño, ese cariño que suelen darte las abuelas ― Si te pierdes, no esperes a que alguien te encuentre, guíate sola, encuéntrate a ti misma tu sola.

Nora se alejó tranquila, varios de sus habituales clientes estaban llegando y ya  a la espera de sus deliciosos licuados y postres, Elizabeth prueba su porción de torta mientras las palabras resuenan en su cabeza sin cesar una y otra y otra vez; es cuando se ve sobresaltada por Lucas quien se deja caer estrepitosamente en la silla de al lado.

― ¿Cómo estás? ― intentado no reír por la reacción de la rubia.

― ¡Dios, vas a matarme! ― Rueda los ojos.

― Por favor, estas muy alejada de la realidad para que eso pase ― se burla.




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