Indómito

capitulo 2

CAPÍTULO 2

 

Pilar Hutton había nacido en el casco del haras El Paraíso.  Su familia era dueña de muchísimas hectáreas de campo y se dedicaba a la cría de caballos.  Tenía un hermano mayor, Estanislao, que acompañaba a su padre en las labores de la finca y algún día la heredaría por completo.  En cambio ella era mujer, lo que significaba que pasaba el día en la casa con su madre y una institutriz inglesa que le enseñaba artes, música, labores, cocina y todo lo necesario para ser una buena esposa y ama de casa.     Pilar además amaba leer y escribir.  Constantemente ordenaba por catálogo las últimas novedades editoriales y  todas las novelas clásicas que le pudieran conseguir.  Pero se aburría y quería más.  Después de leer Los Muchachos de Jo, supo que quería ser maestra, como su ídolo, Josephine March el inmortal personaje de Louise May Alcott.  Le costó meses de buena conducta, de impecables bordados cuyo frente y revés no mostraban diferencias de tanta prolijidad puesta en ellos atreverse a decírselo a su madre.  La cuál escandalizada le advirtió que no se le ocurriera decirle eso a tatita porque iba a enfurecer.  Para su padre una mujer que trabajara era una mujer de vida licenciosa, las mujeres decentes se quedaban en su casa ocupándose de su familia, salían sólo a misa los domingos y mantenían las manos ocupadas en labores y cocina.  Ya bastante le permitía que perdiera el tiempo con esas novelas inútiles que leía a toda hora.

Pero el deseo en el corazón de Pilar crecía y el día que cumplió 15 años cuando su padre le preguntó que deseaba de regalo y le ofreció la posibilidad de pedir cualquier cosa que ella quisiera.  Ella le pidió ir a estudiar para ser maestra.  Explotó el escándalo.  Esto es culpa tuya, tu hija tiene esas ideas en la cabeza porque no la educás bien.  Y también de Miss Kelly por compartir con ella ese gusto por las novelas de mujeres ociosas. Y que no, Tatita, que ellas no tienen la culpa, que yo deseo con todo el corazón enseñar y no podría nunca ser feliz haciendo otra cosa.  Y que de donde salen esas ideas, si vos vas a casarte, pronto, ya tengo varios candidatos que estoy evaluando. No, Tatita, por favor, no me haga eso, yo no quiero casarme aún, déjeme ir a estudiar o me voy a morir de pena.  El gritó que no.  Ella se encerró en su habitación.  Una semana más tarde no habían logrado que abriera la puerta de su dormitorio ni que probara bocado.  Le dejaban la bandeja delante de la puerta en las cuatro comidas y así como la dejaban la levantaban.  Adolfo Hutton y Estanislao emprendieron a patadas con la fuerte puerta de algarrobo hasta que la hicieron saltar de sus goznes y lo que encontró dentro de la habitación lo asustó tanto que entendió que tenía dos opciones: dejarla ir a estudiar o enterrarla en el camposanto.  Había perdido varios kilos, estaba pálida, sucia, con el pelo todo enredado y los ojos llenos de lagañas de tanto llorar.

Después de algunos arreglos vía telegrama se arregló que iría a estudiar a la ciudad con una sola condición, la tomaría bajo la tutela su tía Elvira a quien le rendiría cuentas de todo lo que hacía, sólo saldría de la casa para ir a la escuela y si la tía tenía la más mínima queja acerca de su conducta volvería al haras en el primer tren y se acabarían las locuras.

Pilar sabía que la tía Elvira tenía fama de ser implacable, más estricta aun que su hermano.  Pero confiaba en poder domesticarla y lo importante era tener la oportunidad de hacer lo que anhelaba. 

La casa de Elvira en la ciudad era el centro de la sociedad.  Había frecuentes tertulias y bailes.  Visitas ilustres del país y del extranjero y ocasiones de escuchar conciertos y cantantes.  Los estudios eran pan comido.  Su educación había sido de privilegio así que le llevaba bastante ventaja a sus compañeras.   No necesitaba esforzarse mucho para ser siempre la mejor de la clase.    En los tres años que pasó en la ciudad no sólo recibió tu título como enseñante sino que floreció para convertirse en una joven hermosa, de cabello color del cobre y los ojos grises de su abuela inglesa.  Pequeña, delgada, pero muy bien proporcionada aprendió a llevar con soltura y gracia los vestidos de moda.  No le faltaban pretendientes, pero tía Elvira se encargaba de mantenerlos a raya, aunque le gustaba que su sobrina destaque entre las demás niñas de su edad ya que, en el fondo, pensaba que su hermano Adolfo la estaba desperdiciando escondida en aquel tierral donde vivían.  Si lograra que se quedara a enseñar en la ciudad seguramente con el tiempo podría emparejarla con el hijo de alguna familia ilustre que le garantizaría un futuro de lujos.  Pero tanto ella como Adolfo eran tajantes en ese aspecto.  Cuando tuviera en su mano el título, volvería al haras.  Si quería enseñar que fuera en la escuela del pueblo así, al menos, la tendría bajo vigilancia.  Se fue con una baúl pequeño.  Y volvió con cinco.  Llenos de vestidos, a cual más hermoso, de fiesta, de día, de estar.  Miss Kelly no salía de su ensoñación.  Hacía tanto tiempo que no veía telas de tal calidad.

Rápidamente volvió a instalarse en su cuarto y en el haras.  Pero quería iniciar su labor lo antes posible, así que pidió al padre permiso para ir al pueblo a hablar con el Padre Oscar, quien por ahora era el que se encargaba de las clases escolares junto con una monja menos por vocación que porque no había quien lo hiciera.

Se decidió que ella tomaría su lugar y las madres del pueblo estaban encantadas de tener a tan adorable señorita a cargo de las clases, ya que los niños se quejaban de aburrirse mucho con la monja y el padre y costaba trabajo convencerlos de ir a la escuela.  De hecho la deserción a lo largo del año era importante y como el número de alumnos era muy pequeño, hacia el final del ciclo lectivo generalmente quedaban sólo dos o tres.




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