Indómito

capitulo 4

CAPITULO 4

 

El fiel perro estaba sentado a sus pies mientras Raúl Orellana afilaba unas herramientas sentado bajo el alero de su rancho.  De pronto, levantó una oreja, alzó la cabeza y quedo como escuchando un sonido invisible. Hocico arriba, husmeó en el aire y se levantó inquieto para salir corriendo a toda velocidad hacia el camino.  Orellana miró hacia donde había corrido Moreira y lo llamó.

-Moreira, venía acá!  Dejá de imaginarte cosas, perro zonzo

Forzó la vista en la resolana y barruntó una fina línea de polvo en el aire.  Quizá Moreira no estuviera tan loco.  Alguien venía en dirección al rancho.

Orellana se puso a la defensiva.  Entró a la casa y buscó su arma, que escondió bajo  la faja, en la espalda y se quedó de pie para estar más a tiro para lo que pudiera suceder.  Ya se veía la silueta de un jinete que se aproximaba al galope.   Cuando estuvo lo suficientemente cerca como ver su cara, se relajó un poco.  No parecía la autoridad, ni tampoco alguien que viniera de la ciudad, sin embargo decidió no quitar su mano de la empuñadura hasta no saber qué hacía aquel hombre  por aquellos rumbos perdidos.  Moreira también estaba atento, con el pelo del lomo un poco erizado.  Ninguno de los dos estaba cómodo con eso de recibir visitas.

-Buen día! – le gritó desde encima del caballo, a unos cinco metros de distancia.  Una distancia que se consideraba aceptable entre dos desconocidos.

-Buen día, amigo, ¿qué lo trae tan lejos?

-Busco al  Doctor Orellana.

Cien alarmas se dispararon en la cabeza del solitario habitante de la vivienda.

-El Doctor Orellana ha muerto.

La cara de desconcierto del visitante fue muy visible.

-No lo entiendo, me enviaron a traer un mensaje para el Doctor Raúl Orellana.  ¿Qué ha muerto dice usted?

-Mire amigo, no tengo tiempo para visitas sociales.  Mi apellido es Orellana, no sé de ningún doctor.  Si tiene un mensaje entréguelo y si no,  le voy a solicitar con toda amabilidad que se retire de mi propiedad.

-No se sulfure, compañero, tranquilo.  No mate al mensajero.  Mi nombre es Correa, vengo del Haras El Paraíso a traerle una misiva del dueño de casa.  Sólo sé que debo entregarla y esperar respuesta.

Acto seguido sacó de debajo del poncho un sobre de papel blanco doblado y se lo tendió.

Orellana dudó unos segundos, pero algo le había clavado un alfiler en el corazón.  Haras El Paraíso era donde vivía el ángel.

Se acercó aun con desconfianza y tomó el sobre.  Estaba lacrado.  Sacó su facón de la cintura y lo usó para abrir el lacre sin romper el papel.  Dentro, encontró una nota escrita con letra apurada y un poco forzada, como si de un hombre de pocos estudios se tratara.

 

Estimado Doctor Orellana, por la presento quiero agradecer el invaluable servicio que hubo prestado a mi hija, Pilar y a su alumna durante el incidente sucedido ayer en el pueblo.  Cómo  muestra de mi aprecio quisiera convidarlo a cenar en nuestra casa el sábado por la noche, para tener el honor de agradecérselo personalmente ya que, en este momento, me encuentro imposibilitado de cabalgar.  El portador de esta misiva le indicará las señas para llegar.

Atentamente, Adolfo Hutton

 

Un nudo en el estómago como adolescente en baile de primavera hizo que se olvidara por un momento de la presencia del otro hombre, que desde arriba de su cabalgadura lo miraba con gran interés.

Debía responder.  ¿Qué hacer?  No era conveniente andar exhibiéndose en su situación.  ¿Y si alguien  en ese lugar lo conocía de su vida anterior? No tenía ninguna intención de volver a la cárcel.  Pero deseaba tanto volver a verla. 

-Moreira, vigile- le dijo por lo bajo, aunque ya sabía que el hombre era inofensivo.

Sabía que iba a arrepentirse cuando le pidió a Correa que espere, entró a la cabaña y comenzó a buscar un papel donde responder.  No tenía nada. NI una miserable hoja de papel blanco, él que había tenido el escritorio de un príncipe.  Después de rebuscar infructuosamente, tomó  un paquete del almacén, donde estaban envueltas las velas que había traído.  Eligió la esquina más limpia, cortó con su cuchillo lo más prolijo que pudo un rectángulo en el que escribió simplemente:

Con mucho gusto, ahí estaré.

R.O.

Metió el papel en el mismo sobre, lo dobló y salió a entregárselo a Correa, que se había bajado del caballo y estaba sentado a la sombra de un árbol.

-Aquí tiene la respuesta, Correa.  Gracias por el recado.  Para llegar al Paraíso es el camino que va junto al arroyo pasando los álamos, verdad?

-Sí,  señor, no tiene pierde.  El arroyo lo lleva hasta la casa principal.

Se volvió a encasquetar el sombrero y saludando con la mano se alejó tan veloz como había llegado.

Se quedó sólo y pensativo.  Volvió a sentarse y siguió afilando la azada como si nada extraordinario hubiera sucedido. 

-¿Te das cuenta?  Vamos a cenar a la casa del ángel.  ¿Habrá tenido ella algo que ver en la invitación?  Tu amo es un viejo tonto soñando con una niña, Moreira.  Tu amo ha perdido el juicio.  Pero, ¿sabés qué pasa, perro?  Qué es como si mi Amelia hubiera vuelta a bajar a la tierra.




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