Indómito

capitulo 5

CAPITULO 5

 

Enseguida todos fueron rodeándola para felicitarla, pero él se quedó de pie, donde estaba sólo respirando el mismo aire que ella y observándola de lejos como pidiendo perdón por su atrevimiento.  El ángel fue abriéndose camino entre los invitados, mientras saludaba a un lado y a otro a las damas con un beso en la mejilla y a los caballeros un apretón suave y delicado de manos.  Y entonces levantó la vista y lo vio.  Tan alto y fuerte, tan viril, y sintió que se le erizaba la piel como nunca le había sucedido.  Todas estas nuevas sensaciones que estrenaba con este hombre la intrigaban y perturbaban.  Por eso había insistido que se lo invitara a la celebración esgrimiendo que sin su intervención  quizá la escuela estaría de luto.  No fue tan sencillo que aceptaran convidar a un desconocido a una fiesta íntima para familia y amigos cercanos, pero Pilar se mantuvo en sus trece, dijo que la que cumplía años era ella y que lo lógico es que tuviera alguna opinión con respecto a los invitados.  Finalmente Adolfo aceptó.  No podía negarle nada a aquella indómita hija suya.

Ella se estaba acercando.  Raúl Orellana sintió la boca seca y temió que de su boca saliera un graznido si intentaba hablar.  Pero no fue así.  Más bien no salió ni eso.

-Doctor, qué alegría que haya venido- le dijo ella tendiéndole su mano etérea para que él se la besara.

El la miró fijamente a los ojos con aire de desorientación y desamparo.  Desarmado ante la belleza y juventud de la niña. Y abrió la boca, pero no emitió sonido.  Sostuvo su mano enguantada de rosa, en conjunto con el vestido, la llevó a sus labios y la besó de manera tan suave que Pilar no sintió el contacto.

Finalmente, no sabía bien de donde, las palabras fluyeron.

-Feliz cumpleaños, señorita Hutton, lamento no haber sabido que era la festejada, sino le hubiese traído un obsequio.

-Oh, no, por favor, faltaba más!  Usted me hizo el mayor obsequio de todos el otro día y yo estaré siempre en deuda con usted.  Por favor, llámeme Pilar, doctor.

-No podría, señorita Hutton, es totalmente inapropiado.

Ella sonrió. 

-Es usted un verdadero caballero.  ¿Por qué es tan distinta a esta la imagen que tienen de usted en el pueblo?  ¿Me contará alguna vez?

-No soy un tema de conversación interesante, señorita.

-Oh, yo opino todo lo contrario.  Siéntese junto a mí durante la cena y  podrá contarme, hágame el gusto.

-Será un honor.

Ya se empezaban a formar las parejas de baile y un joven como de su edad, muy elegante, vestido a la última moda europea vino a reclamarle el primer baile.

-Si me disculpa…

Raúl asintió con la cabeza y la vio alejarse la mano de Adrián Lezama para mezclarse entre los bailarines.

No podía quitar la vista de ella, pero debía hacerlo, no podía llamar la atención en ese lugar lleno de desconocidos.  El peligro podía acechar detrás de cualquier nuevo invitado que llegara.  Adolfo se acercó a él y lo invitó a pasar a la otra sala.  Algunos hombres estaban sentados, lejos de la música y la algarabía de los jóvenes, fumando puros y tomando whisky.    Aceptó gustoso el convite para alejarse de ella.  Entre los demás presentes en esa mini reunión paralela, estaba el padre Oscar y varios hacendados dueños de las tierras de la zona.  Socios comerciales de Hutton y  a la vez amigos.  Uno de ellos de apellido Lezama era el padre del joven con el que estaba bailando su ángel.  La conversación entre él y  el señor Hutton le indicó una amistad de muchos años y posiblemente una alianza comercial.  Esta sospecha se vio confirmada un rato más tarde cuando la madre de Pilar lo vio sentándose junto a su hija y le dijo:

-No, doctor, venga usted a sentarse acá junto a mí, dejemos que los jóvenes charlen de sus cosas.  Doble puñalada trapera.  Que le hiciera recordar de forma tan notoria que él era viejo al lado de Pilar.  Y que lo quitara de ese sitio para ubicar allí al niño Lezama.  Lo único que se lo hizo soportable fue la mirada de su ángel, que muy compungida le pidió perdón con la mirada.  Ella sí tenía un genuino interés en sentarse a su lado.  Una diminuta luz de esperanzas se encendió para él.

La charla de los hombres giraba en torno a caballos, su cría, su cuidado, su venta.  Él no entendía nada del tema, pero intentaba parecer interesado y asentir de vez en cuando. 

-Así que usted es doctor, disparó de repente el padre Oscar.  Quien hubiera dicho viviendo en la soledad tan absoluta.  ¿Por qué no se muda para el pueblo? Nos habría falta un buen doctor.

-No creo ser un buen doctor- dijo sombrío y con cara de pocos amigos

-No tenemos ninguno en el pueblo, así que uno no tan bueno igual nos serviría dijo Lezama, riendo.

Orellana lo miró e intentó que su hosquedad no quedara de manifiesto.

Hace tiempo que dejé de practicar la medicina y no pienso volver a hacerlo.

-¿Y por qué haría usted eso? Poder curar a las personas es un don de Dios, no debería renegar de él.  Es un pecado.

-Me va a disculpar, padre, pero poder curar a las personas fue algo que obtuve tras muchos años de estudio en dos universidades, dios no tiene nada que ver con eso.




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