Indómito

capitulo 7

CAPITULO 7

 

La fiesta continuó hasta bien entrada la madrugada, pero para Pilar había terminado cuando él se fue.  Estaba sobre excitada, su corazón era un torbellino de emociones.  Estaba angustiada por su inminente compromiso con Adrián, triste porque él no había querido llevarla consigo, conmovida porque eso significaba que se preocupaba por su reputación y honor y feliz, porque la había besado y ella había sentido un estallido de sensaciones desconocidas que primero la perturbaron pero que ahora le urgía volver a sentir.

Se retiraron tarde a descansar, así que era mediodía y nadie se había asomado fuera de las habitaciones. Excepto ella, que de todas formas no había podido pegar un ojo.  Buscó a Manuela en las habitaciones de servicio.

-Vestite, chinita, que necesito que me acompañes a un lugar

Se reunieron en la gran cocina y Manuela preparó el desayuno para su niña.  Ella sólo tomó el gran vaso de leche y la apuró a salir antes de que los demás despertaran.

Camino al estable le contó brevemente lo sucedido con Orellana y le dijo que necesitaba volver a verlo

-Pero, señorita Pilar.  No es adecuado que una señorita como usted se presente en la casa de un hombre soltero.

-Por eso necesito que vengas conmigo, Manuela. Apurate haceme el favor.

Necesito que averigües con Don Correa, adonde vive el doctor.  Él sabe, porque fue a llevarle la invitación a la fiesta de anoche.

Mientras tanto Pilar ensilló dos caballos. 
Por allá volvió Manuela, corriendo.

-Ya me dieron las señas, señorita

Y partieron ambas.  Manuela haciéndole mil preguntas y Pilar respondiendo y contándole sobre la noche pasada.

-¿Y qué lleva en ese paquete?

-La chaqueta del doctor, me la puso sobre los hombros porque hacía mucho frío

-Oh, que romántico, chilló la muchacha,  ¡como en las historias de los libros!

Manuela no sabía leer ni escribir, pero Pilar le había leído las historias de sus autoras favoritas, las hermanas Brönte y Louise May Alcott. 

-El doctor es como el profesor Baer, chilló.

-Si, y yo soy Josephine March

Rieron con ganas.

Llegaron a las proximidades del rancho y un enorme perro se acercó corriendo.  Parecía que iba a saltar sobre ellas pero cuando estuvo cerca se paró en seco, olfateó el aire y como sabiendo que no tenía nada que temer, comenzó a escoltarlas por el camino. 

-Buen chico, perrito, buen chico. Andá a avisarle a tu amo que estamos acá.

Como si hubiera comprendido, Moreira se alejó al trotecito alegre hacia la casa.

Raúl Orellana había estado desde hacía unas horas trabajando en una talla.  Era un pequeño corazón tallado de una maderita de algarrobo de color rojizo.  Le había hecho un orificio para pasar una cinta.  Lo estaba terminando de pulir cuando apareció Moreira moviéndole la cola cómplice a dos jinetes que entraban por  el camino.

-Bueno, Moreira, parece que nuestra paz dura poco, ¿ahora vamos a tener visitantes todos los días?

Comenzó a caminar hacia los jinetes…las jinetes.

-¡Angelito!

Lo vieron cuando todavía estaban a muchos metros de distancia.  Se detuvieron.

-Oh, qué guapo es, tenía razón la señorita, cacareó Manuela con su voz aguda.

-Sh, no seas tonta, que te va a escuchar.  Quedate ahí, yo voy a acercarme, vos te quedás acá, ¿me oíste?

-Sí, señorita.  Pero no entre en la casa, piense en su reputación.

-Dejate de zonzeras, Manuela.  Soy una mujer adulta, sé lo que hago, vos me esperás acá.

Siguió avanzando y 30 metros más adelante llegó hasta él, que la tomó de las manos y la ayudó a bajar del caballo.

-Buenos días, señorita Hutton

-Llameme, Pilar, se lo ruego

-No creo poder hacerlo, señorita Hutton.  ¿A qué debo el honor de su visita?

Ella se dio vuelta y se puso a buscar algo en las alforjas.  Mientras tanto él se dedicó a mirarla.  Llevaba botas de montar bajo una falda de tela sencilla que había recogido levantando la tela junto con la enagua y enganchándola en el cinturón para que no le moleste al cabalgar.  Un grueso cinturón de cuero resaltaba su pequeña cintura y una blusa blanca con el primer botón abierto, completaban su atuendo-  Su cabello estaba peinado en una gruesa trenza que le caía por la espalda y llevaba un rústico sombrero de hombre para proteger su delicada piel de porcelana de los rayos del sol de mediodía.

Recuperó el paquete envuelto en papel marrón y se lo entregó.

-Gracias- le dijo

Abrió el paquete y vio su chaqueta.

-De anda, no es más que lo que cualquier caballero hubiera hecho en mi lugar.

-Usted no es cualquier caballero

El asintió, callado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.