Indómito

capitulo 9

CAPITULO 9

 

 

-Hace poco más de dos años mi vida era otra- comenzó a hablar- Había logrado una buena posición.  Tenía mi consultorio y muchos pacientes me buscaban.  Daba clases en la universidad.  Era respetado en mi sociedad.  Tenía una lujosa casa, una hermosa esposa y un hijo por nacer.

Pilar sintió su pena tan inmensa que le dolió a ella.

-Pero la vida puede cambiar en un instante.  Y así me sucedió.  Yo estaba en mi consultorio, tenía muchos pacientes ese día, así que no iba a tener tiempo de ir a almorzar a mi casa.  Amelia me preparó algo de comer y salió para traérmelo.  Sólo cuatro cuadras de distancia.  En la esquina, cuando ya casi llegaba, un conductor la atropelló.  Cuando el griterío era insoportable me asomé fuera de mi consulta y le pregunté a mi secretaria qué sucedía.  Me dijo que aparentemente había habido un accidente en la calle. Soy médico, es mi vocación ayudar.  Bajé corriendo a la calle para ver si había gente que me necesitara y cuando llegué a pocos metros del vehículo la vi.  Mi Amelia estaba tirada en la calle, con la ropa sucia y la cabeza ensangrentada.  Quise acercarme pero la policía no me lo permitió.  Había alguien con ella, un oficial y otro docto, grité que era mi esposa y que yo era médico y así logré que me soltaran.  Pero cuando casi estaba a su lado alcancé a ver sus ojos abiertos mirando a la nada antes de que la cubrieran con una sábana.

Me volví loco, no entendía nada y en mi desesperación miré a mí alrededor, vi el auto, vi a otros dos policías custodiando al conductor y  entendí lo que había pasado. Me fui hacia él, quería que me dijera que había pasado.  Quería escucharlo de su boca. Así que lo increpé.  Ante mi fuerza multiplicada por mi furia y mi dolor nadie pudo evitar que me acerque a él y le grité que qué había hecho.  Entonces el tipo, vestido con ropa de buena calidad pero todo desaliñado abrió la boca para decir algo y el olor a alcohol me abofeteó.  Estaba borracho.  Conducía borracho y su vicio se había llevado para siempre a mi amada esposa y a mi pequeño hijo que venía en camino, ella estaba de 4 meses, lo habíamos sabido hacia pocos días y estábamos  tan felices.  No sé qué demonio se apoderó de mí, pero me fui encima del hombre y lo golpeé con toda la fuerza de que fui capaz, con tanta mala suerte que cayó hacia atrás, pegó su cabeza contra el suelo y quedo muerto en el acto en la vereda.  Cuando recobré un poco la conciencia de lo que estaba pasando estaba en una celda.   En un segundo perdí a mi mujer, a mi hijo, mi libertad y mi carrera.  Me condenaron a prisión durante muchos años.  No podía soportarlo, no me acostumbraba al encierro.  Después de un tiempo  de encierro total nos empezaron a sacar a hacer trabajos para la gente de la zona, en el campo.  En una de esas salidas burlé la vigilancia y me escapé.  Anduve días vagando perdido en el campo hasta que me alejé lo suficiente como para poder respirar tranquilo.  Robé algo de ropa, traté de recobrar un aspecto aceptable y en un pueblo conseguí un trabajo cargando bolsas de alimento para animales.  Gané algo de dinero y me fui a otro pueblo, donde trabajé como ayudante de un carpintero y en la siembra. Y asi pasé por varios lugares hasta llegar acá.  Encontré este rancho abandonado, lo adecenté y me afinqué.  Pero no dejo de ser un fugitivo.   Por muy lejos que me vaya, siempre llevaré el estigma de haber matado a un hombre y de haberme evadido de la cárcel-

Y le contó toda la historia de un tirón, sin detenerse a tomar aire.  Y ella escuchó atenta, sin interrumpir.  A veces poniéndose de pie y mirando por la ventana, para luego sentarse a su lado nuevamente.  Cuando él concluyó su relato, no se atrevía a  mirarla porque temía encontrar en ella desprecio y reprobación.  Por eso le sorprendió que la reacción de ella fuera tomar su cara entre sus manos, mirarlo a los ojos y besarlo en los labios.

-Ya sufriste mucho, Raúl.  Ya pagaste tu pena.  Vos no tuviste la culpa, quien puede juzgarte, nadie que no haya estado en tus zapatos  puede saber lo que sentiste en ese momento. 

-¿No estás espantada? ¿No querés salir huyendo del monstruo que soy?

-No.  En este momento te amo más que antes.

-Pilar…

-Y me alegro de haberme entregado a vos y de ser tuya desde anoche.  No imagino a ningún hombre mejor que vos, doctor Orellana.

-Pero tu honra, tu futuro, todo se ha arruinado.

-No lo veo así.  Mi honra está con el hombre que yo elija amar y mi futuro está sin escribir.

-A pesar de todo lo que te he contado, ¿elegirías estar conmigo?

-¿Vos me querés?

-¿Qué si te quiero?  Sos un ángel que llegó para devolverme la vida, la esperanza te amé desde el momento en que te vi, cantando, a través de esa ventana.  Pero nunca pensé que yo fuera digno de vos.

-Sos digno de lo que desees, mi amor.  El más digno de todos.

-y entonces ¿Qué hacemos?

-Después de lo sucedido anoche- le dijo ella sentándose sobre sus piernas – creo que lo mejor sería que se case conmigo, doctor-

El se quedó paralizado.  ¿Era posible que esta hermosa mujer, inteligente, joven y llena de vida quisiera unir su vida a la suya?  En qué momento había cambiado tanto su suerte.

Se paró de la silla, levantándola en brazos y besándola. 
-¿Se casaría conmigo, señorita Hutton? ¿Me haría ese inmenso honor?  Dígame que si y ya mismo salgo a enfrentarme a su padre y al mundo entero de ser necesario.




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