Indómito

capitulo 10

CAPITULO 10

 

Manuela lloraba a moco tendido.  Se sentía mal por haber delatado a su señora, pero es que estaba preocupada por ella.  No le había resultado fácil sostener la mentira de no saber donde estaba.  El señor Hutton la sentó en el comedor y empezó a interrogarla y a los pocos gritos y el primer golpe de puño descargado sobre la mesa, contó todo.

-¡Ese desgraciado!  Le abrimos la puerta de nuestra casa y así nos paga.

Correa, reúna a un par de hombres leales y fuertes.  Vamos a ir a buscar a mi hija y después entregaremos a ese  malnacido a la justicia.

Amándose aún, habían perdido totalmente la noción del tiempo.  Pasado el mediodía estaban aun recostados, disfrutándose mutuamente, tranquilos.  Por eso cuando la puerta se abrió de golpe, casi arrancada de sus goznes, se sobresaltaron.  Orellana saltó de la cama, desnudo y estiró el brazo hasta el arma que estaba colgada cerca de la cama, pero uno de los hombres que había entrado se lo impidió. 

-Vístase- le ordenó Hutton, sin dejar de apuntarle. 

-¡Papá!- gritó Pilar, cubriendo sus vergüenzas con el quillango.

-Callate, pequeña ramera.  Ya voy a hablar con vos en casa.

-NO le permito que le hable así- dijo Orellana queriendo irse sobre Hutton

-Usted no me dice lo que puedo hacer, usted es un delincuente, lo vamos a llevar a la justicia acusado de secuestro

-¿Secuestro? Papá, no!  Yo estoy acá por mi voluntad!

-Callate- te dije, vamos, salgamos así mi hija se viste y volvemos a casa.

Orellana solo alcanzo a ponerse un pantalón y la camisa que usara en la fiesta apenas pudiendo abrocharse un par de botones.  Así, con la camisa fuera del pantalón y descalzo lo sacaron de la casa y lo hicieron montar en su caballo. 

-Correa, espera a que mi hija se ponga decente y llévela de vuelta a casa, que se quede encerrada con llave en su cuarto hasta que yo regrese.

En ese momento salió Pilar, con el cabello alborotado y el vestido arrugado

-No, papá! No te lo lleves, él no me hico nada!  Yo lo amo, vamos a casarnos

-Dejás de decir estupideces y volvé a casa con Correa.  Ya hablaremos con respecto a tu futuro.

Llorando tanto que no veía por donde caminaba, Correa la ayudó a montar y galoparon hacia El Paraíso, viendo como más adelante una nube de polvo mostraba como el pequeño grupo de jinetes tomaba el camino hacia el pueblo.

Una vez en casa la madre, se encerró con ella en la habitación.

-Estaba desesperada de miedo, hija, cualquier cosa pudo sucederte.

-Me sucedió lo mejor del mundo, madre, soy tan feliz.  Pero temo por Raúl.  Mamá tenés que ayudarme, el no puede ir a la cárcel. 

-Pero hija, seguramente se solucionará, tu padre está furioso, pero tenés que ponerte en su lugar, qué pensarías si alguien se levara a tu hija y la mancillara.

-¡¡No, mamá!!  El no me llevó, yo fui a su casa y no me mancilló, no hay mancha alguna porque nos amamos y vamos a casarnos.

-Sabés que tu padre nunca lo va a consentir.  El ya arregló todo para que te cases con Adrián Lezama.  Eso estaba predestinado desde siempre.

-No puedo, mamá, no puedo casarme con nadie, porque amo a Raúl.  Y me hizo suya, y yo fue de él.

La cara de espanto de la madre.

-A tu padre le va a dar un ataque

-Yo no importo, madre, pero ayúdeme a salvar a Raúl.  Y brevemente le contó la historia.

La madre de Pilar se quedó sin habla.

Estaba en una gran disyuntiva.  Si se oponía a su esposo, tendría graves problemas, pero su hija merecía ser feliz.  Ella no había podido elegir su destino, siempre había obedecido a sus padres.  Pero Pilar era diferente, era avasallante y segura de si misma, se había forjado siempre su camino y ahora tenía la oportunidad de ser feliz con el hombre que amaba y que la amaba.  Ese era un don demasiado grande.

-Sé que voy a arrepentirme, pero los voy a ayudar.

Pilar se abrazó a du madre llorando emocionada.

-Necesito mis útiles de escritorio, tengo que escribir algunas cartas.  La primera para tu abuelo.

Irene Hutton provenía de una influyente familia de la capital.  Su padre, abuelo de Pilar, había sido ministro y tenía muchos contactos aún de aquella época.

Llamó a un empleado de toda su confianza y le dijo que se prepare para salir inmediatamente hacia la capital.  Le dio dinero para el tren y para gastos y las direcciones donde debía entregar cada carta, con la orden expresa de que sólo las entregara en mano de los destinatarios y le pidió que le enviara un telegrama en cuanto hubiera acabado el encargo y esperara instrucciones.

Miró la hora.  La dio algunas órdenes más, ordenó a la cocinera que le preparara una vianda para el camino y mirando el gran reloj de la sala, lo mandó a salir apurado para alcanzar el tren de la tarde.

Pilar lo vio partir por la ventana de su cuarto, donde estaría confinada por un tiempo.  En las alforjas de ese hombre iba el destino de su felicidad.




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