Indómito

capitulo 11

CAPITULO 11

 

Raúl  Orellana no abrió la boca en todo el camino.  Ni siquiera intentó defenderse.  Sabía que no valía la pena y que cualquier cosa que dijera probablemente sólo empeoraría su situación.

Cuando llegaron al pueblo los recibió el jefe de policía y encerraron al prisionera en la única celda del destacamento.

Cómo era protocolar se curso vía telegráfica una notificación a la capital, un mero formulismo para comprobar que el preso no fuera buscado también en otros lugares.  Jamás habían recibido una respuesta afirmativa. Pero seguían haciéndolo porque era la norma.  Cuál no fue la sorpresa del asistente del jefe cuando un par de horas después recibió el mensaje diciendo que a quien tenían en su sencilla celda pueblerina era un reo fugado de una prisión de capital convicto por un homicidio.

El jefe salió corriendo hacia el restaurante del único hotel del pueblo, donde Hutton y sus ayudantes habían quedo a esperar noticas y hasta saber que harían con Orellana.

-Lo sabía, malnacido.  Supe de entrada que no era trigo limpio, lo voy a matar con mis propias manos por deshonrar a mi familia.

-Tranquilo, Hutton, acá se hará lo que la ley indique, no puedo permitir que esto se transforme en un linchamiento.  Ya salieron refuerzos hacia aquí para llevarlo nuevamente a la cárcel de San Ambrosio, de donde se escapó hace como un año.

-Está bien, pero quiero hablar con él.

-Si me promete comportarse.

-Vale, no lo voy  a matar, prefiero que se pudra en la cárcel.

**

Orellana estaba en su celda con una cara inexpresiva.  No parecía nervioso ni preocupado, más bien resignado a su suerte. 

-Debería pegarte un tiro ahora mismo, pero no valés ni el precio de la bala.

Orellana levantó la vista y se encontró con Hutton que lo miraba fijo del otro lado de los barrotes.  Le sostuvo la mirada pero no le respondió.

-¿Creíste que no íbamos a descubrir quién eras tarde o temprano? O tu plan era protegerte detrás del apellido de mi familia, por eso convertiste a mi hija en tu zorra.

Raúl se paró de un salto y se pegó a la reja.

-A ella la respeta. 

-Vos deberías haberla respetado.  Ahora le arruinaste la vida.  ¿Quién se va a casar con una mujer que se entregó a un convicto?  Si no lo gro convencer a Lezama que salve su honra, no quedará otra alternativa para ella que el convento o el exilio.

Orellana gritó como un animal herido. 

-Hagan conmigo lo que quieran, pero ella no tiene porqué pagar las consecuencias de mis actos.

-Lo hubieras pensado antes, Orellana. 

Dando media vuelta se alejó dejándolo solo con su furia y su frustración.  Pensando en Pilar y en cómo estaría en ese momento.

Al día siguiente llegarían a buscarlo y se lo llevarían lejos de ella para siempre.  Se sentía desfallecer, lo último que quería era perjudicarla.   A Amelia también la había arrancado de los algodones en que la tenía su familia, con viajes a Europa y vestido de seda, le había ofrecido su amor y un duro inicio de sacrificios y justo en el momento en que las cosas les empezaban a ir bien, cuando la vida les sonreía, pasó lo que pasó y todo se fue por un caño.  No quería que Pilar pasara por lo mismo así que debía tomar una decisión.  Pasara lo que pasara con él no debía volver a verla, escribirle, ni soñarla.  Era lo más generoso que podía hacer por ella.  Dejarla libre.  Ella lloraría y se encapricharía, pero eventualmente lo iba a superar y hasta quizá fuera feliz con Lezama o con quien el destino decidiera. El no iba a arruinar otra vida.

Llegó la noche sin novedades, finalmente le trajeron un plato de comida y la noticia de que a primera hora llegaría una partida de policía de la capital o buscarlo.  Era el padre Oscar, quien además de comida para el cuerpo venía traer alimento para el alma, le preguntó si quería confesarse, pero Raúl se negó.

-Dormí tu última noche en paz- le dijo con algo de conmiseración el cura.  Una vez que regreses a San Ambrosio tu vida no va a ser nada fácil.  No son bien aceptados los fugados que regresan.  Tendrías que haber cruzado la frontera sin mirar atrás. En fin, que no sos ni el primero ni el último que se pierde por una mujer.  Espero que al menos haya valido la pena.

Orellana lo miró con un odio profundo.  Había descubierto que nada le importaba ya, excepto ella.  Lo único que hacía que le hirviera la sangre era  que se metieran con su ángel.

Al salir el sol, lo despertaron  bruscamente.  Ya era hora de ponerse en camino.  Ni siquiera les importó que siguiera descalzo.  Sin un pedazo de pan en el estómago lo rodearon y emprendieron el camino.  Esa era la orden.  Cambiar por cabalgaduras frescas y retornar de inmediato.

Llegaron a la estación a tiempo para tomar el tren de las tres y media.  En un vagón especial les habían reservado un lugar donde viajar sin tener contacto con el resto de los pasajeros.  Pero antes de subir, mientras iban por el andén hacia su coche, pudo sentir en sus espaldas las miradas inmisericordes de los demás.  La gente es tan rápida para juzgar e incapaz de sentir la más mínima empatía.  Él, que había estudiado medicina para ayudar al prójimo, estaba cada día más decepcionado de la sociedad en la que vivía.  Apariencias, boato y lujo en una mínima porción de gente y miseria e ignorancia en el resto.  Y de ninguno de los dos tipos de gente podía esperar una mano en el hombre ni una palabra de aliento.  Cuando el tren se puso en marcha miró ese paisaje desolado que  había comenzado a llamar hogar y se despidió mentalmente de la mujer que amaba, deseando que la vida fuera con ella tan benévola como fuera posible.  En el mejor de los casos, una vez desaparecido el problema mayor (o sea él) su padre le permitiera simplemente continuar con su vida en la escuela del pueblo donde tanto bien hacía a los niños y tanto bien le hacían ellos a ella.  De esa forma al menos no se sentiría tan sola.




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