Indómito

capitulo 16

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPITULO 16

 

Faltaban dos años para que terminara su condena, pero había sido tal el cambio que se produjo en él a partir de que se le permitiera ayudar al doctor en la enfermería que todos sentían mucho cada día que ese honesto y talentoso hombre pasaba en la cárcel.  Con una recomendación del buen médico se revisó su causa y su condena fue cancelada.

El día que iba a volver a la libertad, esta vez sin dejar nada pendiente, estaba tan nervioso como si fuera un muchacho que recién salía a la vida.  No iba a ser fácil volver a la vida real.  Tendría que comenzar de cero.  El médico de la cárcel le había dado un par de contactos con colegas y una florida carta de recomendación.  Ahora debía depender de los prejuicios de la gente.

Ni bien puso un pie en la calle, sintió el viento en su pelo y el sol en el rostro y recordó su vida anterior.  Su rancho decadente. Su fiel caballo, su libertad.  El frío de las noches, el maldito viento que nunca cesaba.  El rocío sobre el pasto, el ruido de las gallinas, el roce del vestido de fiesta de Pilar, sus suaves labios, sus blancas manos.  Cerró los ojos.  ¿Qué habría sido de todo eso?  Se prohibió a sí mismo pensar en el pasado.  Nada de todo eso se podría recuperar así que no tenía sentido torturarse.

Se dirigió a ver al primer contacto de los dos que tenia.  Un doctor joven, en sus treintas, muy amable, lo escuchó, le dijo que estimaba mucho a su colega de San Ambrosio pero que lamentable no necesitaba ayuda por el momento.  Le deseó toda la suerte y le preguntó si había comido.  Orellana reconoció que no.  El doctor le dio dinero, para que vaya y tenga una buena comida después de tanto tiempo, la merece, amigo.

Se despidieron con un apretón.  Prefería que si lo iban a rechazar nuevamente sucediera ya.  Así que fue a ver al otro contacto antes de decidirse a gastar el dinero en una comida, por más que la deseara.  No tuvo mejor suerte con el segundo médico.  Pero este, menos amable, ni siquiera lo invitó a pasar.  Revisó sus pertenencias.  O pagaba una buena comida o pagaba una noche de albergue.  No alcanzaba para ambas cosas.

Cuando quiso darse cuenta vagaba por su antiguo barrio.  Mirando atentamente en todos los escaparates en busca de carteles que buscaran ayudantes.  Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa.  Podía ayudar en una cocina, carpintería, lavandería, no importaba.  Ya no.

Levantó la vista hacia la vereda de enfrente y se le llenaron los ojos de lágrimas.  Ahí estaba su antigua casa.  Se la veía cuidada, pintada y con flores en la ventana, tal como estaba cuando Amelia y él vivían allí.  La chapa de bronce que anunciaba su consultorio seguía ahí.  Pero ahora había otro cartel junto a ella.  Como no alcanzaba a leer lo que decía cruzó y se paró frente a la puerta.  Tocó con los dedos el bronce.  Estaba pulido, lo habían mantenido limpio y brillante.  Se acongojó.  El otro cartel decía SE RENTAN HABITACIONES.  Pensó en lo doloroso que sería pedir alojamiento en la que había sido su casa.  En lo malísima idea que era, sin embargo sin poder controlarse se vio tocando el timbre.

Una joven muy sonriente le abrió la puerta.

-Buenas tardes, caballero, ¿lo puedo ayudar en algo?

-Buenas tardes, señorita, perdone la molestia, he visto el cartel y estoy buscando una habitación para pasar la noche.

-Me disculpo, señor, sólo se reciben mujeres, porque no hay hombres en la casa.

-Oh, entiendo. 

Ella vio su decepción.

-Lo lamento, señor, pero le puedo recomendar una buena pensión para caballeros.  Muy limpia y confiable, si me aguarda le traeré la dirección.

-Muchas gracias, le voy a quedar muy agradecido.

La muchacha entró dejando la puerta abierta y a él en el zaguán.  Adentro se escuchaban otras mujeres que hablaban y varios niños que correteaban y reían al fondo, en lo que él sabía que era el patio de la casa.  Intentó mirar el interior por la puerta entreabierta.  Todo se veía limpio y ordenado.  Con vida.

Todas estaban el patio del fondo, porque estaban de festejo de cumpleaños.  Ese día la hija de Pilar cumplía 6 años.  Habían puesto la mesa con comida y una bonita torta junto a una pared y en el patio los niños invitados jugaban, gritaban y reían animados por Pilar y las chicas.  Luisa entró de la calle.

-¿Quién era?

-Es un señor que busca alojamiento, le voy a dar la dirección de la pensión de García.

-Ah, buena idea.  Ahí lo recibirán muy bien. 

-Lástima que no lo podamos recibir,  es de guapo!!

-Luisa! –la regaño Pilar- sos terrible.

Al lado de la mesa donde estaba la torta, dormitaba un gran perro.  Que de pronto y como si hubiera sido pinchado por un alfiler, se puso de pie y corrió hacia la puerta de la calle.

-Ay, me voy a llevarle este papelito con la dirección antes de que el perro lo muerda.

La sorpresa que se llevó Luisa, fue inmensa.  Ese perro huraño estaba lamiendo las manos del hombre que esperaba en la puerta.




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