Inédito

Capítulo 1

La puntualidad nunca fue mi fuerte.
Y aparentemente, tampoco lo será el primer día de mi pasantía en la revista más importante del país.

Son las 7:58 a.m.
El ascensor de NOVA sube más lento que mis ganas de existir un lunes, el café que compré se me derramó sobre la blusa hace exactamente seis minutos, y mi corazón late como si intentara escapar de mi pecho para huir de la vergüenza anticipada.
Perfecto. Literalmente perfecto.

El espejo del ascensor me devuelve el reflejo de una chica que parece haber perdido una pelea con la vida antes de llegar al trabajo. Me acomodo el cabello, intento tapar la mancha de café con la chaqueta, y sonrío con ese gesto que solo uso cuando quiero convencerme de que todo va a salir bien. Spoiler: nunca funciona.

La puerta se abre en el piso veinticuatro.
Y el aire cambia.

El pasillo es blanco, minimalista, silencioso, con ese tipo de elegancia que parece gritar “no toques nada, podrías arruinarlo”.
Hay gente caminando por todas partes: trajes impecables, tacones sonando con confianza, perfumes caros que dejan rastros de poder y éxito.
Y yo, con mis zapatos nuevos que ya me están matando, intentando parecer parte de ese mundo cuando, en realidad, solo quiero salir corriendo.

Mi voz interior, siempre intentando ser razonable:
—Relájate, Audrey. Es solo tu primer día.
Mi otra voz interior, más realista (o más cruel):
—Sí, tu primer día en la revista donde todos escriben mejor que tú, visten mejor que tú y probablemente hasta respiran mejor que tú.

Camino directo a la recepción.
Una mujer con un delineado tan perfecto que podría tener copyright me sonríe sin mirarme realmente.
—¿Nombre?
—Audrey… Morrison. Soy la nueva pasante de redacción.

Teclea algo, sin apuro, y con una voz tan neutra que me hace sentir en un juicio.
—Morgan te está esperando en la sala de juntas.
—¿Morgan? —repito, como si el apellido me dijera algo.
—Zade Morgan —responde, con ese tono que suena a “¿vives bajo una roca?”.

Ah, sí. Ese Morgan.

El fundador de NOVA.
El hombre que convirtió una revista independiente en un monstruo mediático antes de cumplir treinta.
Joven, exitoso, enigmático, y según la mayoría de los artículos que leí anoche a medianoche, insufrible.
El tipo que jamás da entrevistas, que odia las cámaras y que, por algún motivo del universo, va a conocerme justo hoy… cuando parezco una tragedia estética.

Camino hacia la sala de juntas intentando no parecer una cría nerviosa.
Cada paso suena como una confesión.
El piso brillante refleja mis movimientos, y me obliga a enfrentar mi imagen: cabello ligeramente despeinado, mejillas rojas del estrés, sonrisa temblorosa.
Trato de inspirar hondo, pero el aire parece más pesado de lo normal, cargado de algo que todavía no sé cómo nombrar.

Cuando entro, él ya está ahí.

Zade Morgan no se parece a las fotos que vi en internet.
En persona se ve… diferente.
Más humano, pero de una manera que incomoda.
Camisa negra, mangas dobladas hasta el antebrazo, reloj discreto, postura relajada pero alerta.
Y esa mirada. Dios. Esa mirada parece capaz de leer márgenes en las personas.

—Audrey Morrison —dice sin levantar demasiado la vista.
No pregunta. Afirma.
Como si ya supiera quién soy, o como si hubiera repasado mi nombre entre sus notas.

—Sí, señor —respondo, con voz más temblorosa de lo que planeé.

Él alza la mirada, y ese gesto me corta el aire.
—No me llames señor —dice, sin dejar de observarme.
El tono no suena autoritario, pero tiene esa calma que impone respeto.
Y hay un brillo en sus ojos que no sé descifrar: algo entre aburrimiento y curiosidad.

—Lo siento —balbuceo—, Zade.

Una ceja se arquea.
—Tampoco Zade. Solo Morgan está bien.

Perfecto.
No “señor”.
No “Zade”.
Solo “Morgan”.
Y yo que apenas logro recordar mi nombre.

Él deja su pluma sobre la mesa, cruza los brazos y me mira con esa expresión analítica que deben usar los cirujanos antes de una operación.
—Leí tu solicitud —dice, pausado—. Tienes talento, aunque tus textos son… demasiado emocionales.

La palabra me queda rebotando.
—¿Demasiado emocionales? ¿En qué sentido?
—En el sentido de que parecen cartas personales, no artículos.

Aprieto los labios.
—Quizá porque me gusta escribir lo que la gente siente, no solo lo que piensa.

Durante un segundo, su expresión cambia. No mucho, pero lo suficiente.
Me mira con atención, como si esa respuesta lo hubiera descolocado un poco.
Y luego sonríe. Apenas.
—Eso puede ser un defecto o tu mejor virtud. Depende de si sabes cuándo usarlo.

No sé si eso fue un cumplido o una advertencia.
Y antes de que pueda decidirlo, se levanta, toma su taza de café, camina hacia la puerta y dice, casi sin mirarme:
—Bienvenida a NOVA, Morrison. No arruines el primer borrador.

Y se va.
Así, sin más.

El silencio que queda es denso.
Recojo mis cosas con manos temblorosas y respiro tan profundo que casi me mareo.
No sé si acabo de sobrevivir a una entrevista, a un examen psicológico o a una de esas escenas que solo tienen sentido cuando termina la temporada.

Camino hacia el pasillo con las piernas entumecidas, y mientras espero el ascensor, no puedo evitar pensar en lo irónico que es todo.
Yo, que vine a esta revista buscando publicar palabras que importen, empiezo mi historia con alguien que parece no creer en ellas.

Y aunque todavía no lo sepa, esa será la primera línea de todo lo que nunca planeé escribir.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.