El sol entra por las persianas del bus y me da directo en la cara.
Otra mañana más.
Otra taza de café mal hecho.
Otro intento de convencerme de que esto —mi rutina, mi trabajo, mi cansancio— vale la pena.
Llego a NOVA con la misma prisa de siempre.
En el ascensor, mi reflejo parece una versión en blanco y negro de mí misma.
Cabello recogido, ojeras nuevas, sonrisa prestada.
Nada fuera de lo habitual.
Cuando las puertas se abren, el piso veinticuatro me recibe con su bullicio habitual: teléfonos sonando, voces superpuestas, el sonido metálico del teclado en todas partes.
La vida aquí se mueve rápido.
Demasiado rápido.
Y yo… no.
Dejo mi bolso junto al escritorio y me preparo para el día.
Nick me lanza una sonrisa distraída.
—¿Dormiste algo?
—Lo intento, pero no me sale —respondo.
Él ríe, pero su atención dura poco.
Marianne lo llama desde la otra mesa y vuelvo a quedar sola con mis pensamientos.
Abro la computadora.
Una nota sobre arte contemporáneo me espera en el correo.
“Revisión urgente”, dice el asunto.
El texto no es malo, pero le falta alma.
Paso los ojos por cada frase, buscando algo que la haga vibrar, algo que la haga sentir… viva.
Supongo que busco lo mismo en mí.
Entonces lo veo pasar.
Zade Morgan.
No dice nada, no mira a nadie directamente, pero el aire cambia cuando entra.
Como si todos se alinearan sin darse cuenta.
Marianne endereza la espalda, Nick deja de hablar, incluso la cafetera parece callarse.
Es su efecto natural: ordena el caos con solo estar.
Lo observo disimuladamente.
Camina con esa calma estudiada, revisando documentos, respondiendo saludos sin detenerse.
Pero hay algo distinto.
Algo que no sé explicar.
Pasa cerca de mi mesa y, por una fracción de segundo, levanta la mirada.
Nuestros ojos se cruzan.
Solo un instante.
Pero es suficiente para que mi corazón se sienta… raro.
No acelerado.
Solo consciente.
Él no dice nada.
Solo asiente levemente y sigue su camino hasta su oficina.
Pero algo en mí sabe que me vio.
No como se ve a un empleado, sino como se observa algo que no se espera encontrar.
Intento concentrarme, pero no puedo.
Cada palabra que leo se mezcla con pensamientos que no pedí tener.
¿Me estaba mirando?
¿O lo imaginé?
Tal vez fue pura coincidencia.
Tal vez no.
Marianne aparece de repente.
—Audrey, necesito que corrijas esto —me dice, dejando un borrador en mi escritorio—. Y por favor, sin errores esta vez.
—Sí, claro.
Su tono no es cruel, pero tampoco amable.
La cortesía en NOVA es un disfraz obligatorio.
Trabajo durante horas.
Reviso textos, respondo correos, hago café dos veces.
Y cada tanto, lo siento.
La sensación de que él sigue ahí, aunque no lo vea.
Su presencia es una línea invisible que atraviesa la oficina, y por alguna razón, me cuesta respirar.
A la hora del almuerzo, Nick me invita a salir con el grupo.
Le digo que tengo trabajo pendiente.
No es verdad.
Solo necesito silencio.
Cuando todos se van, el piso queda en calma.
Camino hasta la ventana del pasillo.
La vista es hermosa desde aquí: una ciudad que no se detiene, un cielo que parece demasiado grande para mis pensamientos.
Y justo entonces, escucho su voz detrás de mí.
—¿No almuerzas?
Me giro.
Zade está a unos metros, apoyado contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados y esa mirada suya, siempre medida.
—No tengo mucha hambre —digo.
—Tampoco tienes buena cara.
No sé si lo dice como jefe o como alguien que… nota.
Me encojo de hombros.
—No dormí bien.
—Eso se nota. —Da un paso más cerca—. No te sobrecargues, Morrison.
Y lo dice sin tono autoritario, sin el peso del título, como si fuera un consejo genuino.
Pero yo no sé cómo reaccionar.
—Intentaré no hacerlo.
—Haz más que intentarlo. —Sus ojos bajan, como si evaluara algo que no dice—. El trabajo no vale la pena si te consume.
Antes de que pueda responder, se aleja.
Tan simple como siempre.
Tan complejo como nunca.
Me quedo allí, quieta, con las palabras resonando en la cabeza.
“El trabajo no vale la pena si te consume.”
Y pienso que tal vez, solo tal vez, Zade Morgan entiende más de lo que deja ver.
Tal vez no es tan distante como parece.
O tal vez solo me estoy inventando otra historia para no sentirme sola.
Cuando vuelvo a mi escritorio, el día continúa.
Los correos llegan, los teléfonos suenan, la vida sigue.
Pero algo cambió.
No sé qué es, ni por qué.
Solo sé que, por primera vez en semanas, el peso dentro de mí se siente un poco más liviano.