Inédito

Capítulo 12

La oficina a las ocho de la noche es otra.
Sin ruido, sin teléfonos, sin pasos apurados.
Solo las luces tenues del pasillo, el clic constante del teclado y el sonido lejano de la lluvia golpeando los ventanales.

Hace rato todos se fueron.
Nick dejó el diseño de portada en la nube, Marianne me mandó un correo con tono pasivo-agresivo, y Ruby —la secretaria de Morgan— se despidió con una sonrisa de esas que se sienten más como una advertencia que como cortesía.

Yo sigo aquí, porque hay algo que me calma en este silencio.
Tal vez sea la sensación de tener el control, o simplemente la excusa perfecta para no volver a casa todavía.

Estoy tan concentrada que no lo escucho entrar.

—No sabía que todavía quedaba alguien —dice una voz detrás de mí.
El susto casi me hace borrar medio artículo.
—Dios… —susurro—. Morgan, me asustó.
Él sonríe apenas, apoyándose en el marco de la puerta.
—No era mi intención. ¿Qué haces aquí tan tarde?
—Editando la columna de cultura. Nick dejó el texto sin cerrar.
—Nick siempre deja el texto sin cerrar. —Camina hacia mi escritorio—. Y tú siempre lo arreglas.

Su voz tiene ese tono neutro que usa para disimular cansancio.
Aun así, noto la sombra bajo sus ojos, el cuello de la camisa ligeramente desabrochado, el reloj que lleva al revés de costumbre.

—¿Y tú? —pregunto.
—Revisando presupuestos.
—Eso suena peor que editar.
—Lo es —responde con una media sonrisa.

Nos quedamos en silencio unos segundos.
El sonido de la lluvia se cuela por las ventanas, llenando el aire de esa calma que no incomoda.

—¿Quieres café? —pregunta al fin.
—Solo si no es el del pasillo.
—Te prometo que no.

Lo sigo hasta la pequeña cocina ejecutiva.
Él prepara dos tazas con la precisión de quien hace todo con método, incluso cosas tan simples como revolver azúcar.

—Nunca imaginé que un CEO supiera preparar café —bromeo.
—Nunca imaginé que una jefa de redacción trabajara más que todos sus editores juntos.
—Touché.

Reímos, y por primera vez, su risa no parece un error en el guion.
Suena real.
Suena cálida.

Volvemos a mi escritorio.
Él se sienta frente a mí, el café en la mano, la mirada fija en el monitor.
—¿Qué te parece el nuevo enfoque de la edición de noviembre? —pregunta.
—Más atrevido. Más humano.
—Eso querías, ¿no?
—Sí. Pero también da miedo.
—El miedo es señal de que estás haciendo algo que vale la pena.
—O de que voy directo al fracaso.
—A veces son lo mismo —responde, y no sé si es un consuelo o una confesión.

La conversación cambia de rumbo sin que me dé cuenta.
Hablamos de trabajo, luego de la universidad, luego de libros.
Él me pregunta qué estudié, por qué elegí periodismo.
Le cuento que me gustaba escribir sobre lo que la gente calla, que me sentía más cómoda en las palabras que en las personas.
Él escucha, de verdad escucha.
No interrumpe, no corrige. Solo mira.

Y eso me desarma un poco.

Después, no sé cómo, terminamos hablando de familia.
No quería.
Pero las palabras salieron solas, como si hubieran estado esperando un oído dispuesto.

—No tengo una relación muy buena con ellos —digo, bajando la voz.
—¿Ellos?
—Mis padres. Mi hermano. En realidad… con nadie de mi familia.
—¿Por qué?
—Supongo que soy la decepción.
Él frunce el ceño.
—No pareces alguien capaz de decepcionar.
—Depende de las expectativas.

Guarda silencio.
Y por un momento, ese silencio no pesa.
Es un espacio seguro.
Un lugar donde mis palabras no rebotan.

—¿Y tú? —pregunto para no sentirme tan expuesta.
Él se ríe, pero sin humor.
—Mi familia es más un apellido que un recuerdo.
No dice más.
Y yo no pregunto.

—★‹🌺›★—

La noche avanza sin que lo notemos.
Entre bromas, café y pausas, siento que la distancia se acorta.
No como algo romántico, sino como dos personas que se reconocen en su propio cansancio.

Cuando me levanto para irme, él también se pone de pie.
—No deberías irte sola a esta hora.
—No es la primera vez.
—Eso no lo hace mejor.

Asiento, aunque sé que no tiene sentido discutir.
—Gracias por el café.
—Gracias por quedarte —responde.

Camino hacia el ascensor, y cuando las puertas se cierran, me descubro sonriendo.
Una sonrisa pequeña, real.
De esas que salen cuando algo se siente bien por primera vez en mucho tiempo.

No sé qué fue exactamente:
si su forma de escucharme,
o la mía de dejarme escuchar.

Pero sé que esta noche marcó algo.
Un antes y un después que ninguno de los dos va a admitir,
aunque ambos lo sintamos.




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