Inédito

Capítulo 14

Dicen que cuando algo empieza a ir bien, el mundo entero se encarga de recordarte que podría arruinarse en cualquier momento.
Y, sinceramente, creo que ese momento llegó.

Un mes.
Eso fue lo que tardó mi vida en dar un giro completo.

Pasé de esconderme detrás de una pantalla corrigiendo textos que nadie firmaba, a tener una oficina propia —bueno, más bien una mesa con vista a la ventana, pero igual suena impresionante— y una credencial con el título “Jefa de redacción”.
Cada vez que la miro, todavía siento que no me pertenece.

Zade fue quien lo decidió.
Lo dijo con esa calma suya, como si fuera obvio, como si no me estuviera regalando la oportunidad que nunca supe cómo pedir.

> “Te lo ganaste, Morrison. No tengo tiempo para halagos vacíos, pero las cifras están ahí. Las vistas, los suscriptores, las ventas. Lo hiciste bien.”

Y por primera vez en mucho tiempo, alguien no me felicitó por compasión, sino por mérito.

Desde entonces, mi vida laboral se volvió un equilibrio raro entre euforia y ansiedad.
Él confía en mí.
Yo todavía estoy aprendiendo a confiar en mí misma.

Los días empiezan temprano.
Café amargo, cabello atado, correos acumulados y esa lista interminable de notas por revisar.
Marianne, que ahora trabaja bajo mi supervisión, me lanza miradas que dicen “esto debería ser mío” cada vez que paso cerca.
Nick sigue igual: caótico, brillante y un poco insoportable.
Y los demás… bueno, los demás aprendieron a sonreír cuando entro, aunque no siempre sea sincero.

No los culpo.
En esta oficina, todos tienen hambre de algo: éxito, atención, reconocimiento.
Y yo acabo de convertirme en el blanco perfecto para el rumor del día.

> “Seguro la ascendieron por algo más.”
“¿Viste cómo la mira Morgan?”
“Debe tener algún tipo de trato con él.”

Lo escuché de pasada, en el pasillo, mientras fingía revisar mi celular.
Y dolió.
No porque lo creyera cierto, sino porque me recordó lo fácil que es que la gente invalide tus logros cuando no entiende tu historia.

Pero Zade no parece notarlo.
O quizá sí, y simplemente no le da importancia.
A veces me mira desde su oficina, esa mirada tranquila que atraviesa el ruido y me deja sin aire.
Y otras veces se acerca, se apoya en el marco de mi puerta y pregunta algo sin previo aviso:

—¿Dormiste bien?
—¿Te gusta la nueva disposición del número de noviembre?
—¿Por qué los humanos somos tan adictos al café?

Suena casual. Pero nunca lo es.
Y, de alguna forma, esas pequeñas conversaciones son lo más estable de mis días.

La confianza entre nosotros creció sin que me diera cuenta.
No es algo que se diga, ni algo que se fuerce.
Simplemente pasa.

El otro día, mientras revisábamos la sección cultural, le conté que a veces escribía, pero nunca mostraba nada porque sentía que no era lo suficientemente buena.
Él se quedó en silencio un segundo, luego dijo:

> “No conozco a nadie que sea lo suficientemente bueno para sí mismo.”

Y me reí.
No porque fuera chistoso, sino porque era verdad.
Esa noche llegué a casa con una sensación extraña: liviana, como si algo hubiera cambiado.

Pero la calma siempre tiene un precio.

Últimamente he sentido esas miradas en la oficina, como si todos esperaran que algo pase.
Que yo tropiece, o que Zade me defienda.
Y esa expectativa silenciosa pesa más que el trabajo.

Hoy, al salir, lo vi de lejos hablando con su secretaria.
Ella —Ruby— es preciosa, de esas mujeres que parecen saber exactamente cómo moverse, cómo reír, cómo decir lo justo para que todo el mundo la mire.
Y lo hizo.
Coqueteó con él descaradamente, mientras yo fingía que esperaba el ascensor.

Zade, por supuesto, fue su versión más habitual: tranquilo, imperturbable, educado hasta la distancia.
Pero aun así, algo se me torció dentro.
No celos.
Más bien… esa punzada de saber que, aunque pasemos horas hablando de trabajo o riendo por tonterías, seguimos siendo dos líneas paralelas.
Nunca se tocan, aunque caminen juntas.

Y es que no voy a ser ingenua, Zade y yo somos muy distintos,y de estatus muy diferentes, a él definitivamente le gustan chicas como Ruby.

Recatada, de buena familia, y segura de si misma.

Y definitivamente yo no soy así.

—★‹🌺›★—

Cuando llegué a casa, dejé el bolso sobre la mesa y me quedé mirando las luces de la ciudad desde la ventana.
No estoy triste.
No del modo en que lo estaba antes.
Pero hay algo dentro de mí que se mueve con cautela, que todavía no se atreve a creer que puede estar bien.

Quizá eso es lo que más me asusta:
que el mundo se haya acostumbrado tanto a verme rota, que ahora no sepa cómo ser otra cosa.

Aun así, cuando cierro los ojos, pienso en su voz diciéndome “Te lo ganaste”,
y ese pensamiento, por pequeño que sea, logra mantenerme a flote.




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