Últimamente, las mañanas no duelen tanto.
No sé si es la costumbre o si, de alguna forma, he aprendido a respirar entre los huecos.
Nick tiene parte de la culpa —o del mérito, no lo sé.
Es fácil hablar con él. Siempre tiene una broma a mano, un comentario sarcástico, una historia absurda sobre sus citas desastrosas.
A veces, cuando reímos juntos en la cafetería, olvido que mi vida solía sentirse tan vacía.
Hoy es uno de esos días.
Estamos sentados frente a frente, con dos cafés tibios y una conversación que gira alrededor de nada.
Él me observa por encima de la taza y sonríe.
—Admitelo, Morrison —dice, burlón—, te caigo bien.
—No seas tan egocéntrico, Nick —le respondo, rodando los ojos.
—Lo sabía. Te estoy cayendo bien.
Me río. Es un sonido ligero, que casi me asusta.
Hace tanto que no me escuchaba reír así.
—Además —continúa él, inclinándose hacia mí—, ¿qué te puede gustar de Morgan? Ese tipo es como una pared de granito. Guapo, sí, pero frío.
Y entonces, como si el universo se hubiera cansado de jugar limpio, escucho esa voz.
Serena, profunda.
Inevitable.
—Interesante comparación, señor Cooper.
El aire se corta en seco.
Nick palidece.
Yo también.
Zade está de pie junto a nuestra mesa, con el abrigo oscuro todavía húmedo por la lluvia de la mañana.
No levanta la voz, pero su presencia basta para que todo el piso de redacción se quede en silencio.
—Señorita Morrison, ¿puede venir un momento a mi oficina? —pregunta.
No suena como una invitación.
Suena como una orden.
Nick intenta decir algo, pero yo solo asiento y me levanto.
El camino hasta el ascensor se siente eterno.
Puedo sentir las miradas de todos sobre mi espalda, y a Zade caminando a mi lado, en un silencio tan tenso que hasta el sonido de mis tacones parece una ofensa.
Cuando llegamos a su oficina, él cierra la puerta con un golpe seco.
Ni siquiera me mira mientras deja el abrigo sobre el perchero.
—¿Se puede saber qué estaba haciendo? —pregunta al fin, sin preámbulos.
—Tomando un café —respondo, confusa.
—¿Durante horas laborales?
—Era mi descanso.
Su mandíbula se tensa.
Se acerca al escritorio, apoya las manos sobre la madera y me observa.
Es la primera vez que lo veo así: contenido, pero furioso.
—Le recuerdo que las relaciones personales dentro de la empresa no están permitidas, señorita Morrison.
—¿Perdón? —digo, sin creer lo que escucho.
—Si está iniciando algo con Cooper, prefiero saberlo antes de que afecte la dinámica del equipo.
—¿Qué? No estoy “iniciando algo” con Nick. Solo hablábamos.
—Así es como empiezan los problemas.
Sus palabras me atraviesan como una bofetada.
No sé si me duele más el tono o lo que implica.
—¿Y eso qué le importa? —pregunto, dando un paso hacia él sin pensarlo.
Él levanta la vista. Su mirada es filosa, pero no fría. No del todo.
Hay algo más, algo que intenta ocultar y que yo no entiendo.
—Me importa porque su trabajo es demasiado bueno como para arruinarlo con distracciones —dice al fin, con la voz más baja, más controlada—. No quiero verla enredada en algo que la saque de foco.
—¿Y qué sabe usted de mis distracciones? —respondo, temblando.
—Más de lo que cree.
El silencio se vuelve insoportable.
Podría jurar que escucha mis latidos.
Y yo… no sé si estoy más molesta o confundida.
—No entiendo por qué me dice todo esto —susurro, desviando la mirada.
—Porque me importa el rumbo de esta revista —dice, aunque no suena convencido.
La mentira flota entre nosotros, tan evidente que duele.
Quiero decirle algo.
Preguntarle por qué su voz tiembla un poco cuando me habla, por qué sus ojos me buscan incluso cuando intenta ignorarme.
Pero no lo hago.
Solo asiento, agarro mis papeles y me dispongo a salir.
Antes de que alcance la puerta, él dice:
—Audrey.
No me giro.
Solo me detengo.
—Tenga cuidado con las personas en las que confía.
Y entonces lo escucho exhalar, como si acabara de perder una pelea que nadie más vio.
Salgo de su oficina con el corazón latiendo tan rápido que me cuesta caminar.
Nick me espera al otro lado del pasillo con una sonrisa nerviosa, pero todo lo que puedo pensar es en esa voz.
En esa mirada.
Y en la pregunta que no puedo sacarme de la cabeza:
¿por qué demonios le importo tanto?