Inédito

Capítulo 23

El sonido del reloj es lo único constante en mi oficina.
Los segundos caen como gotas de agua, precisos, insoportables.

—¿Morgan? —la voz de Eva por el altavoz me saca del trance—. ¿Desea que le suba café?
—Sí, por favor —respondo.

Café. Siempre café.
Tal vez por eso mi corazón late más rápido de lo normal.
O quizá es por ella.

Audrey Morrison.
La mujer que, en menos de tres meses, se ha convertido en el punto de equilibrio de todo un departamento.
Y, de algún modo, en la grieta más incómoda de la mía propia.

No me cuesta admitirlo: ascendió por mérito.
Su trabajo es impecable. Su mirada crítica, precisa.
La revista no solo se mantuvo; creció.
Las ventas, las cifras de lectura, el tráfico en línea… todo se disparó desde que ella tomó el control editorial.
Eso no es suerte, es talento.
Y sin embargo, el motivo por el que no dejo de pensar en ella no tiene nada que ver con profesionalismo.

A veces la veo entrar en la sala de juntas, sosteniendo una carpeta con los reportes del mes.
El cabello suelto, los labios apretados, la misma concentración que me resulta imposible ignorar.
Y me obligo a mirar otro lado.
Porque no debo.
Porque no puedo.

Los rumores llegan en forma de murmullos en los pasillos.
Risas que se apagan cuando entro.
Un “creo que están saliendo” que escucho al pasar frente a la zona de diseño.
Y después, la confirmación:
Nick.

Nick Cooper.
Diseñador. Brillante, joven, encantador.
Todo lo que debería ser una elección lógica para alguien como ella.

—Son solo rumores —me digo—. No te involucres.
Pero el autocontrol nunca se siente como una victoria.
Se siente como asfixia.

El café llega.
Eva lo deja con una sonrisa amable.
—Come algo, Zade —me dice—. Tienes la cara de quien no ha dormido en tres días.
—Estoy bien —miento.
—No, no lo estás. —Me mira como solo alguien que te ha visto crecer puede hacerlo—. La vida no es solo trabajo.
—Para mí sí.
—Entonces por eso siempre pareces cansado.

Cuando se va, me quedo mirando el reflejo en la ventana.
El mío, y el de la ciudad detrás: fría, iluminada, ajena.

Pienso en Audrey riendo.
En cómo la vi, hace unos días, apoyada contra la mesa de redacción, hablando con Nick.
Él le dijo algo y ella sonrió de esa forma que rara vez le veo en la oficina.
Una sonrisa real.
Y por un instante, quise romper algo.

Intento concentrarme en los informes, pero su nombre aparece entre líneas.
En los correos, en las reuniones, en todo.
A veces la llamo para revisar detalles absurdos solo por escuchar su voz.
“Sí, señor Morgan”, “Entiendo”, “Se lo enviaré enseguida”.
Y cada palabra me suena más distante.

Una noche, cuando todos se fueron, la vi salir bajo la lluvia con un paraguas prestado.
Nick la esperaba en la esquina.
Se lo vi ofrecer el suyo.
Ella rió.
Y se fueron juntos.

Esa imagen me persiguió toda la noche.
En la ducha.
En la cama.
Incluso en los sueños.

—★‹🥀›★—

Francis me encuentra en la mañana siguiente, revisando correos en el auto mientras vamos camino a la editorial.
—¿Otra noche sin dormir, jefe? —pregunta.
—Algo así.
—¿Es trabajo o es alguien?
Levanto la vista. Él sonríe sin necesidad de respuesta.
—Ah, ya veo —dice con calma—. Entonces no es el trabajo.

No digo nada.
Porque tiene razón.

Cuando llego, Audrey ya está en su oficina.
La puerta entreabierta, el brillo del monitor reflejándose en su rostro.
Me quedo observándola un segundo desde el pasillo.
Tan concentrada. Tan fuera de mi alcance.

Ella levanta la mirada, como si me sintiera allí, y por un instante nuestros ojos se encuentran.
Solo un segundo.
Pero suficiente para que todo el edificio parezca quedarse en silencio.

Me aclaro la garganta.
—Necesito el informe de cierre de campaña antes del mediodía.
—Sí, claro. Enseguida.

Su voz suena tranquila, pero hay algo más.
Una tensión leve, casi invisible.
Quizá soy yo quien la imagina.

Camino de vuelta a mi despacho, pero su imagen me persigue.
Y empiezo a entenderlo:
no es enojo lo que siento.
Ni siquiera celos.
Es miedo.

Miedo de que, por primera vez en años, haya algo que no pueda controlar.
Ni con poder.
Ni con disciplina.
Ni con distancia.

Audrey Morrison.
El error que ni siquiera sé cómo evitar.




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