A veces, el silencio de alguien dice más que cualquier palabra.
Y últimamente, el de Zade es casi ensordecedor.
No sé cuándo empezó a evitarme.
O tal vez no me evita… solo mantiene distancia.
Es diferente.
Antes, cuando me llamaba a su oficina, había una especie de complicidad silenciosa.
Ahora, todo es medido. Preciso. Controlado.
Como si cada palabra estuviera siendo vigilada.
Me dice “Morrison” con la misma voz de siempre, pero ya no hay suavidad en su tono.
Y, aun así, cuando levanto la vista, lo descubro mirándome de una forma que me hace olvidar cómo respirar.
No debería importarme.
Tengo un trabajo estable, un jefe que confía en mí, un novio que me quiere.
Pero a veces, cuando Zade está cerca, todo eso se siente como un decorado.
Una fachada detrás de la que intento esconder algo que no sé cómo nombrar.
Hoy fue uno de esos días.
Estábamos revisando los avances del nuevo número de la revista.
Yo hablaba del enfoque de las entrevistas, de los nuevos artículos, de las colaboraciones que llegaron de Londres.
Y él… apenas decía nada.
Solo asentía, con los brazos cruzados, la mirada fija en mí, pero sin realmente mirarme.
Era como si su mente estuviera en otro lugar.
—¿Está todo bien? —pregunté, en voz más baja de lo que pretendía.
Él levantó la vista, sorprendido, y luego asintió.
—Perfecto. —Su respuesta fue tan breve que dolió más de lo que debería.
Salí de su oficina con el corazón pesado, como si hubiera dicho algo mal y no supiera qué.
Nick me esperaba en el pasillo.
Sonreía, hablaba de planes para el fin de semana, de un concierto al que quería llevarme.
Yo asentía, sonriendo también.
Pero había algo dentro de mí que seguía en esa oficina, sentado frente a un escritorio de vidrio, con un hombre que no me decía nada pero lo decía todo con los ojos.
Últimamente pienso demasiado en esas miradas.
En cómo se detienen apenas un segundo de más.
En cómo mi cuerpo las reconoce antes que mi mente.
Nick me toca la mano y me pregunta si estoy bien.
Digo que sí.
Miento.
No porque no me sienta bien con él —Nick es bueno, cariñoso, paciente— sino porque hay una parte de mí que parece no estar aquí del todo.
Una parte que, sin quererlo, busca algo más.
Algo que no debería buscar.
Cuando llego a casa esa noche, dejo las llaves en la mesa y me quedo de pie frente a la ventana.
La ciudad está cubierta de una neblina suave, y la lluvia cae otra vez, persistente.
Tiene algo de hipnótico.
Siempre que llueve, pienso en Zade.
En la noche en que me llevó en su coche, en el silencio entre nosotros, en cómo parecía decirme todo sin pronunciar una sola palabra.
No entiendo lo que pasa.
No entiendo por qué su distancia me duele tanto, ni por qué su voz sigue resonando en mi cabeza incluso cuando intento olvidarla.
Quizá sea mi mente jugando conmigo.
O quizá no.
Respiro hondo, pero el aire pesa.
Siento que algo se rompe dentro, algo que venía tensándose desde hace semanas.
Pienso en Zade solo, en su penthouse, con esa mirada cansada que a veces se le escapa cuando cree que nadie lo ve.
Y me pregunto si él también piensa en mí.
Si también siente que algo está a punto de cambiar, y no sabe si desea que pase… o teme que lo haga.
Nick me escribe: “Te amo. Descansa, ¿sí?”
Miro el mensaje un rato antes de responder.
“Yo también.”
Y cierro el chat sin enviar nada más.
Apago la luz, pero no duermo.
Porque aunque el mundo parezca estar en calma, dentro de mí hay una tormenta que no deja de crecer.
Una que lleva su nombre.