Inédito

Capítulo 36

Cinco semanas.
Cinco semanas desde aquella conversación en la que Zade me ofreció el puesto fijo.
Cinco semanas desde que empecé a sentir que mi vida, por fin, tenía algo de dirección.
Y, al mismo tiempo, cinco semanas desde que todo se volvió un poco más confuso.

El trabajo se ha convertido en mi refugio.
Entre las reuniones, los artículos, las fotos, y los correos interminables, apenas tengo tiempo de pensar.
O al menos eso intento.

Zade y yo hablamos todos los días, a veces por horas, a veces solo unos minutos.
Es inevitable.
Mi cargo como jefa de redacción implica que prácticamente cada publicación pasa por sus manos y las mías.
Y aunque mantenemos la profesionalidad, hay algo en nuestras conversaciones que nunca logro definir del todo.
Una especie de electricidad muda que se cuela entre los silencios.
Una tensión que ninguno de los dos menciona, pero que siempre está ahí, respirando entre nosotros.

Nick, en cambio, se ha vuelto más distante.
O quizá soy yo.
No lo sé.
Hace tiempo que nuestras conversaciones dejaron de fluir.
Todo se volvió más forzado, más tenso, más lleno de pausas incómodas.
Él nota cuando me quedo pensando en otra cosa.
Y yo odio que, la mayoría de las veces, ese “otra cosa” tenga el rostro de Zade.

Hoy fue un día especialmente largo.
Terminamos de cerrar una de las ediciones más importantes del mes, y las cifras siguen subiendo.
Zade reunió a todo el equipo y, como siempre, su presencia dominó la sala.
Tiene esa voz firme, esa seguridad que impone respeto sin esfuerzo.
Cuando anunció el nuevo proyecto —una posible asociación con una empresa de Bilbao— todos aplaudieron.
Y luego dijo mi nombre.
Dijo que yo lo acompañaría para encargarme de la redacción del artículo exclusivo.

Me quedé en silencio unos segundos, sorprendida.
Él me miró directamente, con esa expresión que mezcla decisión y algo más que nunca entiendo del todo.
Asentí.
Dije que sí.

Nick no lo tomó igual de bien.

—¿Bilbao? —repitió, apenas llegué al apartamento esa noche—. ¿Con él?

—Es un viaje de trabajo, Nick. —Intenté sonar tranquila, aunque sabía que no serviría de nada.

—¿Trabajo? —rió con amargura—. Claro, todo lo que tenga que ver con Zade es “trabajo”, ¿no?

Me dolió el tono. No era la primera vez que insinuaba algo así, pero esta vez su voz temblaba.
Y lo peor es que, por un segundo, no supe cómo defenderme.

—Es mi jefe. Me eligió porque soy buena en lo que hago —dije al fin, tratando de mantener la calma.

—¿Y también te eligió cuando decidió mirarte de esa forma cada vez que pasas por su oficina?

Las palabras me golpearon como una bofetada.
No respondí enseguida.
Lo miré, intentando reconocer al mismo Nick que alguna vez me hacía sentir tranquila.
Pero ya no era el mismo.
O tal vez nunca lo fue, y ahora simplemente estábamos mostrando nuestras grietas.

—No tienes derecho a decir eso —susurré—. No sabes lo que pasa entre nosotros.

—Precisamente —respondió él, con una sonrisa amarga—. No lo sé. Porque tú tampoco lo sabes, ¿verdad?
Porque no puedes admitir que te importa más de lo que deberías.

Cerré los ojos, conteniendo las lágrimas.
No quería que tuviera razón.
No quería darle ese poder sobre mí.

—No estoy enamorada de Zade —mentí.

Él me miró largo rato, como si intentara buscar la verdad en mi cara.
Y luego asintió.

—Tal vez no lo estés —dijo con voz baja—. Pero tampoco lo estás de mí.

El silencio que siguió fue insoportable.
Yo quería decir algo, cualquier cosa, pero no salía nada.
Solo el ruido de la lluvia contra los vidrios.
Esa maldita lluvia que parece seguirme a todas partes.

Nick tomó su chaqueta, suspiró y dijo lo que ambos sabíamos que venía:

—Tal vez sea mejor así, Audrey. Antes de que nos destruyamos los dos.

Y se fue.

Me quedé sola en el sofá, con la mente hecha un nudo.
Sentí rabia, culpa, tristeza… y algo que no quería nombrar.
Porque, en el fondo, entre todas esas emociones, había una pequeña chispa que no era dolor.
Era alivio.

Alivio.
Y eso fue lo que más me dolió.

Al día siguiente, el avión nos llevaría a Bilbao.
A un viaje de negocios, de trabajo.
Eso me repetí, una y otra vez, mientras hacía la maleta.
Pero, por más que intentaba convencerme, no lograba quitarme la sensación de que ese viaje iba a cambiarlo todo.




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