Inédito

Capítulo 37

El aeropuerto huele a café quemado y despedidas a medias.
No dormí nada la noche anterior.
Hice y deshice la maleta tres veces, intentando llenar el silencio que dejó Nick con cualquier cosa: ropa, cuadernos, excusas.
Nada sirvió.
El ruido seguía dentro, insistente, repitiendo su voz una y otra vez:

> “No lo estás de mí.”

Y tenía razón.
No lo estaba.
No lo estoy.

Zade llegó puntual, como siempre.
Camisa blanca, abrigo oscuro, el mismo porte que hace que hasta el aire parezca comportarse a su alrededor.
Cuando me vio, me saludó con un gesto leve de la cabeza, nada más.
Profesional. Distante.
Como si anoche no me hubiera pasado el mundo por encima.

—¿Lista? —preguntó, sin mirarme directamente.

Asentí.
No confiaba en mi voz.

El vuelo a Bilbao era corto, pero el tiempo en el aire se sintió eterno.
Nos sentamos uno al lado del otro.
Entre nosotros, un reposabrazos y demasiadas cosas no dichas.
Zade abrió su laptop, revisando documentos, mientras yo fingía leer un artículo que no entendía.
Cada tanto, lo veía fruncir el ceño, concentrado, y me preguntaba qué pensaba realmente.
Si sabía lo que había pasado con Nick.
Si le importaba.

El avión despegó, y con el rugido de los motores vino el silencio incómodo que sólo se rompe en la mente.
Yo pensaba en todo: en lo que dejaba atrás, en lo que venía, en lo que nunca debía sentir.
Y en él.
Siempre en él.

En algún momento, noté que sus manos estaban quietas sobre el teclado.
Lo miré de reojo.
Él también me observaba.
No con curiosidad, sino con una especie de preocupación muda.
Como si quisiera preguntar algo, pero no se atreviera.

—¿Estás bien? —dijo al fin, sin apartar la vista.

Mentí.
—Sí.

Zade asintió lentamente.
Pero no me creyó.
Lo supe por cómo bajó la mirada, por el leve movimiento de su mandíbula, por la forma en que su voz cambió cuando habló otra vez.

—Si necesitas descansar cuando lleguemos, puedo encargarme de la primera reunión.

—No —respondí rápido—. Estoy bien. Quiero trabajar.

Él no insistió.
Pero durante el resto del vuelo, su laptop siguió cerrada.
Y yo, aunque miraba por la ventanilla, podía sentir su mirada en mí, constante, como una línea invisible que me mantenía de pie.

—★‹🌺›★—

Bilbao nos recibió con una llovizna fina, el tipo de lluvia que parece más un recordatorio que un clima.
El chofer de la empresa nos esperaba afuera con un cartel que tenía el nombre de la revista.
Zade caminó delante de mí, con paso firme, saludando al hombre con la cortesía habitual.
Yo solo seguí sus pasos, intentando no pensar demasiado.

En el auto, el silencio volvió a hacerse presente.
Hasta que él habló, sin mirarme:

—Parece que no te llevas bien con la lluvia.

Sonreí con cansancio.
—No. Solo me recuerda cosas que preferiría olvidar.

—A veces olvidar no es lo que necesitamos —respondió él, casi en un susurro—. A veces solo hay que dejar que duela un poco más hasta que deje de importar.

Sus palabras me atravesaron.
No era consuelo.
Era comprensión.
Y, por un instante, quise decirle todo: lo de Nick, lo que sentía, lo que no podía admitir ni ante mí misma.
Pero no lo hice.
Solo miré las gotas resbalando por el vidrio y respondí:

—¿Eso te ha funcionado a ti?

Él me miró.
Por primera vez en mucho tiempo, su expresión no fue la del jefe ni la del hombre que siempre tiene el control.
Fue humana.
Cansada.

—A veces —dijo al fin—. Pero no siempre.

Y entonces, el auto siguió avanzando entre las luces grises de la ciudad, mientras afuera llovía con la misma intensidad con la que mi mente se llenaba de preguntas.

El hotel era elegante, minimalista, perfectamente alineado con su estilo.
Nos dieron habitaciones contiguas, y cuando él se despidió en el pasillo, algo en su tono cambió.

—Audrey —me llamó antes de que entrara.
Me giré.

—No dejes que lo que pase fuera del trabajo afecte lo que estás construyendo aquí. No todos los comienzos deben doler.

Y esa frase, sencilla pero cargada, se me quedó grabada mientras cerraba la puerta tras de mí.

Me apoyé en la pared y respiré hondo.
Por primera vez en mucho tiempo, no me sentí sola del todo.
Solo confundida.
Demasiado confundida.

Y mientras la lluvia golpeaba los ventanales del hotel, supe que aquel viaje no iba a ser solo una colaboración profesional.
Iba a ser el principio de algo que ninguno de los dos estaba preparado para enfrentar.




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