(Perspectiva de Zade)
No sé cuántas veces me he puesto un traje en mi vida.
He estado en decenas de eventos, galas, inauguraciones, cenas de negocio…
Y, sin embargo, ninguna de esas noches me había hecho sentir así.
Como si necesitara respirar más despacio. Como si nada más importara.
Estoy frente al espejo, ajustándome la corbata.
Negra. Sencilla. Como todo lo que suelo usar.
El traje está perfectamente planchado, hecho a medida.
Pero aun así, tengo la molesta sensación de que esta vez no es suficiente.
Porque esta noche voy con ella.
Audrey.
Mi novia.
Mi jefa de redacción.
Y, sin duda, la persona más hermosa que va a pisar esa gala.
Escucho el sonido de la puerta del vestidor abriéndose.
Y cuando levanto la mirada, la veo.
Por un segundo, el aire deja de existir.
El vestido plateado brilla bajo la luz cálida del pasillo, cada destello reflejándose en su piel como si la hubiera cubierto de estrellas.
El escote se desliza con naturalidad por su silueta, delicado, elegante, peligrosamente perfecto.
Y la espalda… Dios.
La tela cae en una curva infinita, dejando al descubierto la piel suave que he aprendido a reconocer incluso con los ojos cerrados.
Ella se detiene al verme.
—¿Qué pasa? —pregunta con esa sonrisa tímida, sabiendo perfectamente el efecto que causa.
—Nada —respondo, aunque mi voz suena más grave de lo habitual—. Solo estoy… evaluando una teoría.
—¿Qué teoría? —pregunta, acercándose, el brillo del vestido moviéndose con cada paso.
—Que voy a tener que golpear a media sala para que dejen de mirarte.
Ella suelta una risa suave.
—Zade… es solo un vestido.
—No —digo, negando con la cabeza, mientras me acerco y la rodeo con el brazo—. Es el vestido.
Huele a vainilla y a algo que solo puedo describir como Audrey.
Mi pecho se relaja apenas la tengo cerca.
Ella levanta la mirada, sus ojos brillando igual que el tejido que lleva puesto.
—Estás preciosa —susurro, casi sin querer decirlo en voz alta—. No, espera… “preciosa” no alcanza.
—Deja de exagerar.
—No estoy exagerando. Estoy siendo realista. —Le acomodo un mechón detrás de la oreja—. Esta noche, Audrey, vas a ser el motivo por el que la prensa se olvide de todo lo demás.
Ella sonríe, divertida.
—¿Incluso de ti?
—Especialmente de mí. —Me inclino un poco—. Y no me importa.
Ella baja la mirada, ligeramente sonrojada, y esa pequeña reacción me desarma más que cualquier palabra.
—Zade… —susurra.
—¿Sí?
—Gracias por hacerme sentir así.
—¿Así cómo?
—Segura. —Su voz es baja, sincera, temblorosa en el punto exacto que me rompe—. Antes de ti, nunca me había sentido… suficiente en lugares como este.
—Audrey, mírame. —Le levanto el mentón con suavidad—. Eres más que suficiente. Eres la razón por la que todo esto tiene sentido.
Ella sonríe apenas, y el reflejo en sus ojos me da esa certeza molesta pero dulce: estoy completamente perdido por ella.
...
El auto negro se detiene frente al hotel donde se celebra la gala.
Las luces, los flashes, la prensa… todo es un caos perfectamente coreografiado.
Ella sale primero, tomada de mi brazo, y el murmullo del público se eleva de inmediato.
Fotógrafos, periodistas, invitados. Todos la miran.
Y sí.
Tal como predije, todos se quedan callados.
El vestido brilla bajo los flashes, reflejando la luz en miles de puntos.
Ella camina con la seguridad de alguien que ya no teme ser vista.
Y yo…
Solo puedo mirarla.
Por primera vez en mucho tiempo, no estoy pensando en negocios, en números, en contratos.
Solo en ella.
En lo afortunado que soy.
En lo increíblemente injusto que sería no tenerla cerca.
Cuando llegamos a la entrada principal, alguien se acerca para saludarnos.
Audrey sonríe, extiende la mano, habla con la elegancia natural que siempre la ha caracterizado.
Yo solo observo.
Y no me importa si parezco un hombre absorto, porque lo estoy.
En medio de ese ruido, pienso:
No sé en qué momento pasó… pero ella se convirtió en mi calma y mi caos a la vez.
Más tarde, cuando ya estamos dentro, con copas en la mano y el murmullo de la música alrededor, ella se inclina hacia mí.
—¿Por qué me miras así? —pregunta, divertida.
—Porque todavía no me creo que estés conmigo.
—Pues créelo —responde—. Porque no pienso irme.
Y ahí, justo ahí, sonrío.
Un tipo como yo no suele creer en la suerte.
Pero si existe…
tiene nombre, y esta noche lleva un vestido plateado.
El evento de la revista siempre ha sido una pesadilla: demasiadas luces, demasiadas sonrisas falsas, demasiada gente que quiere hablar conmigo como si me importara su opinión sobre la nueva línea editorial.
Pero esta vez es diferente.
Esta vez tengo una distracción con vestido brillante y sonrisa peligrosa.
Audrey.
Camina a mi lado con ese aire suyo —esa mezcla de elegancia y desafío que me hace pensar que el universo tiene un sentido del humor retorcido—, y yo apenas logro mantener la compostura. El vestido es un maldito campo de batalla: plateado, lleno de destellos que parecen burlarse de mi autocontrol. Brilla tanto que creo que podría alumbrar medio salón sin necesidad de focos.
—¿Qué? —pregunta, notando que la miro demasiado.
—Nada —respondo, aunque mi voz suena más grave de lo que quisiera—. Solo intento entender cómo se supone que debo concentrarme en una gala cuando vienes vestida así.
Sus labios se curvan en esa sonrisa suya, lenta, peligrosa.
—¿Así cómo?
—Como un recordatorio de que no tengo la menor chance de parecer profesional esta noche.
Audrey suelta una risa suave, y esa maldita risa es peor que el vestido. La escucho y quiero que todos desaparezcan.
Caminamos entre los asistentes, saludando a algunos directores de sección, y puedo notar cómo las miradas se posan sobre ella. Nadie dice nada, pero sé lo que están pensando.
Y me da igual.
Porque si hay algo que me hace sentir orgulloso —además de su talento, su inteligencia y su forma de discutir cada decisión que tomo—, es el hecho de que esta mujer increíble está conmigo.