Inédito

Capítulo 70

Perspectiva: Audrey

No sé qué fue lo que me despertó primero: si el sonido de las notificaciones en el celular o esa sensación incómoda en el pecho que me dice que algo anda mal.

El sol se cuela por las cortinas, dorando la habitación. El teléfono vibra otra vez sobre la mesita de noche. Lo tomo sin pensar… y ahí está.

Titulares.
“Zade Morgan, el magnate que finalmente cayó rendido ante una mujer.”
“¿Quién es la misteriosa novia del empresario más codiciado?”
Y más abajo, en letras rojas y descaradas:
“¿Oportunismo o amor verdadero? La joven editora detrás del millonario.”

Siento una punzada en el estómago. Paso las imágenes rápido, intentando no leer los comentarios, pero mis ojos igual se detienen en frases como “se nota que va por el dinero” o “otra más que se vende por fama”.

Respiro hondo. No quiero que me afecte. No debería. Pero duele.
Duele porque yo sé lo mucho que trabajé para llegar hasta donde estoy.
Duele porque me esfuerzo por no ser “la novia de”, sino Audrey, la mujer que escribe, dirige y crea.

Apago el teléfono, lo guardo en el bolsillo de mi sudadera y me levanto.
La habitación está tranquila, el aire tibio y perfumado por el olor a café que dejó Eva anoche. Camino descalza hasta la cocina, con el corazón todavía un poco pesado.

Pongo los audífonos, selecciono mi playlist favorita de 5 Second of Summer y dejo que el ruido del mundo se apague.
Mientras el café se prepara, tarareo suavemente. No quiero pensar. Solo necesito ese silencio que da la música cuando no hay nada más que hacer.

...

Perspectiva: Zade

Despierto con la cama vacía. Audrey ya no está.
Tardo unos segundos en recordar el evento de anoche, su vestido brillante, la manera en que reía con la copa en la mano. Sonrío… hasta que reviso el teléfono.

Las alertas, los titulares, los comentarios.
Siento una presión en el pecho.
¿Busca dinero? ¿Oportunista?
Resoplo, molesto. Es increíble lo fácil que resulta para la gente opinar cuando no conoce la historia.

Sé que Audrey es sensible con estas cosas. Que intenta fingir que no le importa, pero siempre se le nota en los ojos.

Salgo de la cama, me pongo la camiseta y camino hacia la cocina.
La encuentro allí, de espaldas, con el cabello suelto y los audífonos puestos. Tararea una canción mientras revuelve el café, ajena al resto del mundo.

Me acerco sin hacer ruido. La rodeo por detrás y apoyo la barbilla en su hombro.
Ella da un pequeño brinco, pero no se aparta.
—Buenos días —murmuro contra su cuello.
—Buenos días —responde, suave.

Le dejo un beso lento en la mejilla, después otro, más cerca del cuello.
—¿Cómo amaneciste?
—Bien —responde, con una sonrisa pequeña, casi forzada.

Podría decirle que ya vi lo que publicaron. Podría prometerle que haré algo, que mandaré a callar a todos.
Pero no. No hoy.
Hoy solo quiero que respire, que sienta mis brazos y entienda que no tiene que demostrarle nada a nadie.

Así que la abrazo un poco más fuerte, hasta que su cuerpo se relaja contra el mío.
El café sigue humeando entre sus manos, y mi respiración se sincroniza con la suya.

—Zade… —susurra.
—¿Mm?
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por no decir nada.

Sonrío. Ella no me mira, pero sé que lo siente.

—★‹🎧☕›★—

Perspectiva: Audrey

El resto de la mañana pasa tranquila.
Zade insiste en prepararme el desayuno, aunque claramente Eva le da instrucciones desde la puerta para que no queme los panqueques. Lo observo moverse por la cocina, torpe y adorable, con el ceño fruncido mientras intenta girar uno sin que se rompa.

—¿Sabes que podrías haber pedido servicio a domicilio? —le digo, con una sonrisa pícara.
—Shh. Esto es arte en proceso —responde, levantando la espátula como si fuera una espada.

No puedo evitar reírme. Y solo por eso, él se da por victorioso.

Después del desayuno, mientras recojo los platos, noto que Zade revisa su reloj más de una vez. Tiene esa expresión que usa cuando está planeando algo, y eso, viniendo de él, nunca es algo simple.

—¿Por qué me miras así? —pregunto, cruzándome de brazos.
—Porque tengo una sorpresa.
—¿Una sorpresa? ¿Otra vez?
—Sí, pero esta es… más grande. —Sonríe, misterioso—. Haz tu maleta.

Lo miro confundida.
—¿Cómo que haga mi maleta? ¿A dónde vamos?
—A un lugar donde nadie pueda publicar tonterías sobre nosotros —responde con calma—. Solo tú, yo, y mucho silencio.

...

Horas después

El avión privado se desliza entre las nubes. A través de la ventanilla, el mundo parece cubierto de algodón. Zade revisa unos documentos mientras yo intento adivinar nuestro destino, pero no suelta palabra.

Cuando aterrizamos, el aire frío me da la respuesta.
—¿Canadá? —pregunto, entre sorprendida y encantada.
Zade asiente, con una sonrisa satisfecha.
—Te prometí tranquilidad, ¿no?

El camino hasta la cabaña es un espectáculo: árboles cubiertos de nieve, el cielo teñido de tonos rosados, y un silencio que parece sanar.
La cabaña, al llegar, parece sacada de una postal. De madera, con ventanales enormes, luces cálidas y una chimenea encendida.

—Zade… esto es hermoso —susurro.
—Esperaba que te gustara —dice, dejando las maletas a un lado.

Me acerco a la ventana. Afuera, todo está blanco. Dentro, solo el crujido del fuego y el aroma a chocolate caliente que Eva, de alguna forma, logró enviar con nosotros.

Zade se acerca por detrás, apoya las manos en mis hombros y murmura:
—Aquí nadie puede tocarte, ni opinar, ni inventar nada. Solo tú y yo.

—Y el chocolate —añado, riendo.
—Y el chocolate —confirma él, antes de besarme la mejilla.

...

Más tarde

Estamos sentados frente a la chimenea. Él, con una manta sobre los hombros; yo, con sus calcetines puestos —que me quedan ridículamente grandes—.
Zade me observa mientras soplo el vapor de mi taza.




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