Inédito

Capítulo 72

Volver a Madrid fue como salir de un sueño y caer directo a la realidad.
El aire ya no olía a pino, sino a asfalto y café quemado.
Las cámaras volvieron a los rincones, las voces a los pasillos, y las miradas curiosas al cruzar las puertas de la revista.

Todo el silencio que nos había envuelto en la cabaña quedó atrás, junto con los amaneceres tranquilos, las risas frente a la chimenea y el sonido de su voz diciéndome “buenos días, pequeña”.
Ahora solo hay ruido. Y titulares.

> “El magnate Zade Morgan, de 30 años, confirma relación con joven periodista de 23.”
“La becaria que conquistó al jefe.”
“¿Romance o estrategia?”

Los titulares no me hieren como antes, pero duelen.
No porque sean verdad, sino porque parecen empeñarse en reducirme a un número, a una diferencia de edad, a una historia que no escribí.

En la cabaña éramos solo nosotros.
Aquí, somos tema de conversación.

---

Zade ha estado intentando protegerme de todo eso, pero su forma de hacerlo a veces me asfixia.
Habla con su equipo de relaciones públicas, bloquea entrevistas, manda retirar publicaciones, y aunque lo hace por mí… no puede evitar que me sienta pequeña.

—No tienes que pelear todas mis batallas, Zade —le digo esa mañana, cuando lo encuentro revisando su teléfono con el ceño fruncido.
—No estoy peleando, solo… asegurándome de que nadie vuelva a faltarte al respeto.
—Pero lo hacen igual. No puedes controlarlo todo.
—A ti sí —responde sin pensarlo, y suelta una sonrisa cansada.
—No deberías querer hacerlo.

Su expresión cambia, más seria, más sincera.
—No quiero controlarte, Audrey. Quiero cuidarte. Hay una diferencia.

Y sí, la hay. Pero también hay una línea muy delgada entre cuidar y proteger demasiado.

---

En la redacción, las cosas también cambiaron.
Algunos susurran, otros fingen no hacerlo.
Y aunque intento mantener la cabeza en alto, hay días en que las palabras se cuelan entre las rendijas de mi autoestima.

"Está con él por interés."
"Seguro ya no tiene que trabajar tanto."
"Debe ser bueno tener un novio millonario."

Respiro, sonrío, y sigo.
Porque si algo aprendí en estos meses es que nadie va a validar lo que soy si no lo hago yo primero.

---

Esa noche, Zade llega tarde.
Yo estoy en la terraza, con una manta sobre los hombros y una taza de té.
Él se acerca en silencio y se sienta a mi lado.
Durante unos segundos no decimos nada.

—Estás muy callada últimamente —dice por fin.
—Estoy aprendiendo a no justificarme con nadie.
—¿Por mí?
—Por todos.
Él asiente, pensativo.

—Sé que no es fácil.
—Tampoco para ti —respondo.
—Lo único difícil es no poder gritarle al mundo que no eres “una oportunista”, ni “una busca fama”. Eres mi mujer, Audrey. La única persona que logró poner mi mundo en pausa.

Sus palabras me tocan más de lo que quisiera admitir.
Pero no lo digo. Solo apoyo la cabeza en su hombro y dejo que el silencio hable por los dos.

Después de un rato, murmuro:
—No puedo evitar sentir que todos me ven como una niña.
—Tienes veintitrés, no doce.
—Pero tú tienes treinta. Y eso parece un crimen para algunos.
Zade suelta una risa breve, sin humor.
—Que hablen. No saben que tú me haces sentir más joven que nunca.

Sus dedos buscan los míos, entrelazándolos con calma.
Y ahí, entre el murmullo de la ciudad y el calor de su mano, entiendo que lo nuestro no necesita defensa.
Ni permiso.
Ni etiquetas.

Solo la verdad: lo elegimos cada día, a pesar del ruido, a pesar de las diferencias, a pesar de lo que digan.

Cuando entramos al dormitorio, me mira con esa ternura que guarda solo para mí.
—¿Sabes algo? —susurra.
—¿Qué?
—Todavía no puedo creer que la chica de veintitrés que conocí en su primer día de pasantía, ahora sea la mujer que me enseña a respirar.

Sonrío.
—Y yo todavía no puedo creer que el hombre que me parecía insoportable, amargado, grosero, frío y cero mi tipo..— Me interrumpe.

—Menos mal me amas, no?— Dice con sarcasmo e ironía.

—Rio de manera divertida y lo miró, Zade ya me mira con expresión de querer matarme — Te amo, Zade — No sea tan dramático señor Morgan.

Nos quedamos así, mirándonos.

Le sonrió, pero el me mira con seriedad, así le doy un leve beso en los labios, y él sin poder resistirse me corresponde con una sonrisa arrogante.

— Yo también te amo, Morrison —Murmura entre besos.

El ruido del mundo ya no importa, y lo único que queda es él, mirándome como si el resto no existiera.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.