La discusión empezó con algo tan estúpido que ni siquiera estoy seguro de en qué momento se volvió importante.
Audrey estaba sentada en el sofá, con las piernas cruzadas, el teléfono en la mano y una sonrisa pequeña en los labios.
Yo estaba en el escritorio, revisando unos contratos que no me interesaban lo suficiente como para distraerme de ella.
Esa sonrisa fue mi error. Me distrajo. Me intrigó. Me dolió.
—¿Quién es? —pregunté, sin pensarlo demasiado, solo con esa curiosidad torpe que viene de amar demasiado.
—¿Mm? —alzó la vista, distraída.
—Con quien hablas.
—Ah. Con Nick —respondió, como si fuera lo más normal del mundo.
Nick.
Ese nombre me cayó como un puñetazo invisible en el estómago.
Intenté mantener el tono neutro.
—¿Nick?
—Sí. —sonrió apenas, sin notar la rigidez en mi mandíbula—. Me escribió para saber cómo estoy.
Asentí. No dije nada. Pero el silencio fue lo suficientemente fuerte para llenar toda la habitación.
Audrey frunció el ceño.
—¿Zade?
—Nada —mentí, volviendo la vista a los papeles.
Pero la tinta se mezclaba ante mis ojos, borrosa. No estaba leyendo, solo intentando respirar sin dejar que el orgullo hablara primero.
El problema no era Nick. No realmente.
El problema era imaginarlo escribiéndole, haciéndola sonreír.
Era pensar en todo lo que ese tipo había tenido de ella antes de mí.
Y eso... eso me carcomía por dentro.
Audrey volvió a hablar, con ese tono pausado que usa cuando intenta evitar un conflicto:
—No es lo que estás pensando. Solo fue un “hola”.
—No estoy pensando nada.
Mentira. Estaba pensando todo.
Me levanté del escritorio y caminé hacia la cocina, buscando cualquier excusa para poner distancia.
El sonido de mis pasos sobre el suelo parecía más fuerte que el aire entre nosotros.
Detrás de mí, escuché su suspiro.
—Zade, por favor…
—No pasa nada, Audrey. —Mi voz sonó más fría de lo que pretendía—. No tengo nada que decir.
El resto del día fue una sucesión de silencios incómodos.
Yo trabajando en mi portátil, ella con su libro en el sofá.
Ninguno queriendo ser el primero en ceder.
Y sin embargo, cada vez que levantaba la vista, mis ojos terminaban buscándola.
Porque a pesar del enojo, seguía siendo ella.
Mi caos. Mi calma. Mi todo.
—★‹📱⚔️›★—
La noche cayó lenta, gris.
La ciudad detrás de los ventanales parecía más silenciosa de lo normal, o quizá era solo el ruido dentro de mí lo que se apagaba.
Estaba en la cocina preparando café, intentando concentrarme en el sonido del agua hirviendo.
El aroma llenaba el aire, cálido, familiar.
Era lo único que lograba calmarme un poco.
Hasta que la sentí.
Sus brazos, suaves, rodeando mi torso desde atrás.
Su frente apoyada en mi espalda.
Su respiración temblando contra mi camisa.
—Lo siento —susurró, tan bajito que apenas si el vapor del café la dejó oírse.
Cerré los ojos.
Ese "lo siento" me desarmó más que cualquier lágrima.
Podía sentir cómo se aferraba a mí, con los dedos apretando la tela de mi camiseta, como si temiera que si soltaba un poco, la distancia entre nosotros volvería a crecer.
—No tenías que hablar con él, Audrey —murmuré al fin, sin dureza, solo con cansancio—. No después de todo lo que pasó.
Ella apoyó el mentón en mi espalda, en silencio.
—Solo fue un mensaje. No pensé que te dolería tanto.
—No es el mensaje —dije, girándome lentamente hasta quedar frente a ella.
Su mirada estaba baja, los ojos rojos por contener el llanto.
—Es que… no quiero imaginarte volviendo a un pasado donde yo no existía.
Ella parpadeó, y una lágrima cayó antes de que pudiera detenerla.
—Yo tampoco quiero eso, Zade. Te juro que no.
La tomé del rostro, con cuidado.
—Entonces no me dejes pensar que puedo perderte. Ni siquiera un segundo.
Audrey asintió, con la voz quebrada:
—No vas a perderme.
Nos quedamos así, mirándonos, el aire denso entre los dos.
La cafetera pitó suavemente, pero ninguno se movió.
Solo respiramos el mismo aire, la misma disculpa, el mismo miedo.
Después de un momento, Audrey sonrió débilmente.
—Si me perdonas, te sirvo el café.
—Solo si me prometes no hablar con ningún otro Nick en el planeta.
Ella soltó una risita entre lágrimas.
—Ni con los de Backstreet Boys si hace falta.
La abracé, riendo por fin, sintiendo cómo toda esa tensión se disolvía entre sus brazos.
—Eso espero, cielo. Porque te juro que si veo otro mensaje con ese nombre, cancelo el WiFi.
—Eres un exagerado.
—Y tú una provocación constante.
Audrey alzó la vista, sonriendo con los ojos húmedos, y me besó.
Lento. Real.
Como si el perdón tuviera sabor a café recién hecho.