Una vida bastante ordinaria
2:05 am, doy vueltas en mi cama, giro de un lado al otro, mientras el sudor escurre por mi cuello.
Estoy frente a una calle desolada, miro con asombro porque no reconozco este lugar, doy unos cuantos pasos adelante y al final de una calle vieja y oscura entre matorrales descubro un bar, es muy pequeño tanto que es claustrofóbico. Abro la puerta y observo el lugar: hay unas cuantas mesas vacías, algunas personas en la barra y otras acompañadas en grupos. El olor del ambiente es evidente (marihuana), una luz tenue hace casi penumbroso el entorno, algunas carcajadas, otros gritos. Una música de rock suena de fondo (Sum 41 - With Me), pocas cosas me llaman la atención, solo que una chica como yo no pertenece a un lugar de estos.
-¿Qué hago aquí? Me hago la pregunta.
-¿Dónde estoy?
-¿¡Qué rayos es este lugar!?
Justo en el medio de este ambiente ajeno a mí, casi sin notarse está un chico: viste de oscuro, tiene una camiseta negra con un logo de The Rolling Stones, una chaqueta de cuero y tachas, botas de cordones; su cabello es largo y, a medio reojo, puedo ver su cara: ¡qué chico tan misterioso! y guapo; ¡diablos es muy guapo! Tiene unos ojos pequeños, acompañados de unas cejas pobladas, unos labios perfectamente delineados, una mirada muy penetrante, apenas logro contar cuantos lunares tiene en su cara… son muy sexis. Mientras sostengo una mirada casi lasciva sobre él, puedo notar que toma cerveza y que la fuerza electromagnética me atrae a él como un imán.
Me acerco a la barra y le pido a la mesera que me dé algo de tomar y justo en ese instante, siento como sus ojos me desnudan; giro mi cabeza y lo veo de nuevo: ¡vaya!, casi que no podemos dejar de vernos. Puedo sentir como mi respiración se acelera, mis piernas flaquean con cada segundo que pasa mientras me mira, el tiempo parece detenerse, toma su cerveza, da un sorbo y la pone sobre la mesa, hala la silla, se levanta y camina muy suavemente hacia mí. Puedo sentir como el ritmo de mi corazón se acelera con cada paso que da; se posa frente a mí, me mira y sutilmente brota una perfecta sonrisa. No sé cuánto tiempo pudo haber pasado. De repente sin más allá me pregunta:
-¿Te volveré a ver?
Y yo me quedo sin aire, no sé qué decirle, no puedo respirar… este hombre se lleva todo mi aliento en tan solo una mirada. Casi que titubiado de mi boca salen unas palabras, enlazadas con un nudo inmerso en mi garganta:
-Te encontraré…
Y es ahí cuando lo veo caminar a la salida del bar, pero, ¿cómo puedo encontrarlo nuevamente? Salgo corriendo y me dirijo a la puerta y lo busco como si mi vida dependiera de volverlo a ver, y no está.
Siento en mi pecho esa sensación de que algo pasó, una fuerte carga se anida en mi tórax y solo puedo pensar en ese par de ojos…
De repente escucho un estruendo que no se calla y suena cada vez más fuerte. ¡Demonios!, es la alarma…
Me levanto sobre la cama, observo como las gotas de sudor recorren por mi cuello y muy suvemente deslizo mi mano por sobre mi ropa, tocando mi cuerpo, sintiendo cada latido de mi corazón y la suave tela de mi pjama, llegó al rumbo que mi mano quiere encntrar, estoy mojada. ¿Acaso tuve un orgasmo? Sí que soy rara. Pienso, niego con mi cabeza como si con eso fuera a sacar al personaje que me atormento de ahí y me dirijo al baño… Se me hará tarde. Es mejor que me vaya a la ducha.
Han pasado ya dos años de aquel sueño extraño y aún puedo recordar ese par de ojos cafés. Era un verano de 2019, tenía entendido que nada tenía. Cursaba séptimo semestre de Artes Plásticas, estaba a punto de terminarse el semestre y aún no comprendía qué iba hacer con el periodo de prácticas laborales, esa a la que todos le temen; de cierta forma había llegado ahí por inercia divina, no precisamente porque me llevara el viento, sino porque hasta ese momento en mi vida todo había estado dando traspiés.
Ahí estaba yo bajo el imponente sol de los 38°C de Tríniti, mi ciudad natal, aquella que me vio nacer, crecer y que estaba por verme partir. Mis padres en un diciembre del 96 habían decidido que mi nombre sería Carolain, se habían basado en sus creencias místicas y en promesas banales de la época. Hasta entonces yo prefería la historia que se inspiraba en una chica que encontró un mundo secreto tras una puerta oculta.
Solía ser una chica misteriosa, de pocos amigos y diversos amores fallidos. En ese momento de mi vida, mis padres habían decidido que entrar a la facultad de Artes era mi mejor opción, aunque de cierta forma la idea no me parecía tan descabellada. Estaba loca por las causas perdidas, alzar la voz y gritar muy duro; más cuando no me gustaba lo que escuchaba. A mis 22 años era muy sobrevalorada mi popularidad, no creía en los amigos que repartían besos como una bolsa de crispetas. Entraba por las puertas del edificio ubicado en una de las avenidas más importantes de la ciudad, saludaba a Henry y me dirigía a mis clases, no miraba a nadie, no observaba a nadie, solo eran mis dos pies izquierdos intentando coordinar, mi música y yo.
Mis amigas Vanessa y Katty me conocían bien, eran las únicas personas con las que hablaba. Podían tolerar fielmente mi déspotez, mi bipolaridad y mis días grises; ellas reconocían y conocían perfectamente mi esencia y por alguna extraña razón me querían y me aceptaban. No se fijaban en lo rara que era, ellas notaban en mi lo que tal vez otros no. ¡Vaya que las admiro! A veces ni yo misma podía entenderme.