Inefable.
En la oscuridad de mi habitación, me encuentro derramando lamentos.
Recostado en una cama que refleja mi alma, me pregunto: “¿Por qué las despedidas duelen tanto?”, “¿por qué no pudiste quedarte a mi lado?”.
El amor duele. Duele como un ataque cardiaco, donde agonizo sin piedad ante un culpable inocente.
Me quema, como un fuego profundo que nace en mis entrañas, incapaz de detenerse.
Me hace producir lágrimas, como si quisiera formar lagos de agonía.
Y sonrío, tratando de convencerme que todo esto es por mi bien.
Que esta decisión es por nuestro bien. Quiero mentirme diciendo todo esto.
Quiero creerme todos los murmullos que suelto.
Pero el corazón no obedece.
Se queda roto, llamándote para que lo arregles.
Te espera, con la ilusión de que volverás y me abrasaras para luego mostrarme una sonrisa, de esas que me hacían sonrojar desprevenida.
Que tocaras mi puerta y con voz torpe me preguntaras: “¿estás bien?”.
Pero por más que mis ojos se queden fijos, desgastados en el umbral, sé que eso no sucederá.
Sé que es hora de acabar con esta historia donde fuimos felices.
Pero me abstengo de cerrar el libro, Dónde yace nuestro destino.
Todos mis anhelos se convierten en mi infierno. Quiero amarte.
Deseo estar a tu lado.
Pero todo ha terminado.
No podemos seguir haciéndonos daño.
Cierro los ojos concentrándome en una respiración monótona.
Quiero seguir. Quiero vivir. Pero, ¿cómo lo haré sin ti, mi amor?
Si mi historia termina, donde inicia la tuya.
¿Cómo retomaré mi camino, cuando lo único que quería era avanzar contigo?
Te amo.
Me amas.
Pero lo demás nos daña.
Te extraño.
Lloras.
Pero la sociedad nos calla.