Inefable ©

I N E F A B L E

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En el momento en que Theron Collins se coló en mi vida, similar a un veloz intruso, supe que no quería establecer relación alguna con él.

Únicamente hacía falta verlo: todo lo que emanaba, desde su vestimenta oscura hasta su mirada sombría, chillaba incesantemente la palabra «peligro». En efecto, lucía como todo un mafioso; alguien a quien debía temerle; y escuchar los rumores que comenzaban a surgir sobre sus posibles «problemas» no ayudó a que me sintiera cómoda en su presencia.

Mientras que las demás féminas morían por ser tomadas en cuenta por él, yo huía a toda costa de cualquier encuentro que pudiese darse entre nosotros.

Theron, por su parte, tampoco mostró interés en interactuar conmigo —cosa que agradecía—. Aunque, de igual forma, no aparentaba ser un chico sociable; siempre se hallaba solo, a pesar de poseer un físico bastante llamativo y enigmático. Según Ava Sallows, mi amiga más cercana, Collins rechazaba a cualquiera que se le aproximase. Prefería la soledad y el silencio, y aquello lo volvía peor, puesto que aumentaba el sinnúmero de chismes y teorías que corrían sobre él.

En lo que a mí respectaba, me impuse la regla de evitarlo e ignorarlo. De modo que, siempre que tomábamos clase o almorzábamos, yo hacía mi mejor esfuerzo para prescindir de Collins —no es que fuese muy complicado—. No obstante, cuando menos pensé y sin previo aviso, me vi en la obligación de recurrir a él para investigar los espeluznantes acontecimientos que tenían lugar no solo en mi vecindario, sino que en todo el pueblo.

No podía dar una descripción coherente de cuándo empezaron, puesto que mi fastidio se originó luego de que una de las víctimas fuese de mis allegados. Entonces dejaron de ser «lamentables tragedias» para convertirse en el enigma que me llevaría a quebrar una de mis limitadas reglas, estableciendo contacto no solo verbal y físico con Theron, sino que también sentimental.

Desafortunadamente, ambos guardábamos como principal propósito hallar una explicación a todos los sucesos tétricos que seguían en una especie de cadena. Sin embargo, la realidad conseguía golpearnos con constancia al recordar que éramos solo unos adolescentes tras pistas que no guiaban a nada; siquiera sabíamos lo que queríamos encontrar.

Pero nuestra insistencia dio resultados.

Sin darnos cuenta, nos adentramos en el más peligroso misterio que alguien de nuestra edad haya podido imaginar. Lo peor era ver cómo vertiginosamente nos perdíamos a nosotros mismos.

Porque siempre nos rodearía la trágica historia que desatamos. Igual de inefable que el secreto que nos unió.




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