Inefable ©

Capítulo 01: Zeus.

UNO

8 de agosto, 2011.

Cruzó su mirada con la mía, los ojos le brillaban con vehemencia, y aquella insólita combinación que rezaban sus irises me instaba a cortar la distancia y lanzarlo a través de la enturbiada ventana. El felino se mostró firme ante mi presencia, no intentó esconderse ni huir; se mantenía sostenido sobre sus patas y, valientemente, me observaba.

Me aproximé, presa de una especie de cólera debido a la presencia del intruso, y lo sostuve entre mis manos, admirando su inexplicable serenidad. Aquel tipo de animales no figuraban como mis favoritos y los detestaba, pero con Zeus, el micifuz de Agnés Lowell, mi vecina, solía ser mucho más severa. Era un feo animal de pelaje oscuro y ojos singulares, que aparentaba tener más años que su dueña y, por lo visto, se regocijaba en el hábito de espiar a las personas.

Lamió una de sus garras y me ignoró, prescindiendo de mi presencia. Fijé mis curiosos ojos en el brillante collar que resplandecía en su cuello; una hermosa piedra yacía incrustada dentro de la luna que conformaba el dije. Estuve cerca de rodar los ojos, no podía creer que le cedieran un objeto tan valioso a un simple animal; era incoherente.

Controlando cualquier impulso de maltratar a la alimaña, caminé hasta el gran ventanal de mi habitación y lo solté sobre la barandilla. Fueron unos efímeros segundos los que  tardó en lanzarse y aterrizar sobre la superficie de mi patio. Olvidaba ese detalle: los gatos son demasiado ágiles.

En definitiva, Zeus podía camuflarse perfectamente entre la tenebrosa oscuridad, su pelaje era tan oscuro que, si mantenía los ojos cerrados, no sería notado por nadie. A excepción de la centellante joya que colgaba en su cuello, la cual le jugaba en contra en su tarea de pasar desapercibido.

Mi móvil no esperó que mis pensamientos culminaran porque resonó, evaporando el silencio en el que me había sumido gracias a la visita inesperada del minino. Atranqué el tragaluz y tomé el celular que vibraba sobre mi escritorio. En la pantalla táctil se vislumbró una foto de Liam Campbell, mi «amigo» desde hacía cinco años.

—Debes decirle que me deje en paz —suplicó.

Resoplé, fastidiada ante su irritante insistencia. ¿A mí qué me importaba lo que Ava hiciese? Nadie gozaba del placer de darle órdenes a esa mujer.

Ava Sallows, mi mejor amiga y «acosadora» de Liam desde que lo conoció. Según ella, Campbell es perfecto: sonrisa seductora, amigable y un físico aceptable. El prototipo de chico al que Ava no mostraba resistencia, pues le fascinaban los intelectuales asociales. Sin embargo, mi amigo no manifestó agrado hacia ella, y el hecho de que se volviese obsesiva con respecto a él no ayudó en nada.

Empero, ¿qué podía hacer yo? No era mi asunto.

 —No controlo a mi amiga, Liam —mascullé—. Te lo he dicho ya.

Apagué las luces de mi habitación y me dirigí hacia mi cama, dejándome caer sobre el colchón. Escuché cómo maldecía del otro lado de la línea y sentí un poco de lástima por él, pero aquella emoción se esfumó rápidamente al darme cuenta de que debía mantenerme firme. No me entrometería en los asuntos de mis amigos ni ellos en los míos, como acordamos en un inicio.

—Puedes pedirle que se detenga —pidió—. Te hará caso si se lo dices tú.

«No estés tan seguro».

—¡Vaya! —Exclamé—, se nota que no conoces a Ava.

En las tinieblas de mi cuarto vislumbré una silueta que cruzó fugazmente frente a mí, ocasionando que me sobresaltara. Mi ordenador encendió sobre el escritorio y casi creí sentir una suave brisa chocar con mi rostro. Un veloz recuerdo se reprodujo en mi cabeza cuando el melifluo sonido de un maullido traspasó mis oídos y únicamente un nombre ocupó mi mente: Zeus.

—¿Hallie?

Lo primero que hice fue colgar. «¡Maldito gato!» chillé internamente. Lo veía a la perfección desde mi puesto, la luna en su cuello resplandecía casi con la misma intensidad que sus ojos y avanzaba peligrosamente en mi dirección. Por mi parte, me hallaba tan pasmada y consternada que me tomó por completa sorpresa cuando saltó sobre la colchoneta y se mantuvo enfrente de mí, volviendo a observarme con esa mirada que no me decía absolutamente nada.

—Bien, por lo visto te deleita espiarme —declaré, mirándole—. ¿Qué crees? No me agradas, así que si eres tan inteligente como aparentas, lárgate.

Pasó por alto mi amenaza y se mantuvo impertérrito, como solía hacer el holgazán felino. Impulsé mi pie para patearle pero advirtió mi movimiento y se alejó, consiguiendo que golpease contra la madera. ¿Qué quería de mí? No lo entendía.

Me asustaba e inquietaba su presencia, así que me levanté de la cama y encendí la luz. No se movió y eso me frustró, no era la primera vez que el animal de Agnés me quitaba el sueño. No obstante, cuando me disponía a buscar a mamá para que echara al intruso, me percaté del papel que colgaba junto a su cuello, doblado de forma cuidadosa. Si la memoria no me fallaba, aquel trozo no estaba ahí cuando se marchó minutos atrás.




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