Inefable, lo que creíamos perdido

10. Soy una asesina

El silencio se ha apoderado de la habitación, y el ambiente puede palparse de lo tenso que está. El rostro de la asiática se ha blanqueado algunos tonos luego de escucharme. Yo estoy absolutamente quieta, no me he atrevido a mover un solo músculo del cuerpo, y mis ojos no se han separado de dónde Mei se encuentra sentada en la cama.

 

Ha abierto y cerrado la boca en varias ocasiones sin lograr que una sola palabra salga por sus labios. Y no es para menos, puedo entender que esto no es algo fácil de asimilar. Los ojos cafés de mi amiga pasan de la fotografía que lleva en las manos a mí en repetidas ocasiones hasta que por fin las palabras salen de sus labios.

 

―No lo entiendo ―las palabras salen atropelladas de sus labios―. ¿A qué se refiere la nota cuando dice que debes pagar?

 

Mis ojos se cierran solos y los aprieto por lo que me parece es una eternidad. ¿Cómo voy a explicarle que la persona frente a ella es una asesina? Siento como la rabia empieza a brotar en mi interior. ¿Por qué no podía empezar mi vida sin toda esta mierda siguiéndome? Eso era lo único que quería, viajé al otro lado del país, abandone mis recuerdos, mi vida y lo único que recibo es una gran bofetada y un chiste cósmico de mierda.

 

Aunque deteste llorar no estoy segura de poder tener esta conversación sin hacerlo. No creo resistirlo. Y lo odio, me odio por eso.

 

»¿Gabriel? ―La voz de Mei se escucha preocupada y yo no puedo evitar que una risa lastimera se escape de mis labios.

 

―Debo pagar, porque eso es lo que pasa cuando se hace algo malo Mei. ―Todo sale mi boca sin expresión, como quien recita una oración que le han enseñado hace mucho pero que no significa nada―. Yo estoy aquí, y él está muerto y eso es solo por mi culpa.

 

Mi amiga no aparta sus ojos de mí, mientras yo apenas me atrevo a mirarla a los ojos, incapaz de sostener su mirada. Ella parece estar sopesando mis palabras, su ceño se ha fruncido hasta juntar casi por completo sus cejas. Su gesto ha dejado de ser tranquilo para verse un poco más serio.

―Muchas veces nos sentimos culpables de la muerte de un ser querido Gabriel. ―La voz de Mei es pausada, como tratando de no asustarme―. Pero casi nunca ha sido nuestra culpa.

Acá viene el discurso, no sé cuántas veces he escuchado lo mismo: no fue tu culpa, no había nada que pudieras hacer para salvarlo. Pero lo que la gente no entiende es que si había algo que podía hacer, de hecho podría haberlo hecho todo, en cambio hice lo opuesto y el resultado es que ahora él se encuentra bajo tierra y yo estoy aquí muriendo en vida. Viviendo una condena autoimpuesta.

Inclino mi cabeza y por primera vez me permito ver de frente a Mei, sus ojos están muy abiertos, curiosos y ansiosos a una respuesta de mi parte. Estoy por abrir la boca para darle la respuesta que merece, pero mi corazón se contrae y mi estómago se agita de solo pensarlo. Me doy cuenta que no estoy lista para contarle lo sucedido, no estoy lista para llevarme de regreso a todo lo que pasó. No soy tan fuerte, nunca lo he sido. La prueba de eso es que me encuentro aquí, para evitar cargar con toda la mierda que traigo encima.

―Este no es uno de esos casos Mei. ―El ceño de la asiática se frunce aún más al escucharme―. Y-Yo… ―Las palabras se atascan en mi garganta negándose a salir―. Yo quiero estar sola. Por favor.

Una expresión dolida surca el rostro de Mei, y eso solo hace que me sienta peor. Ella vino hasta acá para estar conmigo y yo ahora la estoy echando de mi casa sin darle siquiera una maldita explicación. Pero es que no puedo, no estoy lista para decirlo todo. El cuerpo me ha empezado a temblar y reconozco el momento exacto en que mis ojos van a perder la batalla con las lágrimas que mantengo prisioneras tras mis párpados, y aunque pongo de mi empeño por aguantar un poco más, en el momento que veo a Mei ponerse de pie no consigo retenerlas.

Ella se acerca un poco hacia mí y todo mi cuerpo se tensa. Pero para mí total y absoluta sorpresa, extiende los brazos y me rodea con ellos. Cada músculo de mi cuerpo se paraliza. No me siento merecedora de este gesto. Un sonido muy parecido a un lamento se escapa de mis labios y Mei me aprieta más fuerte contra ella.

―Ya me contarás, Gaby ―susurra la asiática en mi oído―, cuando estés lista me hablaras y yo estaré feliz de escuchar.

En este momento lo único que puedo hacer es asentir con la cabeza, un sentimiento de tristeza infinita atraviesa mi cuerpo en cuanto Mei se aleja de mí. Aunque yo le pedí que se fuera, una parte de mí no quiere estar sola porque sabe lo que eso ocasiona. Mei parece notar mi momento de vacilación, pero yo me encargo de darle una sonrisa tranquila o el intento de una. Ella me regresa el gesto y sin decir nada más sale de mi habitación.

Lo último que escucho es la puerta principal de la casa cerrándose. Con mucho cuidado de no ser vista, me acerco a la puerta abierta del balcón de mi alcoba y veo a Mei dirigiéndose hacia la casa de Nate. En cuanto la pierdo de vista dejo caer mi cuerpo sobre la silla del balcón y permito que las lágrimas marquen su recorrido silencioso por mi rostro mientras las palabras de la nota se repiten en mi cabeza una y otra vez.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde que Mei salió de mi casa y empecé a llorar,  pero lo que sí sé, es que el sentimiento de opresión no se ha ido ni ha menguado y aunque el tiempo corre a mi alrededor, todo mi mundo parece haberse paralizado en un punto fijo hace mucho tiempo atrás. Es como si todas las lágrimas que me he negado a derramar estuviesen pasando factura. Apoderándose de mis sentimientos, mis pensamientos, de mi vida en general y  reduciendome a esto que soy ahora que no es más que culpa y dolor.




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