Inesperado y Precioso

Capítulo 5

La sala lucía extrañamente acogedora. Más que una oficina, se parecía a un sitio dónde tomar una pausa a mitad de trabajo -el aroma a café, de hecho, le recordó a la redacción donde solía trabajar-. Al medio, había una mesa redonda que tenía en el centro un jarrón con flores, acompañada de cuatro sillas color marrón. En un rincón, había un montón de cajas apiladas, la que se encontraba en la punta estaba medio abierta, por lo que pudo divisar que se trataba de prendas de vestir. Tras echar un vistazo, distinguió que una de ellas tenía escrito con fibrón negro «donaciones». Una estantería se encontraba en otro extremo, sobre ellas yacían varias carpetas de distintos colores, de algunas se escapaban hojas, pero no pudo entender sobre qué eran. También divisó una cafetera y al lado, un dispenser de agua. Se ubicó en una silla, tal como Brett le indicó y dejó la bolsa con los materiales que acababa de comprar sobre otra.

Él se mantuvo de pie.

—¿Quieres un café? —ofreció. Amelia negó. Estaba evitando la cafeína—. ¿Un vaso de agua?

—Está bien.

Tras utilizar el dispenser, Brett extendió el vaso.

—Dame un segundo. Tengo que buscar un papel —se giró hacia la estantería, dándole la espalda.

Amelia lo observó sin perder detalle, mientras él hurgaba en aquél lío de carpetas. Inconsciente, se relamió el labio inferior sin dejar de mirar. Cada vez que él movía la cabeza hacia un lado, podía ver algún que otro lunar asomándose en su cuello. Notó que sus hombros eran más anchos en relación a su cadera, lo que le dio una extraña punzada en el estómago. Apartó la mirada al caer en la cuenta que estaba poniéndo demasiada atención en el muchacho. Terminó culpando al hecho de que hacía demasiado tiempo que no contemplaba a otro hombre que no fuera su marido. Ex marido. Durante años no se sintió libre de hacerlo, era como si lo estuviera engañando. Pero ahora… Ahora estaba en todo su derecho a mirar. Y sí, Brett era un hombre atractivo. ¿Para qué negarlo?

—Aquí está —murmuró, poniendo una sonrisa de satisfacción. Mientras buscaba, estuvo a punto de dejar caer las carpetas al suelo y causar un lío sobre el cuál luego podrían regañarlo—. Tienes que llenarlo con tus datos. Nombre, edad, teléfono, a qué te dedicas, si tienes experiencia en esto…

—Ya lo veo. Gracias —sustrajo el bolígrafo que Brett sostenía en una mano.

Usualmente él no se dedicaba a las tareas administrativas, pero darle la posibilidad de ser voluntaria parecía una excusa perfecta para volver a verse. No dejaría pasar la oportunidad. Paciente, se sentó frente a ella. Distinguió la forma prolija en la que Amelia rellenaba cada línea punteada, la claridad de su caligrafía, la forma en que sus mechones libres se desparramaron alrededor de su rostro. Tragó saliva. Pese al silencio, supo que no le molestaría pasar el rato mirando como ella escribía en un papel.

—Estás mejor. ¿No?

—Sí. De lo contrario, no estaría aquí rellenando esto —bromeó con sarcasmo. Amelia tenía ese sentido del humor que a veces podía resultar chocante. Era como un escudo para defenderse del resto—. Solo olvidemos lo que pasó. ¿De acuerdo? —le extendió el formulario completo.

—De acuerdo —la tranquilizó—. Ahora queda esperar que Cristina te llame.

—¿Eso es todo?

—Sí —Brett dejó entrever una pequeña sonrisa—. ¿Esperabas algo más?

—¿Algo cómo qué? —frunció el ceño.

—No lo sé. Quizá no entraste solo para ser voluntaria, Amelia.

Las comisuras de la mujer se alargaron de un extremo a otro. Ahí estaba. Esa carcajada sarcástica que usaba para ocultar aquellas intenciones que no quería admitir.

—Eso es lo que a ti te gustaría, ¿no? —se puso de pie, desafiante—. Pero, ¿sabes? En realidad no tengo porqué darte una explicación —la invadió una extraña sensación de nerviosismo, como si él acabara decir entre líneas estás «atrapada». —Haz tu trabajo y no olvides darle el formulario a Cristina.

Amelia atinó a retirarse, pero en cuánto estaba por atravesar la puerta, Brett sostuvo su mano con delicadeza. No fue brusco. Tampoco le transmitió la sensación de que trataba de capturarla de algún modo oscuro. Fue, incluso, un gesto atento.

—Ey, tranquila. No quería hacerte sentir así. Nerviosa.

—¡No estoy nerviosa! —suspiró frustrada. Tras notar que sus manos seguían unidas, la apartó—. Solo dile que me llame. Adiós, Brett.

 

❀ ───── ✧♡✧ ───── ❀

 

Bebió un vaso de agua, intentando aminorar la cálida sensación que surgía en su interior. Tenía las mejillas coloradas, como si hubiera corrido alguna clase de maratón. El corazón también le latía de prisa, acompañado de un montón de pensamientos. Por algún motivo que aún no conseguía entender, el instante en que la mano de Brett se aferró a la suya, seguía haciendo eco en su cabeza. Dejó el vaso vacío sobre la mesada y durante un momento, observó el dedo anular de su mano izquierda. El anillo de casamiento ya no estaba ahí, lo había echado a la basura desde hacía tiempo. Era una mujer libre. Siempre lo fue, en realidad. Se tranquilizó al recordar que no estaba traicionando a nadie.

En su habitación, se amarró el cabello en un moño, reemplazó el pantalón y la camisa por un ligero vestido de lino con finos tirantes cubriendo sus hombros. Cómoda, se acercó al escritorio, abrió la agenda y comprobó el listado de quehaceres.

-Limpiar la habitación.

-Corregir el último artículo.

-Comprar los materiales para arreglar la puerta (e intentar arreglarla).

«No puede ser. La bolsa», pensó. Seguido, largó un bufido, abrumada. La había olvidado en el refugio. ¿Cómo era posible que Amelia, una mujer tan centrada y responsable, se olvidara lo que había ido a comprar? Justo ella, que se esforzaba con dedicación para no cometer errores. Sin embargo, en su mente había un culpable: Brett. Él la había distraído al comportarse como un tonto hablando con esa chispa de «confianza» que la ponía de los pelos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.