Inesperado y Precioso

Capítulo 8

El paso del tiempo, de vez en cuando, conseguía ser un fenómeno aterrador. Todo podía cambiar en un parpadeo, sin previo aviso, como algo que simplemente decide que es hora de transformarse. Su vida, de hecho, se parecía a un cúmulo de sucesos inesperados que lo hicieron vivir a un ritmo acelerado. Si se comparaba con cualquier muchacho de veintisiete años, probablemente ese otro apenas estaba finalizando la universidad. Brett, en cambio, había crecido a una velocidad diferente. El día que su hermana se convirtió en su responsabilidad tuvo que convertirse en un adulto que, al mismo tiempo, lidiaba con problemas de adolescente. Era impactante ver la forma en que Molly había crecido, todavía le resultaba cercano el recuerdo de la niña de tres años durmiendo entre sus brazos, calmada porque él acababa de mecerla mientras le tarareaba una canción. Pese al transcurso de los años, aún evocaba esa desesperante sensación de querer protegerla a cualquier costo, incluso por encima de su propio bienestar. Eso, sin dudas, seguía igual. Él sería capaz de arrancarse una parte del cuerpo para mantenerla a salvo.

Esa tarde, su hermana lo había acompañado al supermercado. De regreso, todavía con las bolsas en la mano, compraron un cono de helado y se detuvieron en el parque, ocupando una banqueta que se encontraba a la orilla de un cantero repleto de flores. A Molly le encantaba admirarlas. Mientras tanto, él repasó el listado mental acerca de los preparativos para la noche. Necesitaba que todo estuviera bien. En realidad, nunca había estado tan pendiente, sus amigos conocían el apartamento de una punta a la otra, casi como si vivieran allí. Sin embargo, esta vez sería diferente... Amelia estaría allí. De solo pensarlo le daba un cosquilleo en el estómago como si un puñado de burbujas estuvieran explotando en su interior. Respiró hondo, tratando de centrarse en el presente. Todo iría bien.

—Brett —Molly llamó su atención—. ¿Recuerdas lo que hacías cuándo me ponía nerviosa? —preguntó, curiosa.

Entre ellos había un vínculo indestructible de hermanos: una misma historia familiar que nadie más conocía. Su familia adoptiva podía saber detalles, situaciones que les habían contado, pero había otros momentos que se quedaban solo para ellos.

El muchacho con los ojos brillosos, asintió al instante.

—Te traía a dar un paseo por el parque —contestó—. Te encantaba corretear entre las plantas de lavandas. Eso era lo único que te tranquilizaba —memorizó con nostalgia.

Aquellos recuerdos guardaban un intenso sabor agridulce: había una parte agradable, pero también otra parte que aún le producía cierto escalofrío. El ambiente en su familia biológica supo tornarse denso. Oscuro. Su madre había sido una joven mujer inexperta que cayó en las garras de las sustancias y su padre, un alcohólico que le gustaba invitar con frecuencia a sus amigos ebrios a la casa. Brett nunca lo soportó, menos aún cuándo veían con indiferencia a una niña pequeña que se exaltaba ante aquellos sucesos. A pesar de sus miedos, él nunca dudó de su rol de hermano mayor, ocupó el papel dando lo mejor de sí mismo, protegiendo a su hermanita incluso por encima de sí mismo. Aún así, había sido extrañamente aliviador cuándo Mila y Elián decidieron adoptarlos. Fue como quitarse un asfixiante peso de encima. De pronto, Brett tuvo la posibilidad de ser un chico normal de dieciocho años, aunque estaba un tanto perdido y no sabía cómo hacerlo.

—Ya descubrí el por qué —ella sonrió entusiasmada—. La lavanda trae calma. Lo leí en la enciclopedia de plantas —comentó. Él escuchó atentamente—. Le pregunté a papá si podíamos poner muchas en el jardín y me dijo que sí. El fin de semana lo haremos. ¿Quieres venir? Vamos a necesitar ayuda, eh.

—Claro, ¿por qué no? Será divertido —aceptó. Siempre tendría un tiempo libre para estar con su familia.

—¿Sabes? Me he dado cuenta que hay algo que nunca te pregunté —largó pensativa. Entonces, Brett deslizó la mirada hacia ella.

—¿A qué te refieres, Molly? Puedes preguntarme lo que sea. Sin miedos —animó.

Ella tomó un pequeño respiro antes de hablar.

—Te molesta... ¿te molesta que le diga papá a Elián?

Brett dudó un instante. Lo había tomado por sorpresa. Debía reconocer que en verdad nunca le molestó aquello, más si había sido extraño al comienzo. La primera vez que la escuchó decirlo.

—No, Molly. Claro que no. Es lo que sientes ¿no?

La adolescente asintió.

—Es que a veces recuerdo... Bueno, recuerdo que teníamos otra mamá y otro papá. Pero ellos no estaban mucho conmigo. Tú siempre me cuidabas.

Brett sonrió ligeramente, acercándose a su hermana.

—Es lo que la familia hace —afirmó—. Pero no siempre tienes que compartir sangre para ser familia —comenzó a explicar—. Piensa. ¿Quienes cuidan de ti cada día, te preparan las comidas, te llevan al colegio, pasan tiempo contigo, se preocupan por ti?

—Mila y Elián —respondió de inmediato—. Mamá y papá.

—Exacto. Ellos merecen que los llames así. Ellos lo son —en Molly apareció una pequeña sonrisa que indicaba convicción—. Y yo siempre seré tu hermano mayor que te protege de cualquier cosa. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

Horas después, Elián recogió a Molly en casa de Brett. El sol empezaba a esconderse. Brett acompañó a su hermana hasta el vehículo, dónde no pudo evitar encontrarse con el hombre que lo saludó con un cariñoso apretón de manos. «¿Está todo bien, Brett? Hace mucho que no te vemos por la casa», resaltó. En su mirada había un dejo de preocupación, su tono de voz también lo emanaba. El muchacho asintió. «El trabajo me tiene ocupado, pero el fin de semana voy a ir. Se lo prometí a Molly» desvió la vista hacia su hermana, que le sonrió entusiasmada. Elián sabía que cuando se trataba de promesas, Brett no fallaba.

 

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