Inesperado y Precioso

Capítulo 9

Por lo general, Amelia no tardaba demasiado en definir su aspecto. Tenía la capacidad de planear el outfit ideal para cada ocasión en un par de minutos. Era buena combinando prendas, colores y adaptándose a diferentes estilos. Sin embargo, ese día se demoró una tarde entera intentando definir cómo se vestiría para cenar con Brett y su grupo de amigos.

Zoe, su mejor amiga que se encontraba del otro lado del mundo, le aconsejó elegir algo sutilmente provocador, pero Amelia enseguida descartó esa idea porque no coincidía con su nueva filosofía de ser ella misma. En su pasado, había fingido por suficiente tiempo para decidir con firmeza no repetir esa historia. Ya no quería adaptarse a la figura que otra persona había moldeado para ella. Ya no quería cumplir con las expectativas de alguien más. Ya no se quería desconocer al verse en el espejo.

Empezó a revisar su armario, tratando de hallar algo decente entre las prendas que había conseguido traer durante la mudanza. En su anterior casa, tenía un vestidor del tamaño de su habitación, repleto de vestimenta, zapatos y carteras, tantos que, ni siquiera era consciente de lo que tenía. Si hubiera podido traer todo, quizá tendría más opciones para elegir, pero aquello no le removía ni un pelo. No le importaba haber perdido tantas pertenencias. Había ganado independencia y tranquilidad, algo que no tenía precio.

Luego de varias horas, encontró el conjunto ideal. Un clásico vaquero azul claro que se ajustaba a su cintura y una camisa de lino negro con un sútil escote en “v” y mangas que se fruncían en las muñecas. Además, se colocó un delicado collar oro y un par de pendientes que hacían juego. Se dejó el cabello suelto, porque le encantaba como se veía el rubio con ondas naturales que caían en forma de cascada bajo sus hombros. El maquillaje también fue sútil: cubre ojeras, iluminador y una ligera capa de máscaras de pestañas. Por último, echó unas gotas de perfume que contenía pequeños destellos que se pegaban a su piel.

Al contemplarse en el espejo, se sintió como ella misma. También se sintió feliz… tenía ganas de sonreír y lo hizo. Sonrió porque admiraba esa nueva versión de sí misma, la que se había librado de un infierno y, por su cuenta, ponía lo mejor para ir hacia adelante, siempre buscando la luz.

 

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El edificio dónde residía Brett era más pequeño que el de Amelia. Tenía solo tres pisos. Las puertas eran de madera oscura y tenían chapitas rectangulares en medio con la numeración. Brett vivía en el piso dos, en el apartamento número ocho. No había ascensor, así que tuvo que subir escaleras. Agradeció no haber elegido zapatos de tacones ni plataformas, en su lugar, llevaba unas borcegos cortas de color negro. Suspiró, tratando de moderar el aire que llegaba a sus pulmones tras encontrarse frente al sitio indicado y escuchó algunos murmullos que provenían del interior. No podía comprender lo qué decían, pero intuyó un ambiente alegre por el sonido de las risas.

—Hola, Brett.

—Amelia —musitó junto a una pequeña sonrisa—. Bienvenida. Dame un momento.

Él se giró y cerró la puerta, permitiendo que tuvieran un momento en privado antes de ingresar al apartamento.

—¿Todo bien?

—Sí. Me encanta que estés aquí —admitió—. Solo quería decirte que mis amigos son adultos, pero a veces se comportan como niños. Así que no te asustes —bromeó, tratando de aligerar el ambiente. Quería hacerla pasar un buen rato.

—Pasé cosas peores, creéme. Estoy curada de espantos.

Brett quiso reír de la acotación, pero tuvo el presentimiento que la frase «pasé cosas peores» iba en serio. Como si una parte de su vida estuviera teñida de negro pero intentara tomársela con gracia para superarla. Aquella corazonada solo le dio más ganas de hacerla sentir bien. De verla sonreír. Aunque no lo hacía a menudo, Amelia tenía una sonrisa preciosa y Brett había tenido el placer de conocerla.

—Está bien. Pero si te sientes incómoda o quieres largarte, me lo harás saber. ¿De acuerdo? —propuso, mientras se tomaba el atrevimiento de acomodarle un mechón rebelde detrás de la oreja.

Ella cerró los ojos durante un instante, deseando que aquel minúsculo gesto pudiera durar una eternidad. Dios… Su corazón latía cada vez más rápido.

—De acuerdo —respondió, al mismo tiempo, sujetó la mano de Brett y le proporcionó un ligero apretón. Denotó entusiasmo. Parecía que estaban creando su propio lenguaje.

Sin soltar su mano, Brett volvió a girar, abrió la puerta y la dirigió hacia el interior de su hogar. Amelia, que se encontraba con un grupo de gente prácticamente desconocido, se sintió segura ante ese perspicaz contacto físico. Brett tenía facilidad para hacer que las personas se sintieran protegidas a su lado. Pese a que todas las miradas repletas de curiosidad se clavaron en ella, él intervino de inmediato y la presentó ante el resto: «ellos son Leo, Felix, Ruby y Clara». Luego, Brett le pidió el abrigo y lo colgó junto a su bolso en un perchero que se encontraba en la entrada. También la invitó a sentarse en un sitio de la mesa que había reservado para ella y se encontraba impecable. Fiel a su personalidad, Brett guardó el vino que ella le entregó, preguntó qué deseaba beber y le trajo un refresco de limón. No había manera de sentirse incómoda en un ambiente dónde la trataban como si fuera una reina.

—Así que todos ustedes trabajan juntos ¿no? —curioseó Amelia en afán de integrarse a la conversación.

—Sí, excepto Clara que trabaja atendiendo los llamados de emergencia —comentó Ruby. Amelia alzó las cejas impresionada.

—Soy teleoperadora —destacó Clara con una sonrisa de orgullo.

—Aunque no estamos todos. Falta el jefe, Eric — mencionó Brett, que tras salir de la cocina, se unió a la conversación. El relleno de los tacos se encontraba casi listo.




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