Inesperado y Precioso

Capítulo 10

Tras dar un pequeño salto, Amelia se sentó en la encimera de la cocina mientras contemplaba como Brett guardaba los utensilios limpios en su lugar. No le había permitido levantar ni un solo plato. Después de todo, era su invitada especial y había procurado tratarla como una verdadera reina durante toda la noche. Minutos atrás, Felix y Leo fueron los últimos en marcharse. De hecho, Leo fue quien incitó a Felix a irse porque «ya era demasiado tarde» cuando, en realidad, solían quedarse hasta pasada la media noche charlando sobre trivialidades. Esta vez, el hombre había captado que Brett y Amelia necesitaban tiempo a solas. Lo merecían. De solo verlos interactuar, cada persona del grupo pudo intuir que algo estaba surgiendo entre los dos. Y en caso de que aún no hubiera nada, era evidente que ocurriría en un futuro. Tarde o temprano, pasaría.

Amelia había escuchado con atención cada anécdota que contaron sobre Brett, deteniéndose a preguntar y mostrando verdadero interés. Él se había esforzado por hacerla sentir como en casa pero además, la había hecho reír. En varias ocasiones, las comisuras de los labios femeninos se elevaron con entusiasmo, mientras sus ojos se entornaron finitos y repletos de luminosidad. Durante un instante de la cena, Amelia se detuvo a pensar en que hacía tanto tiempo que no reía así ni disfrutaba de una comida... Y como esa noche lo disfrutó todo. Sentía tanto entusiasmo que quería extender el momento al máximo.

Todavía en la encimera, llevó la vista hacia las tiras de fotos polaroids que se habían tomado en una cabina, pegadas con imán en la superficie del refrigerador. En letras pequeñas -y bonitas- decía: «Boda de Lucy y Theo». Le pareció adorable el detalle y el hecho de que Brett salía en todas, acompañado de distintas personas. De inmediato la curiosidad apareció.

—Lindas fotos —murmuró aún con la mirada en las imágenes—. ¿Es tu familia?

Brett, que acababa de guardar el último plato, volteó hacia el refrigerador y sujetó una tira, mientras se aproximaba.

—Ella de aquí es Molly, mi hermana —señaló a la adolescente que abrazaba en una foto—. Ellos son Elián y Mila, nuestra familia adoptiva. Y esta de aquí es Valentina, la hija más pequeña —comentó sintiendo cómo algo le pesaba en el pecho. Orgullo, quizá. Hablar en voz alta sobre ellos lo hacía pensar en lo mucho que los quería. En todo lo que significaban para él.

Amelia lo observó como si Brett fuera dueño de una caja de pandora. Cada día descubría algo nuevo sobre él.

—Oh, vaya. Tienes una familia preciosa.

—Y poco convencional ¿no? —bromeó.

—Las familias convencionales a veces pueden ser un gran dolor de cabeza. Creéme —aseguró. Ella junto a sus padres jamás se verían tan genuinamente felices en una foto—. ¿Y ellos? —señaló otra imagen.

—Él es Theo, el hermano mayor de Mila. Ella es Lucy, su esposa. Se casaron ese día —mencionó como un recuerdo dichoso—. Y esa es Mía, hija de Theo. La adoptó cuando tenía diez años.

—¿De verdad?

—Sí. Es una historia larga y emocionante —destacó—. Podría decirse que es una historia de película.

—Lo es. No tengo dudas —aseguró, pese a que no conocía los detalles—. Sería genial para un artículo.

—Ah, lo tengo. Sobre eso escribes. Historias de adopción.

—No precisamente. Historias de amor —lo corrigió—. Sí, ya sé que suena tonto pero no lo es. El amor está en todas partes. Es el motor de todas las relaciones. Entre padres e hijos, hermanos, mejores amigas, el amor hacia una mascota... por supuesto también las relaciones de parejas, pero podría mencionarte cientos de ejemplos que no tienen que ver con lo romántico.

—No creo que sea algo tonto —remarcó—. Creo que es increíble lo que haces. Se necesita de una gran sensibilidad para percibir esa clase de detalles, Amelia. ¿Algún día me dejarás leerte?

Ella sonrió con gran entusiasmo. No recordaba la última vez que alguien se había interesado de ese modo por su trabajo, algo que la apasionaba tanto.

—Puedes buscarlo en internet, tonto —contestó divertida—. Letras con Verdad. Así se llama el portal.

Brett se detuvo en seco. ¿Acaso acababa de oír bien? ¿Amelia dijo «Letras con Verdad»?

—¿Trabajas para unos portales más famosos del país y lo dices así, como si nada? —murmuró impresionado. Ella también era una caja de sorpresas.

—Casi nadie lo sabe —admitió—. Uso un seudónimo. Así que tendrás que guardar el secreto.

—Lo haré. Tu secreto está a salvo conmigo.

En aquel instante, Brett tuvo la sensación de que podría estar cientos de horas escuchándola y viéndola hablar. Jamás se cansaría. Estaba dispuesto a interiorizarse en su mundo, a descubrir uno a uno todos sus secretos, los buenos y también los malos, aunque en aquel momento no tenía idea que los había. Ella percibió la agradable tensión que se expandía entre ambos. Supo, en ese instante, que Brett se estaba convirtiendo en una persona de confianza y deseó apoyarse en su hombro para contarle la oscuridad que aún atravesaba, pero se asustó de sus propios deseos.

—Ya es un poco tarde, ¿no? —tragó saliva, aún nerviosa.

—No lo creo —discrepó Brett. Entonces, se aproximó hasta que las rodillas de la mujer rozaron su cadera y pasó una mano justo a su costado. Tan cerca de su cuerpo. Rozando la fina tela de su blusa que casi pudo sentirlo tocando su piel. Durante una milésima de segundo, ella pensó que iba a tomarla de la cintura y, por algún motivo, su corazón acelerado le indicó que no pensaba oponerse—. Todavía tenemos el vino —propuso, sujetando la botella que se encontraba detrás de Amelia.

El corazón aún le latía a mil.

 

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En las siguientes horas, Amelia se dejó arrastrar por la facilidad de la conversación. Se sintió escuchada. Sin miedo a mostrarse tal cuál es. Él la dejó hablar, puso atención a cada una de sus expresiones y apreció la manera en que brillaban los ojos de Amelia cada vez que contaba algo que la emocionaba. Brett tenía mucha curiosidad por su trabajo, así que le hizo preguntas que sonaban un poco tontas como «¿los protagonistas de tus artículos son personas reales?». Ella asintió, pero no le pareció una tontería, más bien tuvo la certeza de que él realmente escuchaba y eso se sintió como una caricia directa en su corazón. «Lo son. Pero no pongo sus verdaderos nombres. Ellos me dan confianza al contarme sus historias, así que a cambio protejo su identidad», bromeó. Hasta ese momento, iban por la segunda copa de vino. Las horas transcurrían pero a ninguno parecía importarle demasiado.




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