AVELINE
Como se le explica a la ausencia la necesidad de tenerla presente, sola, desde su partida así lo siento. Abandonada por mi madre, despreciada por la persona que me dio la vida como si mi existencia no fuera nada más que un estorbo, delante mío, con mis piernas cubiertas de barro está el único recuerdo que queda de su existencia en este mundo.
Mario Pringwen
8 de octubre de 1975 - 26 de noviembre de 2015
Sin ningún epitafio que le recuerde a quien pase delante de él la persona que fue, ni padre, ni musico, menos esposo; solo el recuerdo de una persona más que descansa bajo tierra. Recuerdo el año pasado el sol iluminaba este día trayendo el recuerdo de la muerte hacia mí, hoy las nubes azotan el cielo sin quitarme el recuerdo de que sigo viva a diferencia de él, una batalla que se esforzó en ganar, pero perdio. Limpio la lápida dejando el nombre de mi padre a la vista, odio este día, odio que me haya dado una última oportunidad de festejar su cumpleaños número cuarenta como si su cuerpo estuviera sano sin cáncer, sin dolor, sin agonía, sin miedo.
Quería aferrarme a la idea de que saldría, que se pondría de pie y volveríamos a casa, no olvido haber llegado con un montón de globos y el numero cuarenta flotando sobre mi cabeza, el violín en mi mano y saludar a todas las enfermeras que me cruzaba. El golpe llego cuando no lo vi en su cama, cuando no lo vi viendo documentales en la insípida televisión que no sintonizaba ningún canal interesante, juraría que aquellos días le enseñaron más de historia que todos sus años estudiando.
Lágrimas, gritos, dolor y miedo al no estar para él en su último momento, de repente comencé a escuchar una canción que seguí con las lágrimas en los ojos hasta que lo vi de pie, frente a un montón de niños que aplaudían y algunos ansíanos que bailaban al ritmo country de la canción que papa tocaba. La alegría, la risa, la paz y la emoción me embargo obligándolo a abrazar junto al montón de globos que aun sostenía, dejo de tocar y volteó sonriendo, una sonrisa que jamás podre olvidar.
-Feliz cumpleaños papi, un año más viejo -se agacho a devolverme el abrazo junto a un beso en mi frente-, cuatro décadas.
Un día inolvidable en el que tocamos de nuevo juntos para un montón de internos en el hospital, ultimo cumpleaños que festejamos como merecía, haciendo lo que más amaba, pasión que me transmitió junto a la mayor parte de lecciones que pudo darme. No me atrevo a dejar el ramo de flores azules que acompañan este año el único regalo que podre darle, cuarenta años eternos, una última imagen que jamás veré envejecer, lagrimas manchan mis mejillas ante la última imagen que conservo.
Ramas crujen detrás de mi obligándome a voltear viendo a las ultimas personas que esperaba encontrar, Owen sostiene un enorme ramo de globos junto a un cuarenta y Álvaro con las manos en el bolsillo manteniendo la distancia ajeno a nosotros con gafas que cubren sus ojos. Apoyo el ramo de flores apartándome para darle paso a Owen que pone el ramo de globos en la tumba de papa que estarán por los próximos días hasta que el helio se acabe o salgan volando como de costumbre, lo abrazo sin apartar la vista de su nombre junto a un último recuerdo, estiro mi mano que es recibida acercándolo a mí con un sabor amargo de melancolía.
-Gracias por venir -murmuro apoyándome en el hombro de Owen-, creí que no lo harían.
-Promesas son promesas -responde Álvaro con la voz apagada.
Sé por Tadeo que Álvaro escucho a Owen decir que aun sentía cosas por Maia lo que explica hecho de su distancia, lo único que agradezco es que cumpla su palabra que puedo confiar en él, tercer cumpleaños que no podemos festejar en el que me encargo de recordarlo trayendo sin falta el mismo ramo. Me separo de los dos arrodillándome de nuevo frente a él agarrando un montón de césped entre mis dedos que arranco antes de comenzar a llorar.
No debió haberse ido, no tenía derecho de abandonarme y ahora no poder compartir con él los momentos más importantes de mi vida; mi graduación, mis competencias, mis audiciones, no podrá acompañarme a la universidad o disfrutar de las vacaciones. Lo único que comparto con él son mis lagrimas que le pertenecen todas y cada una sin excepción, una parte de mi desapareció con él el veintiséis de noviembre que abandono esta vida pidiéndome ser fuerte.
Soy fuerte, se lo prometí y no hay nada que me haga flaquear, no hay debilidad en mí, soy triunfo, orgullo e imparable por él, porque donde sea que este quiero que este orgulloso de la vida que tengo, que a pesar de perderlo no renuncio, no abandono, sigo y lucho cada día. Cierro los ojos sintiendo las lágrimas mojar mis manos, no puedo detener el sufrimiento que consume mi cuerpo por no tenerlo este día, sé que mañana solo será un recuerdo del día que no pasamos juntos, nada más, solo el tercer día que no festejamos.
-Mario Pringwen -murmura Álvaro leyendo el nombre de mi padre-, sin su muerte te hubiera conocido como la hija de Sarah y los hubiera visto tocar juntos.
Volteo viendo una ligera sonrisa en su rostro quitándose los lentes revelando el rojo en ellos, se arrodilla a mi lado sin tocar la tierra mojada acariciando el ramo de flores, me observa quitando la flor más grande y enredarla en mi cabello. Tomo su mano notando el dolor que carga, queriendo ser quien lo ayude a combatir algo que no se atreve a aceptar, me apoyo en su hombro levantándome intentando acabar con la distancia sofocante que cargamos.
-Acabamos sirena -se aparta acariciando mi mejilla con cariño-, vuelve a ser la de antes, atrévete a sonreír y disfrutar la vida, aun tienes porque pelear.
Se pone de pie dejándome con el irreconocible sabor a su rechazo, observa a Owen antes de asentir y alejarse dejando lagrimas con otro significado manchar la tierra de mi padre, acaricio la flor en mi cabello sin ser capaz de dejar de verlo al alejarse. Quiero correr, alcanzarlo y decirle que no voy a arruinarlo de nuevo, ya está roto, lo rompí cuando más frágil estuvo y ahora no soy capaz de componer el dolor que causaron mis actos, me limpio la cara y me pongo de pie queriendo irme con quien me acompaña en los momentos difíciles.