Inevitable

Capítulo 2 - Distancia

El sonido suave de 5 Seconds of Summer llena el apartamento.
No es una canción triste, pero hay algo en la letra que se siente demasiado parecido a lo que llevo dentro: un eco entre lo que fue y lo que todavía no se apaga.
Mientras escribo un par de correos para enviar a la sede principal de NOVA, trato de ignorar la sensación de vacío que se esconde entre las teclas del teclado.

Han pasado tres meses desde que lo vi por última vez.
Noventa días en los que mi vida parece haber vuelto a la normalidad… o algo parecido.
Sigo siendo jefa de redacción, pero ahora en una de las tres sedes, la más alejada, esa donde las probabilidades de cruzarme con Zade son casi inexistentes.
Y aun así, cada vez que llega un correo con su nombre en copia, siento cómo algo dentro de mí se encoge.

Al principio pensé que la distancia ayudaría, que el trabajo y los nuevos proyectos ocuparían cada rincón que él dejó vacío.
Y funcionó.
Por un tiempo.

Pero hay cosas que no desaparecen del todo.
Como la costumbre de mirar el teléfono antes de dormir, esperando un mensaje que nunca llega.
O la manía de preparar dos tazas de café por la mañana, y luego reírme sola cuando recuerdo que ya no hay nadie que tome la otra.

Me gustaría decir que lo olvidé.
Que lo superé.
Que no pienso en él cuando camino por la calle o cuando una canción me recuerda la forma en que solía tocarme la mejilla antes de besarme.
Pero mentiría.

A veces me descubro pensando que tal vez no era la persona equivocada.
Tal vez solo llegamos en el momento equivocado.
Zade tenía demasiadas cosas que sanar, y yo todavía no sabía cómo quedarme sin perderme a mí misma.
Y, aun así, no me arrepiento de nada.
De cada risa, de cada discusión, de cada noche en la que el silencio se llenaba de nosotros.

Sigo escribiendo mientras la canción cambia.
El sol entra por la ventana, iluminando las plantas del balcón, los libros abiertos, el caos hermoso que se ha vuelto mi vida.
Me miro en el reflejo del vidrio y sonrío, no porque todo esté bien, sino porque aprendí a no huir del dolor.

Muevo el cursor para revisar los archivos y, sin querer, mi mirada se detiene en una carpeta con su nombre.
Zade.
No sé por qué no la he eliminado todavía.
Dentro hay documentos, fotos de trabajo… y una imagen nuestra.
Yo con el cabello suelto, riendo, mientras él me mira como si no existiera nada más.
Cierro la carpeta antes de que el nudo en mi garganta me gane.

A veces pienso en las cosas que dejé en su penthouse.
Dos pijamas, algunas camisas que me quedaban enormes y que solía usar para dormir.
No fue descuido.
Lo hice a propósito.
Porque en el fondo no quería irme del todo.
Porque dejar algo mío ahí me hacía sentir que todavía tenía una razón para volver.

Me pregunto si ya las habrá tirado.
Si habrá cambiado las cobijas rosadas, los cojines en forma de flor, las cortinas que elegimos juntos cuando decidimos “hacer el lugar más nuestro”.
Zade odiaba cómo decoré ese penthouse, pero igual me dejó hacerlo.
Y a veces me pregunto si aún quedan rastros de mí allí, o si ya todo huele a olvido.

Mando el último correo y cierro el portátil.
La música sigue sonando, y de repente la letra me hace sonreír:

> “If all of the kings had their queens on the throne…”

Y pienso en nosotros.
En lo que fuimos, en lo que no supimos ser.
En cómo el amor no siempre necesita un final perfecto para ser real.

Zade probablemente ya hizo su vida.
Seguro está concentrado en NOVA, viajando, sonriendo, con alguien nuevo que le quite el peso del pasado.
Y me alegra.
O al menos eso me repito cada vez que su nombre aparece en mi mente.

Respiro hondo, tomo un sorbo de café y me dejo envolver por la música.
No sé si el destino planea cruzarnos de nuevo, pero si lo hace…
esta vez, prometo no huir.




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