Inevitable

Capítulo 3- Pensar en un otra vez

Ha pasado una semana desde que la volví a ver.
O desde que volvimos a hablarnos, si eso cuenta como verla.

Fueron dos palabras.
Nada más.
Un “hola” tímido de su parte y un “¿cómo estás?” que me salió torpe, casi automático, como si mi voz no me perteneciera.
Y, aun así, algo se sintió diferente.

No era el mismo silencio cargado de orgullo que nos separó hace tres meses.
No era el mismo peso de la rabia ni la incomodidad de no saber qué decir.
Era otra cosa.
Algo más tranquilo.
Como si, por un segundo, el tiempo nos hubiera dado permiso de volver a empezar.

La encontré por casualidad en una videollamada entre sedes de NOVA.
No esperaba verla; su nombre apareció en pantalla y mi corazón se detuvo medio segundo.
No llevaba maquillaje, tenía el cabello recogido en un moño desordenado y una camiseta gris que juraría que alguna vez fue mía.
Sonrió con educación, como se sonríe a un viejo conocido.
Y yo… bueno, fingí normalidad, aunque dentro de mí todo estaba en llamas.

Después de la reunión, quedamos solos en la sala virtual unos segundos.
No planeado.
Solo pasó.

—Hola —dijo ella, bajito.
—Hola —repetí, sin saber qué más hacer.

Nos miramos a través de la pantalla, y en ese silencio incómodo hubo algo que dolía y curaba al mismo tiempo.
No éramos los mismos.
Ni los del principio, ni los del final.
Éramos dos personas distintas, con las heridas un poco más cerradas, con las palabras un poco más claras.

Desde ese día, no dejo de pensar en su voz.
No era la voz temblorosa del adiós, ni la fría del orgullo.
Era una voz serena, casi dulce.
Una voz que me recordaba por qué todo comenzó.

He tratado de convencerme de que fue solo una coincidencia, que no significa nada.
Pero sería mentirme.
Porque esa conversación, por mínima que fuera, removió algo dentro de mí.

Desde entonces, he dormido un poco menos y he pensado un poco más.
He vuelto a escribir en el cuaderno donde solía anotar ideas para la revista, aunque últimamente lo único que escribo es su nombre.
Y he dejado de ver Crepúsculo.
No porque ya no quiera recordarla, sino porque empiezo a entender que hay recuerdos que no necesitan repetirse para seguir vivos.

A veces me pregunto si ella sintió lo mismo.
Si cuando dijo “hola”, le tembló la voz como a mí.
Si también notó que, por primera vez desde que todo terminó, el silencio entre nosotros no pesaba.
Solo flotaba.

No sé qué fue exactamente lo que cambió.
Tal vez el tiempo, tal vez el cansancio, o quizás esa necesidad terca del destino de volver a cruzar los mismos caminos hasta que aprendamos la lección.

Solo sé que esta vez se sintió distinto.
Como si no nos reencontráramos después de una guerra, sino como si nos conociéramos por primera vez.
Y por primera vez en mucho tiempo…
no me dio miedo pensar en un otra vez.




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