Inevitable

Capítulo 5- NOVA

Zade.

Nunca me gustaron los eventos.
Las luces, los discursos interminables, las sonrisas falsas.
Pero este era diferente: NOVA estaba creciendo.
Por fin expandiéndose más allá de América, con sedes en París, Berlín y Milán.
Un logro que debería hacerme sentir orgulloso… si no fuera porque sabía que ella iba a estar aquí.

Audrey.

Llevaba semanas preparándome mentalmente para verla, diciéndome que sería solo un encuentro profesional.
Dos adultos civilizados, nada más.
Pero la verdad es que, en cuanto la vi entrar al salón, todas mis excusas se desvanecieron.

Su vestido negro se movía como agua sobre el suelo.
Era largo, elegante, con un brillo apenas perceptible bajo las luces del techo.
Y ella…
Ella tenía esa calma que siempre fingía tan bien, pero que yo sabía que escondía nervios.
La misma calma que usaba cuando no quería que nadie notara que estaba temblando por dentro.

La observé desde lejos, fingiendo hablar con uno de los socios europeos.
Supe que me había visto cuando su sonrisa se detuvo un segundo y sus ojos, aunque intentaron ignorarme, se quedaron un instante de más.

No sé cuánto tiempo pasó antes de que el destino decidiera hacer su jugada.
Una coordinadora se acercó, me pidió que saludara al equipo de redacción internacional.
Y, claro, ella estaba ahí.

—Zade —dijo Audrey, con una voz tan serena que casi sonó ensayada.

—Audrey —respondí, intentando no parecer tan tenso.

Nos miramos.
Solo eso.
Pero bastó para que el ruido del salón desapareciera.

—Felicidades por la expansión —dijo, con esa sonrisa suave que me desarma.

—Gracias. Aunque… si soy sincero, creo que deberías recibir más crédito que yo —contesté.
Ella rió apenas, bajando la mirada.
Esa risa.
Dios, la había extrañado.

—Sigues siendo un exagerado.

—Y tú… —la observé un momento— sigues siendo más bajita de lo que recordaba.

Ella levantó una ceja, sorprendida.
—¿Disculpa?

—No sé —dije, sonriendo—, quizás es el vestido. O el ego que me hace verte más pequeña para no sentirme tan intimidado.

Audrey soltó una carcajada sincera, una de esas que no se puede fingir.
Y por un segundo, el aire entre nosotros volvió a ser como antes: fácil, natural, lleno de algo que nunca se fue.

—Sigues diciendo tonterías —respondió, negando con la cabeza.

—Y tú sigues cayendo en ellas —repliqué.

Nos quedamos en silencio unos segundos, pero era un silencio distinto.
Cómodo.
Cálido.
Como si todo lo que se rompió estuviera esperando el momento exacto para repararse.

Ella fue la primera en apartar la mirada.
Un asistente la llamó, y antes de irse me dijo:

—Fue bueno verte, Zade.

No supe qué contestar.
Así que solo la observé mientras se alejaba entre la multitud, su vestido negro perdiéndose entre la gente, y me quedé con esa sonrisa suya clavada en la memoria.

Y lo supe.
No había terminado.
Ni su historia, ni la mía, ni lo que había entre los dos.

Y tengo miedo a que nos pueda llevar todo esto.

—★‹🍾🪩›★—

Audrey.

Odiaba los eventos de gala.
Demasiada gente, demasiadas cámaras, demasiadas sonrisas que no significan nada.
Pero NOVA se estaba expandiendo por toda Europa, y como jefa de redacción de una de las sedes, no podía faltar.
Además… no podía negar que había una parte de mí que quería verlo.
Solo un poco.
Solo para comprobar que ya no me afectaba.

Mentira.
Sabía perfectamente que sí.

Cuando entré al salón y vi todas esas luces doradas reflejadas en los ventanales, sentí una punzada en el pecho.
Y entonces lo vi.
Zade.
De pie, impecable, con ese aire de calma que siempre fingía mejor que nadie.
Y aunque intenté no mirarlo más de la cuenta, mis ojos no me obedecieron.

Estaba igual.
O peor: estaba mejor.
Más seguro, más tranquilo, más él.

Me obligué a respirar y seguí caminando, sonriendo a quien me saludaba.
Sabía que tarde o temprano nos cruzaríamos.
Y cuando finalmente sucedió, sentí que el piso se movía bajo mis pies.

—Zade —dije, con la voz más firme que logré reunir.

—Audrey —respondió él.
Su tono fue bajo, contenido.
Pero esa sola palabra bastó para derrumbar todo mi autocontrol.

Intenté mantenerme serena.
—Felicidades por la expansión —dije, sonriendo.

Él asintió.
—Gracias. Aunque tú mereces más crédito que yo.

Esa frase me descolocó.
Por un segundo, no supe si reír o llorar.
Porque así era él: podía desarmarme con algo tan simple.

—Sigues siendo un exagerado —contesté, intentando sonar ligera.

Y entonces llegó su comentario:
—Y tú sigues siendo más bajita de lo que recordaba.

Lo miré, sin saber si reír o fulminarlo con la mirada.
—¿Perdón?

Él sonrió, esa sonrisa que siempre me metía en problemas.
—Debe ser el vestido. O mi ego. Tal vez te veo más pequeña para no sentirme tan intimidado.

Y lo odié.
Lo odié porque me hizo reír.
Porque, en medio de todo el caos que fue nuestra historia, todavía sabía exactamente cómo romper mi coraza.

—Sigues diciendo tonterías —dije, negando con la cabeza.

—Y tú sigues cayendo en ellas —me respondió, tan tranquilo, como si el tiempo no hubiera pasado.

Por un instante, olvidé todo lo que nos separaba.
Los silencios.
Las discusiones.
La distancia.
Solo estábamos nosotros, mirándonos, como si el resto del mundo no importara.

Pero el momento se rompió cuando un asistente me llamó desde la tarima.
Tenía que irme.
Y antes de hacerlo, lo miré una vez más.

—Fue bueno verte, Zade —le dije, con una sonrisa que no supe controlar.

No sé si lo pensé o lo sentí, pero en el fondo sabía que no era una despedida.
Era un todavía.
Un aún no terminamos.




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