Zade.
Nunca he sido de los que se quedan pensando en el pasado.
O al menos, eso solía decirme.
Pero esta noche… esta maldita noche, no puedo pensar en otra cosa que no sea Audrey.
Desde que llegué al penthouse, todo se siente distinto.
Demasiado silencioso.
Demasiado vacío.
Las luces del evento todavía me dan vueltas en la cabeza, pero lo que realmente no me deja tranquilo es su imagen: ese vestido negro arrastrándose por el suelo, la sonrisa que se le escapó cuando hice esa broma tonta, y la forma en que me miró al final… como si por fin pudiera respirar otra vez.
Camino hasta la sala y me dejo caer en el sofá.
Nada ha cambiado aquí.
Las cobijas rosadas siguen dobladas en el mismo rincón, los cojines en forma de flor siguen donde ella los dejó, y aún hay dos camisas suyas en el armario, mezcladas entre la ropa que nunca volví a usar.
Podría haberlas guardado hace tiempo.
Podría haber quitado todo rastro de ella.
Pero no lo hice.
Porque una parte de mí, la más cobarde, todavía la espera.
Abro una botella de vino y me sirvo un poco.
Miro el teléfono sobre la mesa.
La pantalla apagada me devuelve mi reflejo y me pregunto si ella también está despierta, si pensará en mí o si ya logró seguir adelante.
Agarro el celular, lo desbloqueo, y sin pensarlo, abro nuestra conversación.
Tres meses de silencio absoluto.
Ni un mensaje, ni una llamada.
Solo el vacío.
Y, aun así, mis dedos se mueven solos.
> Espero que hayas llegado bien a casa.
La leo una vez, dos, tres.
No debería enviarlo.
No tiene sentido.
Pero lo hago.
Pulso enviar y el sonido del mensaje saliendo corta el silencio del lugar como un disparo.
Me recuesto, cierro los ojos y suelto un suspiro largo.
Ya está hecho.
Ahora no hay vuelta atrás.
Los minutos pasan lentos.
Cada segundo se siente como una eternidad.
Y cuando por fin vibra el teléfono, mi corazón se acelera.
Es ella.
> Sí, acabo de llegar. El evento estuvo increíble. Felicidades, Zade.
Corto.
Formal.
Pero está ahí.
Audrey.
Respondiendo.
Y aunque el mensaje sea simple, no puedo evitar sonreír.
Porque es un comienzo.
Pequeño, incierto, pero real.
La miro una vez más, y antes de apagar el celular, escribo otra cosa.
Dudo unos segundos, pero igual lo envío.
> Por cierto… estabas preciosa esta noche.
No espero respuesta.
Solo dejo el teléfono a un lado y cierro los ojos, con una mezcla de nervios y calma recorriéndome el cuerpo.
Por primera vez en meses, siento que algo vuelve a moverse.
No sé qué va a pasar.
No sé si ella volverá.
Pero sé que ya no puedo fingir que no me importa.
Porque lo que hay entre nosotros… nunca se fue.
Solo estaba esperando el momento de volver a empezar.
—★‹📱🍷›★—
Audrey.
Llegué a casa pasada la medianoche.
Me dolían los pies, el maquillaje estaba casi borrado, y aún así, no podía dejar de sonreír.
No era una sonrisa grande, de esas que muestran los dientes y se escuchan en la voz.
Era pequeña, contenida, de esas que se escapan sin permiso cuando algo dentro de ti se siente… distinto.
Dejé el vestido negro colgado detrás de la puerta y me quedé un momento en silencio.
El eco del evento todavía flotaba en mi cabeza: los aplausos, las luces, las conversaciones.
Pero lo único que realmente recordaba era a él.
Zade.
No sé si fue la manera en que me miró o la calma en su voz, pero algo cambió.
Ya no era el mismo hombre que vi por última vez, furioso, dolido, distante.
Había algo más en su mirada esta vez.
Algo que me hizo dudar de todo.
Me preparé un té, aunque sabía que no iba a dormir.
Encendí el portátil para revisar unos últimos correos, pero terminé simplemente mirando la pantalla sin leer nada.
La habitación estaba tranquila, solo se escuchaba la lluvia golpear contra los ventanales.
Y entonces el teléfono vibró.
Una sola notificación.
Su nombre en la pantalla.
Zade Morgan.
Sentí un vuelco en el pecho.
Tardé unos segundos en atreverme a abrirlo.
> Espero que hayas llegado bien a casa.
Leí el mensaje al menos cinco veces.
No era gran cosa, solo una frase… pero me desarmó.
Era como si todos esos meses de silencio se derritieran en un segundo.
Apoyé el té en la mesa y me quedé mirando la ventana, pensando qué responder.
No quería sonar fría, pero tampoco quería parecer ansiosa.
Así que solo escribí:
> Sí, acabo de llegar. El evento estuvo increíble. Felicidades, Zade.
Simple.
Educado.
Neutral.
Pero con el corazón latiéndome tan fuerte que casi me dolía.
Pensé que todo acabaría ahí.
Pero unos minutos después, llegó otro mensaje.
> Por cierto… estabas preciosa esta noche.
Me quedé inmóvil.
No supe qué hacer.
Ni qué sentir.
Podría haberlo ignorado.
Podría haber fingido que no lo vi.
Pero la verdad es que sonreí.
Una sonrisa real, de esas que salen del alma y te hacen cerrar los ojos por un segundo.
Dejé el teléfono a un lado, sin contestar.
No porque no quisiera, sino porque tenía miedo de lo que podría pasar si lo hacía.
Esa noche me metí en la cama con la mente llena de recuerdos.
De su voz.
De su risa.
De esa estúpida broma sobre mi estatura que todavía me hacía reír.
Y mientras el sueño me vencía, pensé que tal vez…
solo tal vez…
algunas historias no terminan.
Solo se detienen un rato, hasta que ambos aprenden a encontrarse otra vez.