Inevitable

Capítulo 8 - una llamada

Pasaron cuatro días.
Cuatro días desde aquel mensaje.
Cuatro días desde que lo leí una y otra vez, pretendiendo que no significaba nada.

Por cierto… estabas preciosa esta noche.
Sencillo.
Desarmador.

No respondí.
No porque no quisiera, sino porque tenía miedo.
Miedo de abrir una puerta que me costó tanto cerrar.
Miedo de volver a sentir todo eso que creí haber dejado atrás.

Aun así, cada vez que sonaba mi teléfono, mi corazón saltaba como si esperara otra vez su nombre en la pantalla.
Nunca llegó.
Y, de alguna forma, eso dolió más que cualquier discusión del pasado.

Las cosas en la sede seguían igual.
El trabajo, las reuniones, los correos.
Sonreía, daba indicaciones, organizaba las nuevas campañas de expansión.
A los ojos de todos, era la misma Audrey de siempre: segura, centrada, profesional.
Pero por dentro, había un caos.

Esa noche, estaba revisando los informes para enviar a la sede principal —la de él—.
Cada palabra, cada firma con mi nombre, me recordaba que, aunque intentábamos mantenernos en mundos distintos, seguíamos en el mismo universo.

Pensé en escribirle algo, cualquier cosa.
Pero me detuve.
Hasta que, sin planearlo, el destino me ayudó un poco.

Uno de los diseñadores cometió un error con las portadas del nuevo número europeo, y era necesario coordinar con Zade directamente.
Perfecto.
Una excusa profesional.
Algo que podía escribir sin parecer desesperada.

Abrí el chat.
El mismo donde todavía estaba su último mensaje.
Me quedé un segundo mirándolo, respirando hondo, antes de escribir:

> Zade, revisé el adelanto de las portadas para la edición Europa. Hay un error en el archivo de Milán, pero ya lo estoy solucionando. Solo quería avisarte antes de que lo suban al sistema.

Neutral. Profesional.
Pero mis manos temblaban.

El mensaje salió.
Y con él, algo dentro de mí se alivió.
Ya estaba hecho.

No pasaron ni diez minutos antes de que respondiera.

> Gracias por avisar. Justo iba a escribirte por eso.

Sonreí.
No pude evitarlo.
Era absurdo, pero su respuesta me dio una paz que no había sentido en meses.

Y luego llegó otro.

> ¿Puedo llamarte un momento? Es más fácil explicarlo que por mensaje.

Lo miré, indecisa.
Mi corazón empezó a latir más rápido, como si supiera que ese “momento” podía cambiarlo todo.
Pensé en negarme, en decirle que estaba ocupada.
Pero no lo hice.
Solo escribí:

> Claro.

El teléfono sonó segundos después.
Y cuando escuché su voz, todo el aire que tenía en el cuerpo se fue.

—Hola —dijo, con ese tono bajo que siempre me calmaba y me destruía a la vez.

—Hola —respondí, intentando sonar normal.

—¿Cómo estás? —preguntó.
No era parte del tema de trabajo, lo sabía.
Y aun así, no pude evitar contestar con honestidad.

—Bien… creo.
¿Y tú?

—Tratando de no escribirte —respondió él, medio riendo.

El silencio que siguió fue largo.
Cómodo.
Inesperadamente cómodo.

Durante unos minutos, hablamos del error en las portadas, de las fechas de entrega, del lanzamiento en París.
Todo perfectamente profesional.
Pero entre frase y frase, había algo más.
Una energía familiar, un pulso que ninguno intentó disimular.

Cuando la llamada terminó, me quedé un rato con el teléfono en la mano, mirando el techo, con el corazón alborotado.
No habíamos dicho nada fuera de lugar, pero sentí como si hubiéramos hablado de todo.

Y ahí, en medio del silencio, supe que ya no tenía caso seguir mintiéndome.
Aún lo quiero.
Y, aunque el miedo todavía esté ahí, hay algo dentro de mí que grita que esta historia aún no terminó.

Quizás nunca lo hizo.




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