Inevitable

Capítulo 9 - Crepúsculo

No recordaba la última vez que escuché su voz.
Hasta esa noche.

No fueron más de quince minutos de llamada, pero bastaron para desordenarme todos los días que había intentado mantener en calma.
Era como si tres meses de distancia se derritieran con solo un hola.
Y ahí estaba otra vez… esa sensación en el pecho que no sabía si era alivio o castigo.

Apoyé la frente contra el vidrio del ventanal, mirando las luces de la ciudad desde mi penthouse.
La misma vista de siempre, pero distinta.
O tal vez era yo el que había cambiado.

Audrey.
Maldita sea, su voz aún tenía el poder de hacerme olvidar todo lo que juré mantener intacto.

La llamada había empezado con temas de trabajo.
Profesional, correcta, tan Audrey como siempre.
Pero había algo en su tono, una vacilación apenas perceptible, como si también estuviera conteniendo algo.
Y eso me bastó para entender que, al igual que yo, aún no había terminado de soltar nada.

Cuando colgué, quedé un rato con el teléfono en la mano, repasando cada palabra.
Su “claro” había sonado tan natural, tan familiar, que por un instante imaginé que nada había cambiado.
Que todavía compartíamos café por las mañanas y risas tontas mientras ella editaba artículos en la mesa del comedor.

Cerré los ojos, respirando despacio.
El eco de su voz se mezclaba con mis pensamientos.
No había rabia, ni rencor, solo esa nostalgia que duele bonito.
La que te recuerda lo que perdiste, pero también por qué valía la pena tenerlo.

Caminé hacia la cocina y abrí una de las alacenas.
Aún estaba ahí la taza que ella usaba.
Rosa, con el borde gastado por los años.
Nunca la usé desde que se fue.
No por respeto… sino porque simplemente no pude.

Sonreí con amargura.
Ridículo, pensé.
Un hombre que dirige una de las revistas más importantes de Europa, y no puede mover una simple taza.

Me serví un poco de whisky y volví al ventanal.
El cielo estaba nublado, las luces de los edificios se reflejaban en los cristales, y la ciudad parecía moverse más rápido que yo.
Y entonces lo decidí.

Si el destino me estaba dando una oportunidad —aunque fuera mínima— no iba a desperdiciarla.
No podía quedarme esperándola entre recuerdos y llamadas cortas.

La expansión de NOVA por Europa era el pretexto perfecto.
París sería la sede principal de la nueva campaña.
Y Audrey, por rango y experiencia, tenía que estar involucrada.

No le iba a pedir que fuera por mí, pero…
Quizá por el trabajo sí.

Tomé el teléfono y abrí el correo.
Escribí un mensaje breve, formal, como si no estuviera eligiendo cada palabra con cuidado para esconder las verdaderas intenciones detrás.

> Audrey,

Estamos organizando una reunión en París la próxima semana con el equipo de expansión. Me gustaría que estuvieras presente, ya que parte de la campaña involucra a tu sede. Es importante revisar la línea editorial juntos.

Zade.

Leí el correo al menos cinco veces antes de enviarlo.
No quería sonar demasiado personal, ni demasiado frío.
Solo lo suficiente para que ella supiera que era una invitación… pero también una prueba.

Envié.
Y al segundo siguiente, el arrepentimiento me golpeó como siempre.
Pero era tarde.

Me recosté en el sofá, mirando el techo.
El silencio del penthouse era casi insoportable.
A veces, la soledad no es ruido, sino eco.
El eco de alguien que ya no está.

Pensé en ella otra vez, en cómo se veía en el evento de NOVA.
El vestido negro cayendo como un suspiro hasta el suelo, su cabello cayendo sobre los hombros, esa sonrisa disimulada cuando nuestros ojos se cruzaron.
Por un momento, olvidé que alguna vez nos gritamos.
Olvidé que alguna vez nos perdimos.
Solo vi a la mujer que amaba.

Y lo peor de todo… fue que no me importó nada más.

La copa de whisky se quedó a medio terminar.
Encendí la televisión y, sin pensarlo demasiado, puse la primera película que vi en la lista.
“Crepúsculo”.
Sí. Otra vez.
La odiaba, o al menos eso decía antes.
Ahora era como una especie de ritual absurdo.
La veía solo para recordar cómo ella se reía cada vez que yo criticaba las escenas.

—Nadie brilla así bajo el sol, Audrey.
—Déjalos brillar, Zade. No todos los monstruos quieren asustar.

Y ahí estaba otra vez, la voz de su recuerdo, tan viva que dolía.
Tomé la copa y la levanté hacia el televisor.

—Por los monstruos que no supieron cuidar la luz que tenían —susurré, antes de beber.

El sonido del teléfono interrumpió el silencio.
Una notificación nueva.
Un correo.

Era de ella.

> Entendido. Estaré en París la próxima semana. Nos vemos allá.

Solo eso.
Pero bastó para que una sonrisa involuntaria me cruzara el rostro.
Por primera vez en meses, sentí que algo dentro de mí despertaba.
Quizás el destino no había cerrado el libro todavía.
Quizás solo lo dejó en pausa.

Y ahora…
iba a hacer todo lo posible por escribir la siguiente página.




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