Inevitable

Capítulo 0.1 - Eva y Francis

Zade.

La casa está demasiado silenciosa.
No el tipo de silencio que calma, sino ese que pesa. El que te recuerda que algo —o alguien— ya no está.

Eva se fue ayer.
La ayudé a guardar las últimas cajas en el maletero, y aunque sonrió, pude notar el brillo en sus ojos. “Italia me ha estado llamando, signore”, dijo, “mi madre ya no es la misma y Francis… bueno, Francis quiere pasar sus últimos años cerca del mar.”

Asentí. No dije nada más. No porque no quisiera, sino porque cualquier palabra habría sido un intento inútil de esconder lo obvio: que me quedaba solo.

Eva fue más que una cocinera. Fue hogar.
Y Francis… Francis era la voz que llenaba el vacío, el consejo que llegaba incluso cuando yo no lo pedía.
Ahora ambos se fueron.
Y con ellos, lo poco que quedaba de lo que alguna vez llamé familia.

El eco de los pasos retumba distinto cuando no hay nadie más en casa.
El aroma del café se enfría sin que nadie lo sirva.
Y el reloj del pasillo parece marcar los segundos con crueldad.

Audrey también se fue.
Supongo que ese es el golpe final.
Porque cuando ella se marchó, no solo se llevó sus cosas, sino también ese pedazo de calma que me hacía sentir menos perdido.

Intento no pensar en eso, pero el silencio no ayuda.
Camino por el pasillo y cada rincón me la recuerda.
Su risa al tropezar con la alfombra.
El sonido de su voz llamándome desde la cocina.
El aroma a lavanda que aún persiste en la habitación.

Nunca me había sentido tan vacío.
Y lo peor es que lo merezco.

Cierro los ojos y respiro. El aire está frío, inmóvil, como si hasta el tiempo se negara a seguir avanzando.
Eva dejó una nota antes de irse. Decía:

> “No todos los vacíos son castigos, signore. Algunos solo están esperando ser llenados otra vez.”

La leo cada mañana, sin saber si me da esperanza o si solo abre más la herida.

A veces pienso en escribirle a Audrey. Decirle que la extraño, que lo siento, que nada tiene sentido sin ella.
Pero luego recuerdo que si el amor es real, el destino sabrá qué hacer con nosotros.
Y si no lo es…
Entonces supongo que tendré que aprender a vivir con el eco de su nombre resonando en mis silencios.




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